Miserias de actores
Eduardo Vasco teje una obra deslavazada sobre las miserias y grandezas del oficio de ser comediante a partir de la figura del secundario Felipe Carsi
Felipe Carsi fue un actor español que debutó a mediados del siglo XIX y trabajó toda su vida en los escenarios como secundario. Alcanzó cierta fama en su madurez, cuando fue contratado por la compañía de María Guerrero y Fernando Díaz de Mendoza, pero en general pertenecía a eso que llaman “clase media del teatro”. Esos nombres que a veces ni siquiera aparecen rotulados en los carteles, mercenarios siempre en busca de un nuevo papel, supervivientes del éxito y del fracaso a partes iguales. De eso va Carsi, obra escrita y dirigida por Eduardo Vasco, que rescata el apellido de aquel comediante olvidado para ofrecer un retrato de una profesión en la que a menudo se encuentra más miseria que gloria.
Es imposible no pensar viendo esta función en El viaje a ninguna parte, aquella novela de Fernando Fernán Gómez sobre una compañía de comediantes que afronta la decadencia del teatro frente al cine a mediados del siglo pasado, que luego él mismo convirtió en película. La tropa que describe Vasco atraviesa también una etapa de cambio: actores que andan perdidos porque fueron formados para proyectar versos clásicos hasta el fondo del patio de butacas y ahora resulta que son despreciados por su falta de naturalidad en televisión. Son actores de hoy, por eso la referencia a Carsi es extraña: el Carsi que aparece en escena no es aquel de hace un siglo, sino un personaje inventado, construido con retazos de actores de entonces y de ahora, igual que los otros cinco personajes de la obra. Se entiende el paralelismo, pero enreda el pasado con el presente y es confuso.
Más allá de eso, la obra de Vasco resulta deslavazada. La peripecia es mínima: un grupo de actores especializados en teatro clásico se embarca en un proyecto ilusionante para el que fichan a Carsi, una figura de renombre pero pasada de moda, que acaba resultando un fiasco. Entre medias, los personajes relatan o cantan directamente al público los entresijos de su trabajo y se lamentan de sus males de manera redundante: los divos del pasado y los jóvenes advenedizos, los directores antiguos y los “modernos”, el teatro comercial y el teatro público. Podría ser un buen retrato paródico de la profesión, pero le falta ironía. Hay toques de humor, pero sin pegada: apenas desata risas en el patio de butacas. Quizá porque la intención nunca fue la parodia, sino el homenaje, con lo que se queda a medio camino. Y quizá también porque los personajes, más que personajes, son arquetipos que el autor utiliza para poner en su boca todos los tópicos que existen sobre el oficio.
Carsi. Texto y dirección: Eduardo Vasco. Teatro de La Abadía. Madrid. Hasta el 28 de febrero.
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