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En colaboración conCAF

Las espinas de Tabacundo, la capital mundial de la rosa en Ecuador

El país es el tercer exportador mundial de esta flor, luego de Países Bajos y Colombia. Un viaje al origen de estos cultivos revela largas jornadas de los trabajadores expuestos a pesticidas, enfermedades y a menudo bajos pagos

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En el camino a Tabacundo, el paisaje dominado por montañas resecas empieza a coparse de invernaderos. Este pueblo de alrededor de 21.000 habitantes, al que se le conoce como la “capital mundial de la rosa”, pertenece al cantón Pedro Moncayo de la provincia de Pichincha, queda a 60 kilómetros al norte de Quito y se levanta a 2870 metros de altitud. A partir de los años ochenta, su economía se volcó a la producción de rosas. Fueron determinantes en ese impulso la altitud, el clima templado y la disponibilidad de luz solar por hasta 12 horas diarias. Pero, como señala el informe Las flores del mal: las floricultoras y su crecimiento acelerado, de la organización Acción Ecológica, también la captación de mano de obra barata. La mayoría de trabajadores gana el salario básico de 470 dólares (más los beneficios de ley), mientras que el costo de la canasta familiar básica es de 813 dólares. Según el Ministerio de Producción, a nivel nacional las mujeres representan el 51% de la fuerza laboral en esa industria, y en ese pueblo llegan al 60%.

Se calcula que allí se producen entre 4 y 5 millones de tallos diarios de unas 400 variedades. De acuerdo a la organización privada Expoflores (Asociación Nacional de Productores y Exportadores de Flores del Ecuador), el 75% de la producción de rosas se concentra en la provincia de Pichincha, y del total de la producción de flores a nivel nacional, el 77% corresponde a rosas, lo que en 2024 ubicó a Ecuador como el tercer exportador a nivel mundial, luego de Países Bajos y Colombia. Ese año y por primera vez, las exportaciones superaron los 1000 millones de dólares, “un hito muy importante que marca la línea a seguir”, señala Alejandro Martínez, presidente de Expoflores. Los tres principales destinos son Estados Unidos, la Unión Europea y Kazajistán, país a través del cual se abastece Rusia desde que entró en guerra con Ucrania.

Al llegar a Tabacundo, aparecen todas las señas de una localidad entregada a la floricultura: invernaderos desvencijados de alguna empresa que cayó en la quiebra, quioscos modestos que ofrecen ramos de 25 rosas por un dólar, galpones donde se venden tractores, pesticidas, bombas de fumigación, materiales de empaque y mucho plástico. Campo adentro, sorprende también el olor acre en el ambiente debido al uso intensivo de pesticidas. Según un estudio publicado en la revista científica JMIR Publications, la exposición constante a esos productos se asocia a múltiples alteraciones en la salud, entre ellas deterioro cognitivo, abortos espontáneos, enfermedades respiratorias y de la piel, cáncer de próstata, de mama y leucemia. Además, el tener que trabajar entre 8 y 10 horas diarias de pie puede generar afectaciones en músculos y articulaciones, y es usual que la presión constante para lograr una alta productividad ocasione estrés laboral.

Organización gremial

En el centro del pueblo, está la sede de ASOTFLORPI, la Asociación de Trabajadores Florícolas de Pichincha. Fue fundada en 2012 por Marcia Lema, mujer fuerte en todos los sentidos cuyo rostro aguerrido se suaviza gracias a sus tiernos ojos verdes. “Yo trabajé como supervisora en una plantación grande durante 10 años”, dice. “Ahí vi mucha gente que se enfermaba y que tenía problemas para que le afiliaran al seguro social (IESS). Como suelo decir, es una esclavitud escondida, por eso nació la idea de crear la asociación, para apoyar al resto de compañeros”.

Lema dejó de trabajar en aquella finca porque sufrió un derrame cerebral y, desde entonces, vive con problemas cardíacos. A sus 45 años, empezó a estudiar Derecho para poder defender a los trabajadores, y se graduó de abogada a los 50. Hoy tiene 58. Son miembros de la asociación unos 2500 obreros, pero su sostenibilidad está en riesgo porque ya no recibe los fondos internacionales que tuvo alguna vez y los socios no cumplen con su aporte mensual de 2,50 dólares. Aun así, Lema no decae. “Lo que me anima es estar en acción, porque si me quedo entre cuatro paredes, me deprimo y caigo”.

Mayoritariamente, ASOTFLORPI se hace cargo de casos relacionados con la presión que ejercen algunas empresas para que sus empleados renuncien forzadamente. “A personas que ellos consideran de edad avanzada, de 40 o 45 años; a gente con problemas de salud desarrollados en las mismas plantaciones, les hacen la vida imposible para que renuncien”, explica Lema. “Lo que buscan es no tener que pagar sus derechos de salud, de antigüedad, las liquidaciones”.

En el trajín de ASOTFLORPI, destaca el caso de Rosinvar, empresa que hacia 2014 era reconocida como una de las más exitosas del cantón Pedro Moncayo. Tenía entonces 400 empleados. Ese año ganó el primer premio en la Feria Internacional Flowers Expo Moscow por sus flores de tallo largo (entre 50 y 100 centímetros, muy apetecidos en Rusia); el tamaño del botón (6,2 centímetros, cuando el promedio es de 5,4) y la consistencia de sus colores (el más requerido es el clásico rojo oscuro de las variedades Explorer y Freedom). Tres años más tarde, Rosinvar se declaró en quiebra. “Hubo una época en que las empresas se declaraban en quiebra, les botaban a los trabajadores y no respondían por nada”, dice Lema. Con el apoyo de ASOTFLORPI, los empleados conformaron un sindicato y se tomaron tres fincas de Rosinvar.

El estudio Condiciones de trabajo y derechos laborales en la floricultura ecuatoriana, realizado por la Federación Nacional de Trabajadores Agroindustriales, Campesinos e Indígenas Libres del Ecuador (FENACLE), señala un índice de incumplimiento del 60% en el cantón Pedro Moncayo respecto del derecho de sindicalización, afiliación al seguro social, pago del salario mínimo y pago por horas extra.

“Como en cualquier otra industria, existen empresas informales que no cumplen con la ley”, reconoce Alejandro Martínez, presidente de Expoflores. “Pero no se puede generalizar. La obligación de toda empresa es afiliar a los empleados al IESS aunque el contrato sea temporal. En el caso de las fincas con certificación Flor Ecuador, las afiliaciones se hacen el mismo día del contrato, pero puede haber empresas informales, o incluso formalmente constituidas, que tratan de evadir la ley”.

La certificación Flor Ecuador es una iniciativa de Expoflores que surgió hace 23 años para garantizar prácticas sociales y ambientales adecuadas a las exigencias internacionales. “La mayoría de mercados y de importadores exigen certificación, que la flor venga con una trazabilidad real de que estás cumpliendo con los parámetros mínimos en cuanto a sostenibilidad social y ambiental. Eso es lo que nosotros motivamos”, explica Martínez.

De otro lado, la informalidad va desde la evasión de impuestos hasta la posibilidad de involucramiento en actividades ilícitas como el narcotráfico, pasando por el incumplimiento de derechos laborales y responsabilidades ambientales, y los problemas fitosanitarios debido a controles de calidad insuficientes. “Las empresas afiliadas a Expoflores cubren casi el 70% de las 5900 hectáreas de producción que hay a nivel nacional”, asegura Martínez, “y en esas fincas la gente se siente bien, recibe su salario a tiempo, está cuidada, se alimenta bien”.

En el caso de Rosinvar, gracias a la causa legal impulsada por ASOTFLORPI, se llegaron a vender las propiedades de la empresa, y “en 2020 algunos de los empleados pudieron cobrar entre 10.000 y 80.000 dólares de lo correspondiente a liquidaciones”, dice Lema.

El día a día en las florícolas

Carmen García tiene 45 años, trabaja en una empresa mediana como clasificadora, ese puesto dentro de la rama de la poscosecha donde se examina la calidad de las flores y se las organiza de acuerdo a sus características. Con un deshojador, retira las hojas y las espinas de los tallos. Luego, los clasifica por tamaño, verifica si tienen señas de maltrato o enfermedades, o si cargan bichos: arañas, trips, botrytis, oidio. Hace un informe sobre las anomalías identificadas, para que un supervisor determine qué pesticida debe aplicar en mayor cantidad. Luego, las “embonchadoras” arman ramos de 25 flores (bonches, como se dice en la industria), y así salen a la venta. Las rosas impecables se exportan; las imperfectas quedan para el mercado nacional.

García ha trabajado de pie durante 20 años. “Es muy cansado, sobre todo en temporadas altas”, dice. “Los ojos se te nublan, se te acalambran las manos y a veces se te puede pasar una flor con insectos, y viene el supervisor y te reclama. La presión psicológica es muy fuerte. Deberíamos trabajar ocho horas diarias, con una de descanso para el almuerzo, que es el único momento en que podemos sentarnos, pero trabajamos 10 o más y no nos pagan ni una hora extra, pero por un día que faltes, te multan con 40 dólares”.

Mario Tangoa tiene 62 años. Durante 13, trabajó como fumigador hasta que se jubiló hace cinco. Se dedicaba a rociar los cultivos con una mezcla de dos o tres químicos de acuerdo a las afectaciones de las plantas. Su grupo de tres obreros utilizaba 1000 litros de pesticidas cada día. Trabajaba de tres a siete de la mañana. “A esas horas, los bichos duermen, había que agarrarlos dormidos”, dice. Las jornadas no podían ser más largas para evitar una exposición mayor a los químicos. “Pese a que nos daban todo el equipamiento y se preocupaban de que estuviéramos bien protegidos, se te metían”, explica. “Al final de la jornada, sentías dolor de cabeza, mareo, pero no tenía problemas respiratorios. Ahora que tengo mis años, siento cómo me afecta cuando me agarra una gripe”.

Segundo Fernández es un albañil de 57 años, pero al quedarse sin trabajo en la pandemia de Covid-19, tuvo que dedicarse a cultivar rosas. Montó, en el terreno de su casa, una plantación de 2500 metros cuadrados donde trabaja con su esposa. Su negocio roza la informalidad al no tener un registro de empresa florícola. “Los informales difícilmente venden directamente a un importador o a un mayorista”, explica Alejandro Martínez, de Expoflores, “sino a los intermediarios, que seguramente los van a extorsionar para que bajen los precios, e incluso no les van a pagar. Eso sucede, no se puede negar”.

En temporada baja, a Fernández le pagan 20 centavos de dólar por tallo. “Pero nos han dicho que allá -en Estados Unidos-, los compradores pagan un dólar por tallo y luego ellos los venden a 10 dólares”, dice. En época de San Valentín, le pagan entre 50 centavos y un dólar por tallo. De cualquier forma, siempre es él quien recibe el pago más bajo. “Mucho no se gana, se trabaja para tener nuestro pan del día, los que ganan son los intermediarios”.

Rodrigo Cachipuendo corre con mejor suerte. Trabajó mucho tiempo como supervisor en varias fincas grandes de Tabacundo, y desde hace 10 años tiene su propia plantación en el cantón Cayambe, colindante con Pedro Moncayo. En media hectárea tiene sembradas 50.000 plantas de unas 10 variedades. Su esposa es experta en poscosecha y su hijo se encarga de las ventas. La experiencia les ha permitido vender directamente a importadores y mayoristas. Muchas de sus flores llegan a Rusia. “Sí es rentable el negocio”, dice Cachipuendo. “En temporada alta vendemos 50.000 tallos al mes y nos pagan entre 40 centavos y un dólar por tallo. Con las ganancias, ya se puede vivir todo el año”.

Acaba la jornada. Hacia las cinco de la tarde, las carreteras que conectan las localidades de esa zona florícola se llenan de trabajadores que, mochila al hombro, caminan hacia los centros poblados o esperan sobre la acera el transporte que los llevará a casa. Dentro de poco, en algunos invernaderos se encenderá la luz roja que estimula la floración. Mañana será el mismo día.

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