El miedo a los derrumbes aumenta con la temporada de lluvias en Cuba
La semana pasada, tras varios días bajo el temporal, se registraron en La Habana unos 20 derrumbes que dejaron al menos un muerto y varios heridos, un síntoma de la profunda crisis de vivienda de la isla
Después de lavar la ropa sucia, y bajo el sol fuerte de la tarde cubana, Iverlysse Junco subió hasta la azotea de su edificio de tres plantas, una antigua fábrica de tabacos H. Hupman, en cuyas instalaciones decenas de torcedores dieron forma a los puros de otra época. Desde su azotea se ve la cúpula de 91,7 metros de altura del Capitolio; las instalaciones del Hotel Saratoga, que ardió en llamas hace dos años; el fastuoso Gran Teatro de La Habana, y algunos vendedores ambulantes, taxistas, vecinos y turistas que desfilan ahora que acabó la lluvia, salió el sol, y la ciudad comienza a secarse.
Esto es lo peor. No tanto las lluvias, sino la calma que llega cuando deja de llover. Es ese el tiempo en que el sol seca los edificios viejos de La Habana, que se cuartean, se deterioran, y en el peor de los casos, se vuelven polvo luego del estruendo de un derrumbe. El sábado pasado, 56 milímetros de lluvia cayeron sobre La Habana solamente en tres horas, según reportó el Centro de Pronósticos del Instituto de Meteorología. Tras varios días bajo el torrencial, se inundaron varias calles de los municipios Centro Habana, Cerro, Diez de Octubre, San Miguel del Padrón y Plaza de la Revolución, y se registraron unos 20 derrumbes en la capital que dejaron al menos un muerto y varios heridos.
En su azotea, Iverlysse Junco tiene cuidado cuando se acerca a uno de los muros laterales, no sea que, de momento, se vaya abajo. “Este edificio es, lo que decimos los cubanos, una vieja con colorete”, dice. Además del Capitolio, el Saratoga y El Gran Teatro, al edificio donde vive Iverlysse lo rodean muchas estructuras donde ha crecido la maleza, esqueletos de edificios, lugares que años atrás fueron el hogar de alguien y que hoy permanecen abandonados, entre el silencio y los escombros. Iverlysse dice que es normal oír en el barrio el ruido de sirenas de los camiones de bomberos ante la caída de un balcón, el desprendimiento de una pared, o el colapso de alguna de estas construcciones en su barrio. No son casos aislados: el Gobierno ha reconocido que en La Habana colapsan unas 1.000 viviendas cada año.
El edificio donde vive Iverlysse —ubicado en el número 409 de la calle Amistad, entre Barcelona y Dragones, que luego de ser una fábrica de tabacos fue una escuela y ahora un sitio de viviendas para 48 familias víctimas de otros derrumbes o que no tenían hogar— tiene filtraciones, perdió el techo de uno de sus laterales, y algunos pisos se llenan de agua cuando llueve. Aún así, las autoridades aseguran que no hay peligro.
Iverlysse, de 39 años, nació en una ciudadela o solar donde vivían unas 20 familias. Toda su vida ha pasado de un albergue a otro, de una casa de tránsito a otra, lugares casi inhabitables, sin agua, sin gas, incluso sin baños. Ha estado por 13 años, dice, defecando en cubetas de agua. Primero sola, luego junto a sus cinco hijos. El Gobierno no les ha garantizado un mejor lugar para vivir. Ahora, en medio del último apagón que dejó en penumbras al edificio, a Iverlysse se le rompió el refrigerador, y posiblemente tomará años que pueda reemplazarlo. “Esta gente ya me tiene cansada”, asegura. Y cuando dice gente dice Gobierno.
Hoteles por viviendas
El 27 de enero de 2020, un incidente estremeció toda La Habana: tres niñas perdieron la vida luego de que el balcón de una vivienda se descolgara sobre sus cuerpos en el barrio de Jesús María, en el municipio de La Habana Vieja. Luego, el Gobierno se despojó de culpas y acusó de homicidio a los vecinos de la vivienda, condenándolos con hasta siete años de cárcel.
Tragedias de este tipo se reportan cada año. Ya varias son las vidas que han cobrado los derrumbes en La Habana, sobre todo en la zona de la Habana Vieja, un sitio que en 1982 fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, por su exquisita arquitectura colonial. El déficit de vivienda en Cuba ha sido uno de los tantos problemas no solucionados desde la Revolución en el poder. El economista cubano Carmelo Mesa-Lago dijo recientemente a EL PAÍS que en el pasado los indicadores situaban a Cuba entre los primeros lugares en cuanto a igualdad, salud, pensiones, pero “nunca en vivienda”. Es normal ver en Cuba a varias generaciones convivir hacinadas en un mismo espacio, a familias enteras destinadas a una vida en albergues, o la proliferación de los llamados “llega y pon” en la periferia de la ciudad, ese tipo de casas improvisadas que levantan muchos a falta de hogar.
Cuando los servicios de meteorología anuncian lluvia en La Habana, Yuly Sáez no pega un ojo. “No duermo por los nervios”, dice. “Me la paso mirando el techo. Le pido mucho a Dios que no pase nada malo”.
Desde el año 2006, el edificio de Yuly está en peligro de derrumbe. Se trata de una construcción de 1903, un inmueble de altas columnas y una cúpula a la que el deterioro le ha arrebatado la majestuosidad que tuvo antes. En el número 409 de la calle 11 en el Vedado, uno de los barrios más cotizados de La Habana, Yuly vive junto a cinco personas, que tienen que mover las camas de lugar por las goteras que caen dentro de la casa, y colocar cubos y palanganas que se llenan durante todo el tiempo que dure la lluvia.
Yuly tiene 39 años, y desde hace 37 vive en el mismo sitio, el edificio convertido en solar cuyos habitantes, desde 1988, están solicitando reparaciones. Ahora el deterioro es inminente. Yuly conserva la cantidad de cartas, quejas, solicitudes y documentos de todo tipo que ha enviado a las autoridades municipales, provinciales o a la Asamblea Nacional del Poder Popular, que aunque oyen sus quejas nunca se han dispuesto a resolver su problema. Las paredes se hinchan de la humedad de los aguaceros. Una raíz de un árbol de álamo atravesó la ventana del dormitorio de Yuly, y la cúpula del edificio podría venirse abajo en cualquier momento.
Los días en que no puede más y le sube la presión, Yuly se prepara una taza de té. Sabe que un derrumbe es una posibilidad. “Es muy triste quedarse sin un techo, aunque esté malo, es el de uno”.
La Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI) asegura que en La Habana hay más de 600.000 personas sin una vivienda en óptimas condiciones. Aunque el mayor déficit de vivienda se reporta en la capital, ciudades como Holguín, Santiago de Cuba y Camagüey también están afectadas por esta situación. El pasado año, el ministro de Construcción, René Mesa Villafaña, dijo en la Televisión Nacional que unas 853.000 viviendas en Cuba se encuentran en regular o mal estado. Las autoridades insisten en que el deterioro del fondo habitacional es consecuencia de los “eventos climatológicos, la rehabilitación y conservación a baja escala y el no cumplimiento del Programa de la Vivienda”.
Este mes, el Gobierno reconoció que, al cierre de mayo, solo se habían construido el 0,8 % de las 447.375 viviendas necesarias para paliar la situación, o sea, solo 3.579 viviendas en los primeros cinco meses del año. El país, según datos oficiales, necesita construir alrededor de un 20% más de hogares para aliviar este déficit. No obstante, y es algo que muchos critican, el dinero se ha destinado a priorizar la construcción de instalaciones turísticas y no las viviendas de los cubanos. Datos de la ONEI muestran que en 2022 unos 195 millones de dólares se invirtieron en servicios relacionados con el sector turístico, entre ellos la edificación de hoteles, cuando solo 8,5 millones de dólares se utilizaron en la construcción habitacional.
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