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ARTE

Yo, que soy tú, que soy ellos: el arte de Fina Miralles

El MACBA dedica una amplia retrospectiva a la artista catalana, cuya obra política y radical resuena en el ecofeminismo de hoy

'El cuerpo cubierto de paja' (1975).
'El cuerpo cubierto de paja' (1975).Macba

Fina Miralles (Sabadell, 1950) se llama Josefina por su abuela. De ella ha heredado también el RH negativo y el reumatismo. Las manos rígidas y los dolores de rodilla. De pequeña jugaba a hacer caras con el yeso que su padre utilizaba para hacer moldes de dentadura y pintaba con acuarela el mismo plato que lavaba una y otra vez, como si fuera un lienzo eterno. Cuando acabó Bellas Artes odiaba ya la pintura al óleo, el cuadro, la tela, el caballete, los pinceles y cualquier mirada literal a la realidad. Su mundo real era otro: ese que no se ve, pero que se piensa. El mundo de las ideas. Seguramente por eso, pronto sintonizó con las ideas del arte conceptual que en aquellos primeros años setenta venían a revolucionarlo todo. Un arte que miraba de cerca las prácticas povera y el Land Art, la performance y el happening. Creaciones que defendían las obras efímeras, el arte en la calle y la participación del espectador. Un arte débil, decían los teóricos entonces, que había tenido su punto de arranque en la poética de Joan Brossa y que, lejos de las tendencias del norte, más frías y desmaterializadas, en Cataluña abogaban por el uso del paisaje, por la reconsideración del objeto y por abrir un debate entre lo natural y lo artificial. Ahí Fina Miralles encontró todo lo que necesitaba, entender la vida a partir de la vivencia y la obra de arte como esa vida: una cosa que te lleva a la otra, causa y efecto siempre, como en la naturaleza.

Es importante fijarse en esos detalles al recorrer la exposición que el MACBA ha organizado de gran parte de su trabajo, bajo el comisariado de Teresa Grandas, y un título que parece una rúbrica donde abrazarlo todo. Soy todas las que he sido, dice. En un primer momento, y con el primer paseo por la muestra, organizada cronológicamente, parece que se refiere a las muchas finas que ha acumulado a lo largo de los años. De los distintos formatos y de las escalas. De las fotografías y las pinturas. De la proximidad del arte conceptual. Y, al mismo tiempo, de su mirada a la naturaleza y a la cultura del campo y, a la vez, al feminismo. De sus obras más conocidas y las más desconocidas. Aunque luego, en una segunda vuelta, pronto ves que la mujer que hay bajo esas obras bucea en otra dimensión oculta en sus raíces sumergidas en las profundidades del mar.

Quizás por eso emociona tanto ver obras como El retorno (2012): Fina Miralles, a sus 62 años, en el mar: desnuda, ingrávida y libre. Ausente pero presente. También obras como Standard (1976), donde la escritura se vuelve epifanía: la artista sentada y atada en una silla de ruedas, sometida a una proyección de diapositivas, algunas de su familia, otras de los estereotipos que habitaban en las revistas. En 1975, año en que fallecía su madre, Fina Miralles deja algunas de sus obras icónicas, llenas de metáforas: su cuerpo cubierto de paja, de hierba y de tierra. También la vemos hablar con los árboles, rellenar sus huecos, fusionándose con ellos, como quien busca respuestas.

'El cuerpo de la sirena' (2014).
'El cuerpo de la sirena' (2014).FINA MIRALLES/MACBA

Sabemos que Fina Miralles es una Mujer-Árbol desde que en 1973 se plantó en mitad del campo y enterró sus piernas en la tierra. Desde tiempos ancestrales, la imagen de la mujer se hibrida con los árboles para hablar del poder y la fuerza de la fertilidad y del sentido del ciclo de la vida. Ahí está Frida Kahlo y sus Raíces (1943), una mujer vegetal arraigada a un territorio desértico. También las acciones que Ana Mendieta definía como Dead Tree Area (1976-77). O Louise Bourgeois y su Topiary III (1999): un árbol de ramaje generoso que se sostiene sobre las extremidades inferiores mutiladas y minúsculas de un cuerpo femenino. Árboles, como los de Miralles, que reclaman un papel primordial para la mujer, el que tuvo en las culturas primigenias: la mujer como madre tierra, autosuficiente, capaz de engendrar. Aunque más allá de la denuncia ecológica y feminista, el árbol del que parece hablar la artista es del genealógico, ese acertijo insondable. De todas esas mujeres de la tierra que estuvieron antes que ella. También de las que vendrán. De ese árbol de laurel metido en la cama, lugar cósmico donde ella solía acurrucarse con su madre. De aquellas manos férreas de su abuela Fina.

Esta exposición es importante por varias cosas. Primero, por el repaso que hace al trabajo de una artista resistente a las revisiones y que hace tiempo que merecía una gran exposición, aunque personalmente se me ha hecho corta. Segundo, porque habla de una Barcelona artística que dista mucho de lo que es hoy la ciudad, y la comparativa resulta abrumadora desde un MACBA que cumple 25 años abierto a la incertidumbre de otro cambio más de etapa y de dirección. Hablo de los mejores años de la Sala Vinçon, un espacio experimental que se abrió a los primeros pasos de muchos artistas. De la Sala Tres y de la Galería G. De ese momento de cierta oficialización del conceptual por parte de instituciones como la Fundació Miró y, ya en los años ochenta, por un mecenazgo privado protagonizado, sobre todo, por Rafael Tous, gran coleccionista e impulsor de nuevas prácticas de arte alternativo en el Espai Metrònom, creado en 1980. Aunque, por encima de todo, habla de lo que significa ser artista, y ahí reside todo el valor, el que seguramente no se le haya dado a una Fina Miralles escurridiza con el mercado y las convenciones. Una exposición que habla de la necesidad de perderse, de no saber entenderse, de ser fiel a un caos orgánico donde, cuando las palabras se acaban, empieza el gran alarido eterno. Esa libertad instintiva perdida históricamente y tan reclamada aquí.

Soy todas las que he sido. Fina Miralles. MACBA. Barcelona. Hasta el 5 de abril de 2021.

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