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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

En defensa de la fiesta

El escritor mexicano Emiliano Monge habla de ‘Metempsicosis’, el libro más reciente de Rodrigo Rey Rosa

El escritor guatemalteco Rodrigo Rey Rosa
El escritor guatemalteco Rodrigo Rey Rosa.Daniel Mordzinski
Emiliano Monge

Por razones que no termino de entender, aunque Metempsicosis, el libro más reciente de Rodrigo Rey Rosa, se puede conseguir en ejemplar físico en muchos de los países en donde su editorial tiene oficinas, aquí donde yo vivo apenas se puede acceder al ejemplar electrónico (no en todas las librerías).

Sí, las líneas anteriores son una suerte de reclamo, en nombre de los lectores literarios que vamos quedando: entiendo que las editoriales (contra sus editores, vencidos por los departamentos de marketing, cuyo objetivo inconsciente pareciera ser la extinción del lector que no se presta a las lecturas intrascendentes, pero de rédito inmediato) trabajen según compromisos inconfesables, pero no entiendo que la aparición de un nuevo libro del autor guatemalteco no se celebre, en todas partes, como una fiesta.

Entre otras razones, la sorpresa

Hace un par de semanas, en una mesa del festival Centroamérica Cuenta, hablando de inteligencia artificial, algoritmos y promts, quedó claro que uno de los problemas de la realidad actual es la aniquilación de la sorpresa: el embudo del gusto se convierte en un vector inalterable y el deseo, desgraciadamente, deja su lugar a lo ya deseado. ¿Te gustan los perros amarillos? ¡Lo sabrás todo de perros amarillos, pero nunca verás un perro azul… ni qué decir de un gato, sea del color que sea… y olvídate de los pájaros! El mundo que está brotando, sin embargo, trae el impulso que nosotros, sus creadores últimos, le hemos dado, en todos los espacios, órdenes y niveles.

En lo que aquí nos atañe, que son los libros, es decir, la escritura, la edición y la lectura, la cosa no ha sido tan distinta; no somos, quiero decir, una excepción, aunque nos encantaría pensar eso: durante las últimas décadas, poco a poco, en la mayoría de las editoriales, da igual si se trata de grandes grupos o de independientes, parecerían haber decidido que sus autores serían mejores en tanto más predecibles o, cuando menos, en tanto no fueran sorpresivos (esta predictibilidad, claro, no atañe únicamente a lo que se cuenta, es decir, a las historias, sino también a la forma en que se cuenta, es decir, al lenguaje): “Menganito vuelve al territorio del que nunca se fue”, “Perenganito continúa con la forma de contar que nos enamoró”. En este sentido: ¿quién quiere celebrar una fiesta por la aparición de la última novela de un autor que se niega a dicha predictibilidad?

Rodrigo Rey Rosa es siempre una rebelión, una revuelta contra las historias que ha contado antes y también contra las formas que ha utilizado: sabe, entiende, pues (además de que se aferra al único derecho inalienable que debería detentar todo gran escritor, es decir, el ser un escritor distinto en cada libro), que no hay nada más importante que la sorpresa. Y que esta, la sorpresa, no sólo debe asaltar al lector y desesperar al editor, sino que debe ser el combustible último de la escritura. ¿Qué escritor puede sentirse o llamarse escritor, si escribe con las maneras de lo ya hecho, quiero decir, si no descubre las historias una y otra vez, si no reconquista el lenguaje una y otra vez?

‘Metempsicosis’

Metempsicosis, la novela más reciente de Rey Rosa —donde la forma es un caleidoscopio en llamas; donde un personaje, que luego será dos, es narrado en primera persona, pero también en tercera; donde el rompecabezas se arma con trozos de metaficción, novela negra o ensayo clínico, o donde el entramado de lo real se deshila por los bordes, para anudarse con los hilos, también desmadejados, de la locura—, es, al menos para mí, una fiesta que debería ser global, por lo dicho, es decir, porque sorprende como un todo y también en cada página, pero, sobre todo, porque es hermosa.

En Metempsicosis es hermosa la historia —un hombre que no recuerda se enfrenta al manuscrito que escribió antes de perderse en los pasillos de la mente, manuscrito que parece, además, contarlo a él, no sólo en tanto ser sino también en tanto personaje, y no sólo como hombre de razón, también de espíritu— y es hermoso el lenguaje —en cada escrito de Rey Rosa, las palabras nacen a un nuevo sentido, como si por estar ahí, en lo que él cuenta, significaran algo más y sonaran con una música nueva—.

“Se trata del mejor escritor de mi generación”, escribió, como casi todos sabemos —salvo, quizá, la gente de marketing de las editoriales—, Roberto Bolaño, sobre Rey Rosa. Lo que sabe menos gente es que, el escritor chileno, también escribió, a propósito del guatemalteco: “leerlo es siempre como aprender a escribir”. Y, claro, uno solo aprende de lo que no conoce, de lo que nunca antes se ha leído.

Así que perdonarán la insistencia, pero repito: Metempsicosis —novela en la que el tiempo se pliega de modo que uno cree estar en un agujero de gusano que une a Pitágoras con el Papa Bergoglio, a los wazaries con pordioseros inmortales y átomos de cargas opuestas y a las víctimas del deseo con los habitantes de un campo de refugiados— es una fiesta.

“Si no fue una mera casualidad lo que lo condujo aquel otoño a aquella ciudad, ¿qué fue? Si uno no era capaz de inventar su propio Dios (escribir, por ejemplo: Dios es la cosa más pequeña que pueda existir en cualquier Mundo) —razonaba— tampoco era digno de tenerlo. En rigor, lo que no se merece no se puede poseer. Si hay lugar para un Dios, ¿no hay lugar para todos los dioses? Si el espacio es infinito y puede seguir expandiéndose, ¿todos los dioses que inventamos son posibles?”.

Coordenadas

Metempsicosis, como el resto de la obra de Rodrigo Rey Rosa, se encuentra en edición de Alfaguara.


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