Miseria de la radio pública
Se echa de menos un mejor criterio a la hora de imaginar entretenimientos posibles para los oyentes
1. Espacios
En Días de radio (1987), una de las más hermosas comedias de Woody Allen, Joe, un niño judío de Rockaway Beach (Brooklyn), evoca los años de su infancia, cuando el tiempo de ocio de su poco favorecida familia transcurría casi exclusivamente en torno a los programas de la radio. Entre nosotros, José Luis Sáenz de Heredia (el falangista a quien Buñuel salvó del apiolamiento) rindió también homenaje a la importancia del medio como fuente de entretenimiento en su Historias de la radio (1955), con la que la película de Allen tiene más de un punto en común (el más notable, el del ladrón que, mientras está robando en casa ajena, coge el teléfono y le ofrecen un premio si se presenta en la emisora). He echado mucho de menos estos días, en que me he visto obligado a guardar cuarentena entre las cuatro paredes de mi casa (tranquilos, no se contagia a través del papel), la magia que también para mi generación tuvo la radio, con sus seriales para niños (las aventuras de Diego Valor y sus luchas contra su némesis, el verdoso Mekong de los viganes, hacían que me apresurara a llegar a casa por las tardes y buscar la continuación en el dial de la cadena Ser). Incapaz de concentrarme demasiado en las lecturas y harto de series cuyo interés se me agota a partir del tercer episodio, la radio me ha supuesto un auténtico oasis que me permite, como en el diván del analista, una atención flotante, intermitente, descomprometida y, sin embargo, restauradora. La música, en primer lugar, y, después (algunas), palabras —al menos las que consigo rescatar de los apocalípticos de la extrema derecha, de la “vuelta del comunismo” y la “pérdida” de España, dos estrategias que se han mostrado eficaces a la hora de vender libros (malos)—, han venido en mi ayuda. Pero lo que he echado de menos es un mejor criterio en la radio pública a la hora de imaginar entretenimientos posibles para los oyentes. En mi opinión, Radio Clásica está pasando uno de los baches más tremendos de su asendereada existencia, con comentarios aburridos (hay algún programa en el que se advierte al espectador el “tiempo de escucha”, como para que no se impaciente) o en los que parece que cuenta más el lucimiento del conductor que la propia programación. Y, por encima de todo, ni un solo espacio dramático, ni un solo esfuerzo por ofrecer, como hace, por ejemplo, la Radio 4 de la BBC, páginas culturales y divulgativas entretenidas a cargo de buenos especialistas. Adaptaciones de novelas, crítica de novedades (películas, libros), semblanzas históricas, seriales populares, thrillers, relatos de terror, clásicos, debates sobre asuntos de actualidad son algunos de los elementos que hacen que la radio pública británica tenga tantísimo prestigio entre sus oyentes. Y no me digan que no habría fórmulas para lograrlo, aunque el presupuesto de la radio pública española no sea ni de lejos el de allí. Lo que hace falta, como casi siempre, es voluntad política, ponerse de acuerdo (incluso con el Ministerio de Cultura, que ahí no tendría la excusa de que “todo está transferido”) para elaborar una programación de calidad y para amplias audiencias. Y todos ganaríamos. Incluso pareceríamos un país que se toma la cultura en serio. Aunque quizás sea eso lo que se pretende evitar.
2. Ultras
Más allá de los lugares comunes, los interesados en el “alma” de Vox —para combatir eficazmente al enemigo hay que conocerlo— harían bien en echarle un vistazo a El toro por los cuernos (Tecnos), un volumen coordinado por Fidel Oliván Navarro en el que sus autores ponen bajo la lente del microscopio conceptual e histórico la ideología, el comportamiento electoral (con especial hincapié en el voto de la clase obrera), las brechas generacionales, la política de género y otras características y rasgos del que es hoy el gran partido de la extrema derecha española. Particular interés —y núcleo fundamental del libro— reviste el análisis comparativo de Vox con los otros partidos ultraderechistas europeos, de los que le separan importantes matices. Tras un capítulo en el que Arturo Regla Escartín (a cuya firma se añade, además del título de máster en historia contemporánea, el de “trabajador de la industria del metal”, como si tal condición también contara como mérito académico) establece una buena síntesis de la genealogía de los fascismos y de la extrema derecha española, se pasa a analizar en profundidad la ideología de Vox. A diferencia de sus presuntos “hermanos” de la extrema derecha europea, que defienden un Estado de bienestar nativista y poseen una amplia base electoral obrera, Vox es, sobre todo, un partido ultraconservador en la moral con una ideología económicamente neoliberal y, por tanto, atractivo sobre todo para las clases medias y pequeñoburguesas, lo que le acerca a los grupos más neoliberales, xenófobos e islamófobos, como el PVV holandés, la AfD alemana o la neonazi XA griega. En todo caso, en lo de Vox no se cumple el eslogan de que “conocerlo es amarlo”.
3. Liberalismos
Deusto, una editorial muy atenta al pensamiento conservador, ha publicado recientemente un par de libros en los que los interesados encontrarán una panoplia de remedios neoliberales para combatir la “tiranía de la pobreza” y que convierten a la aguerrida Ayn Rand en una izquierdista de tomo y lomo. El primero es Por qué el liberalismo funciona, de Deirdre Nansen McCloskey, una prestigiosa economista formada en Harvard (y que cambió de sexo a los 53 años, lo que tiene su mérito), autora de docenas de libros importantes para los libertarians, entre ellos el muy citado Las virtudes burguesas (FCE). El otro libro es El lado correcto de la historia, de Ben Shapiro, en el que se examinan los valores liberales, “hoy en peligro”.
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