Celebración de la repetición
Del homenaje al plagio, Antoine Compagnon analiza el modo en que los textos dialogan a través de la cita y cómo esta es el eje fundamental de toda escritura
Albricias. La traducción al castellano de La segunda mano o el trabajo de la cita, un estudio tan temprano como cardinal acerca del modo mágico en que los textos se interpelan y dialogan construyéndose sobre la base de la repetición, enriquece en nuestro idioma la colección de ensayos imprescindibles que Antoine Compagnon escribe siempre con denuedo y una erudición atemperada por su esclarecedor estilo. El humanista francés jamás rehúye afrontar los asuntos que verdaderamente importan si de lo que se trata es de conocer la actividad textual, atendiendo las cuestiones que atañen y conciernen a autores y lectores por bizantinas o controvertidas que puedan resultar. Formuló la pregunta ¿Para qué sirve la literatura? (2007); arremetió en El demonio de la teoría. Literatura y sentido común (1998) contra la tiranía de las teorías de la literatura convertidas en armas arrojadizas contra esas lecturas juiciosas y no adoctrinadas de un texto que defendió Umberto Eco (“El texto interpretado impone unas restricciones a sus intérpretes. Los límites de la interpretación coinciden con los derechos del texto”; Cultura y semiótica) frente al abuso de cualquier forma de ingeniería hermenéutica que no se base en sensatas lecturas previas; se entretuvo en examinar, a vueltas con la tradición y sus rupturas, en Los antimodernos (2005) cómo deviene sumamente moderna la militancia de la antimodernidad; y en Les cinq paradoxes de la modernité (1990) inquiere el sentido del progreso o del fin del arte en el contexto de un fructífero debate sobre la necesidad de definir la nebulosa modernidad desde la atalaya de una posmodernidad tan ecléctica como ambigua. Contribuciones, en fin, a las gramáticas de la creación.
La segunda mano es un tractatus sobre la cita entendida como repetición connotada, como mención y glosa, como mecanismo endémico del texto y eje de toda escritura imaginable. La cita como un fértil e inevitable efecto de la certeza de que no es posible la creación ex nihilo; de que “hablar es incurrir en tautologías”, como escribió Borges en La biblioteca de Babel; de que “nadie piensa que las obras se creen de la nada. Siempre están dadas de antemano, en el presente inmóvil de la memoria”, dice Maurice Blanchot en un párrafo de El diálogo inconcluso del que Compagnon se sirve a modo de epígrafe; de que “cada palabra, a partir del momento en que es escrita en esa famosa página en blanco, cada palabra hace señas. Hace señas a algo porque no es una palabra ordinaria. Señala hacia algo que es la literatura. No hay obra que no se convierta en un fragmento de literatura que solo existe porque existe a su alrededor algo así como la continuidad de la literatura”, sostiene en De lenguaje y literatura Michel Foucault, del que Compagnon fue estudiante ocasional en el Collège de France. Referir es el acto inmanente de la escritura, que genera entonces vestigios, reminiscencias, alusiones, evocaciones, ecos, préstamos o paráfrasis, lo hayan querido así o no los autores, sean o no capaces de advertirlo sus lectores.
No en vano, como a su vez sostuvo Julia Kristeva a propósito de la idea de Bajtín de que el discurso es por naturaleza dialógico, “todo texto se construye como un mosaico de citas, todo texto es absorción y transformación de otro texto”. Después de la teórica búlgara, que dirigió la tesis de Compagnon que está en el origen del estudio que nos ocupa, vinieron las contribuciones del narratólogo Gérard Genette, que fue vocal en el tribunal de la referida tesis y publicó Palimpsestos. La literatura en segundo grado (1982), otro estudio insoslayable sobre la cuestión que ahora atendemos y el lugar en el que define la intertextualidad, el término concebido por Kristeva, como la presencia efectiva de un texto en otro, que puede darse en forma de cita, plagio o alusión; y asimismo del profesor Riffaterre, que se arrima a la recepción a la hora de desvelar qué son los intertextos, esto es, los textos que el lector debe reconocer en el texto objeto de lectura para que este último alcance sentido pleno.
Resultan incontables a la vez que riquísimas las estribaciones y consecuencias del estudio de referencia de Compagnon, que transita entre la lingüística y la ortotipografía, entre la filología y la retórica, entre el plagio y la prostitución de la autocita, entre el derecho de autor y el apropiacionismo, arrojando luz sobre los protocolos de la escritura, subrayando que “el proceso de la escritura es una reescritura desde el momento en que se trata de convertir elementos discontinuos en un todo coherente (…). Toda escritura es collage y glosa, cita y comentario”, negándole a todo texto la orfandad. Y toda cita, asegura, es ablación porque extirpa y es injerto porque incardina. Y es subrayado y recontextualización, y metonimia y trasplante semántico, y trabajo mnemotécnico y polifonía (pues convive la voz del primer autor con la del que se la apropia). Y una puesta en tela de juicio de la idea de originalidad a la vez que una lectura crítica de la auctoritas (y una visión del texto como casa de citas).
Acaso en el mundo del arte, que también es ancho y ajeno, no tenga cabida la advertencia que prohíbe el paso a toda persona ajena a la obra, pues con frecuencia el texto propio se diría extraño porque textos ajenos se asoman al propio, porque lo propio es ajeno y es posible que ahí se encuentre el placer del texto: “Leyendo un texto mencionado por Stendhal reencuentro a Proust en un detalle minúsculo. Esto es el intertexto: la imposibilidad de vivir fuera del texto infinito”.
La segunda mano o el trabajo de la cita
Autor: Antoine Compagnon. Traducción de Manuel Arranz.
Editorial: Acantilado, 2020.
Formato: 528 páginas. 29 euros.
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