La democracia y Lula ganan el pulso de Trump contra Brasil
El presidente de EE UU elimina aranceles y las sanciones al juez Moraes tras enterrar su campaña a favor de Bolsonaro


Nueva victoria para Brasil. Estados Unidos retiró este viernes al juez Alexandre de Moraes de la lista de sancionados por la ley Magnitsky, en la que ha estado meses junto a un elenco de terroristas y narcos. Es la segunda concesión unilateral importante de Washington en menos de un mes después de que aliviara los aranceles a la carne, el café y buena parte de las importaciones brasileñas. Excelente noticia para el presidente Luiz Inácio Lula da Silva; nefasta para el expresidente Jair Bolsonaro. Paso a paso, Trump revierte la extraordinaria —y fracasada— campaña de castigo que desplegó, instigado por el bolsonarismo, contra las instituciones y el empresariado brasileño para evitar que el ultraderechista rindiera cuentas ante la justicia. La estrategia de Lula —firmeza, diplomacia y, de guinda, su encanto personal— ha funcionado.
El presidente Lula ensalzó el viernes la “victoria de la democracia brasileña” porque “no era justo que un presidente de otro país castigara a un juez de un tribunal brasileño que estaba cumpliendo con la Constitución brasileña”. Este gol de las instituciones de Brasil contra el unilateralismo estadounidense y la desinformación bolsonarista fue celebrado por Lula en un evento al que también asistió Moraes, sonriente y satisfecho.
La peor crisis en 200 años entre las dos democracias más pobladas de América estalló el 7 de julio. Lula clausuraba feliz la cumbre de los BRICS en Río. Acababa de despedir a los mandatarios del bloque del Sur Global, que renovaron el compromiso con el multilateralismo, cuando Trump lanzó un tuit en su red denunciando una supuesta “caza de brujas contra Bolsonaro”. El golpe dejó a Brasil estupefacto; los Bolsonaro se frotaban las manos.
En dos días, Trump anunciaba el tarifazo, castigaba a las exportaciones brasileñas con los aranceles más altos del mundo. Que fuera uno de los poquísimos países del planeta con los que EE UU tiene una relación comercial ventajosa era irrelevante para el presidente Trump. Lo dejó claro, era un asunto personal: Operación salvar a Bolsonaro.
El presidente Lula respondió aquel día al republicano con un mensaje nítido: “El mundo cambió. No queremos un emperador, somos países soberanos”. El antiguo sindicalista amenazó al magnate con unos aranceles recíprocos que nunca llegaron a materializarse. La diplomacia brasileña entró en acción. Diplomáticos, altos cargos del Gobierno, empresarios…
El mensaje público a la Casa Blanca fue claro: disposición absoluta a dialogar sobre comercio; el caso Bolsonaro queda fuera de cualquier negociación con un Gobierno extranjero, es un asunto interno.
El mismo día que el tarifazo y las sanciones contra Moraes entraban en vigor, hubo una primera reunión secreta entre el canciller Mauro Vieira y el secretario de Estado, Marco Rubio, según fuentes diplomáticas brasileñas. El canal Vieira-Rubio fue muy importante en una gran operación que incluyó mucho trabajo de diálogo con infinidad de contactos en Washington para aclarar los hechos y desmentir las fake news sobre el juicio al patriarca diseminadas por los Bolsonaro.
Quebrar el muro estadounidense y que los mensajes de Brasilia llegaran a Trump requirió paciencia. Conseguido, se abría la puerta a un diálogo directo entre los presidentes. “Hubo mucha preparación para que la diplomacia presidencial fuera el game changer, y así fue”, afirma la fuente.
Lula y Trump no se conocían porque, cuando el brasileño estuvo la primera vez en el poder, el magnate estaba en sus negocios inmobiliarios; nadie podía imaginar que llegaría a la Casa Blanca. El primer contacto fue un fugaz saludo, en los pasillos de la ONU, en septiembre.
Mientras, en Brasilia, Bolsonaro y varios generales de cuatro estrellas eran juzgados con absoluta normalidad por la sala primera del Tribunal Supremo en un juicio histórico. Por primera vez, unos militares son castigados por un intento de golpe de Estado. Bolsonaro y sus principales cómplices cumplen ya largas penas, aunque uno se ha fugado a Miami.
En octubre, Trump y Lula conversaron primero por teléfono y después por fin se vieron tranquilamente en persona. Mantuvieron una reunión de 50 minutos en Malasia, en paralelo a la cumbre de la ASEAN. Un mano a mano entre dos hombres en las antípodas ideológicas, uno nacido en Nueva York, el otro del interior de Pernambuco, pero que comparten edad (80 años Lula; 79 Bolsonaro) y el gusto por cerrar un acuerdo (aunque el brasileño los prefiere con ambas partes satisfechas mientras a Trump poco le importa imponerlos a las bravas).
Hubo química, contó Lula. El siempre volátil Trump aborrece a los perdedores; adora a los ganadores, como demostró de manera elocuente al recibir en el Despacho Oval a Zohran Mamdani, en cuanto conquistó la alcaldía de Nueva York. Con Bolsonaro preso, con una condena de 27 años a la espalda, quizá el presidente de Estados Unidos observó a Lula a través de otra lente. Quizá empezó a verlo como un tipo simpático, afable, directo, con medio siglo de política a la espalda y protagonista de una historia épica. El antiguo obrero metalúrgico que alcanzó la presidencia de un país dominado por la élite, que tuvo que sufrir el amargo trago de la cárcel y logró resurgir como un ave fénix para regresar al poder.
En noviembre, llegó el primer gesto importante de distensión desde Washington, un fuerte alivio de los aranceles (impulsado por motivos de política interna). Y ahora, el levantamiento de las sanciones contra el juez Moraes, y su esposa, abogada. Otros siete jueces del Supremo y un par de ministros siguen en la lista Magitsky. Brasilia confía en que todas las medidas punitivas sean revertidas.
La contrapartida que, sin duda, ha exigido Trump a Lula y a su Gobierno es una incógnita por ahora.
Al bolsonarismo le ha salido el tiro por la culata. Después lograr que Trump se embarcara en la aventura de la injerencia y ejerciera una presión inaudita, lo que supuso que Eduardo Bolsonaro, hijo del expresidente, el artífice, fuera acusado de tradición a la patria, el político más poderoso del mundo repliega velas. Dejar sin castigo al juez Moraes entra ya en la categoría de la humillación. Como ha explicado ahora un alto cargo estadounidense anónimo a la prensa brasileña, los aranceles y sanciones ya no sirven a los intereses de Washington. El Bolsonaro de los Trópicos ha comprobado en sus carnes la velocidad a la que Trump cambia de humor y elige nueva pareja de baile.
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