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Inundaciones Brasil
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Animales tratados como personas en el drama ecológico de Brasil

En Rio Grande do Sul han sido ya salvados de la muerte más de 12.000 animales y los heridos han sido atendidos por los veterinarios

Un soldado sostiene un perro rescatado en Porto Alegre.
Un soldado sostiene un perro rescatado en Porto Alegre.Isaac Fontana (EFE)
Juan Arias

En la catástrofe ecológica de la región brasileña de Rio Grande do Sul, con cientos de muertos y cerca de un millón de desalojados de sus casas, ha surgido un caso único en la operación de rescate de las víctimas arrastradas por las aguas. Por primera vez la misma atención que se ha dado, tanto por parte de las autoridades que de los voluntarios, a salvar las vidas de las personas ha sido demostrada en el rescate a los animales domésticos y salvajes.

Hasta el momento han sido ya salvados de la muerte más de 12.000 animales. Más aún, los heridos han sido atendidos por los veterinarios con el mismo interés que las personas en los hospitales, mientras de todo el país han llegado para ellos camiones y aviones cargados de comida. Ello ha llevado al columnista Eduardo Affonso, del diario O Globo a afirmar: “Poco a poco nos vamos dando cuenta de que todo lo que es vivo nos importa. La próxima revolución, la de los animales, ha empezado”.

Un cambio en Brasil en el aprecio y dignidad que merecen los animales inició de alguna forma ya en la polémica toma de posesión del nuevo presidente Lula da Silva, a quién su antecesor, Jair Bolsonaro, se había negado entregarle el tradicional fajín de mando. Janja, la esposa del mandatario, organizó para la entrega del poder una comisión formada por personas anónimas, representantes de categorías que suelen ser ignoradas por el poder, desde un recolector de basura, una indígena y hasta a su perrita de familia, llamada Resistencia.

Esta vez, en la nueva tragedia ecológica, la familia presidencial tuvo una parte importante en el rescate de los animales, dándoles la misma atención e importancia que a las personas. Ello ha hecho evidente que cada vez empieza a ser más real en las investigaciones sobre la inteligencia de lo que llamamos animales que quizás no seamos el Homo Sapiens tan diferentes de ellos y en algunos aspectos hasta pueden ser muy superiores a nosotros.

Mientras escribo esta pieza me ha venido el recuerdo de hace muchos años de una de las columnas del genial Manuel Vicent. Era un año de Juegos Olímpicos. Con la fina ironía que lo caracteriza, se reía de los esfuerzos “infrahumanos” que durante un año entero los candidatos a disputar las Olimpiadas hacían para conseguir en una carrera de cien metros unas décimas de segundo o para ganar unas brazadas en una piscina olímpica. Vicent, socarrón, escribía que deberían estar riéndose de esos esfuerzos desde una liebre a un simple pez, que ganarían las carreras sin necesitar de un año de esfuerzos físicos para ganar el premio.

Y es que cada vez más el orgulloso Homo Sapiens empieza a darse cuenta de que los animales, todos y no sólo los mamíferos, saben sentir y amar a veces tanto o más que los llamados humanos. Es una conciencia que empiezan a tener tanto los científicos como quienes conviven con algún animal. Hoy sabemos que la gran mayoría de lo que llamamos bichos, hasta las hormigas, poseen una serie de cualidades que a nosotros nos faltan. Piensen a lo que nosotros necesitamos para volar en el espacio y lo fácil que les es para un águila o a un simple jilguero.

El hecho nuevo que está apareciendo en Brasil durante esta tragedia natural por salvar a los animales en peligro y cuidar de ellos como de las personas, empezó con la imagen que ha dado la vuelta al mundo del caballo bautizado como Caramelo por el color de su piel que se quedó sólo atrapado durante tres días en el tejado de una casa medio destruida sin poder bajar.

El primero en reaccionar emocionalmente ante aquella imagen tierna y dolorosa a la vez fue el presidente Lula, que comentó que no conseguía dormir pensando en la soledad y desesperación de Caramelo y junto con su esposa Janja pidió ayuda al Ejército para que lo rescataran lo más rápido posible. Y el caballo acabó siendo un símbolo. Desde entonces se duplicó la atención de los servicios de emergencia por los animales en peligro y llegaron a la región aviones de pienso para esos miles de animales rescatados, muchos de ellos heridos.

Esa nueva toma de conciencia sobre la dignidad de los animales crece hoy en el mundo y los nuevos descubrimientos del cerebro van revelando que nosotros, las llamados personas, no somos tan diferentes en nuestros sentimientos y en las habilidades de la gran mayoría de los animales que consideramos inferiores y durante siglos fueron tratados como seres con los que nos podíamos hasta divertir en juegos sangrientos. Poco más que objetos.

Quizás junto a esa nueva toma de conciencia sobre las cualidades e importancia de los animales, de todos, a quienes Francisco de Asís llamaba de “nuestros hermanos”, deberíamos empezar a cambiar el lenguaje sobre ellos. Solemos decir que los llamados humanos somos “seres pensantes”. ¿Es que los animales no piensan? Que se lo pregunten a mis gatos Babel y Luna, cuyas reacciones a veces nos dejan helados a mi y a mi esposa por lo sofisticadas que son. Por ello a veces decimos que “parecen humanos”. ¿Y si un día se descubriera que, en tantos aspectos, dichos animales tendrían mucho que enseñarnos a nosotros los soberbios humanos?

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