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DONALD TRUMP
Columna
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Piratas del Caribe

Donald Trump hace en el Caribe el equivalente a lo que Putin busca hacer en Ucrania: utiliza su poderío militar para apoderarse de una zona del mundo que no le pertenece

El presidente Trump parece decidido a utilizar el poderío militar para apoderarse del Caribe, definido desde la primera mitad del siglo pasado como un área de influencia propia, que no está dispuesto a compartir con ninguna otra potencia. Es lo que el profesor Nicholas J. Spykman denominó “el Mediterráneo americano”. Para ello está utilizando como pretexto el tráfico de drogas ilícitas, que ha elevado a la categoría de amenaza terrorista.

Esta visión pone a los países del Caribe —desde México y su golfo, América Central, Panamá, Colombia, Venezuela y las islas de Trinidad, Puerto Rico y Cuba— bajo amenaza. En el mundo actual está dándose un nuevo Yalta. Me explico. En febrero de 1945, antes de que terminara la Segunda Guerra Mundial, se celebró una conferencia entre Franklin D. Roosevelt, Winston Churchill y Iósif Stalin, los líderes de los principales aliados, quienes se reunieron en esta ciudad de Crimea, a orillas del mar Negro para discutir el orden de la posguerra. Sus decisiones incluyeron la división de Alemania en cuatro zonas y su desmilitarización, la creación de las Naciones Unidas y el establecimiento de las fronteras de Polonia. También, la repatriación de civiles, la restauración de gobiernos en los países liberados y el reconocimiento de los gobiernos provisionales en Rumania y Bulgaria. En otras palabras, se repartieron el mundo.

Presenciando un nuevo Yalta

Algo de eso está sucediendo en la actualidad. Rusia, bajo el dominio autocrático de Putin, decidió invadir Ucrania en febrero de 2022. Lanzó ataques en múltiples frentes, incluyendo misiles y tropas terrestres, justificando la acción con la excusa de “desnazificar” y “desmilitarizar” Ucrania. Putin lo ha hecho sin que nadie haya querido ni podido detenerlo. Es exactamente lo mismo que está haciendo Trump, aunque con otros pretextos, en el Caribe.

Comenzó su gobierno diciendo que el Golfo de México tenía que llamarse de América; en enero afirmó que Estados Unidos podría tomar el control del canal de Panamá, por la fuerza militar si era necesario. Aseguró, falsamente, que China lo estaba operando y cobrando tarifas “exorbitantes”. Ahora ha puesto en la mira a Venezuela y a Colombia, alegando que no colaboran en la lucha contra el narcotráfico. Tras el movimiento de tropas y armas hacia el Caribe, ha hundido varias “narcolanchas” venezolanas y asesinado a más de treinta personas. El pasado 17 de octubre ejecutó un ataque mortal contra un buque presuntamente del Ejército de Liberación Nacional (ELN), la séptima operación contra embarcaciones en el Caribe. Para la Casa Blanca son “actos de guerra”; asegura que los narcotraficantes son similares a los terroristas islámicos. “Estos cárteles son la Al Qaeda del hemisferio occidental… serán perseguidos y aniquilados igual que Al Qaeda”, ha dicho el secretario de Defensa, Peter Hegseth. Adicionalmente, Trump reconoció haber autorizado “acciones encubiertas de la CIA” en territorio venezolano, con lo cual queda claro que el objetivo no son los narcotraficantes, sino Maduro.

Trump acaba de acusar al presidente Gustavo Petro de ser líder de esta actividad criminal; ha descertificado al país, le ha retirado el visado para entrar a Estados Unidos y amenaza con aumentar los aranceles al país. Petro, a su vez, ha llamado a consultas a su embajador. La situación, como puede verse, ha pasado de castaño a oscuro. Las relaciones bilaterales están en el peor momento de la historia reciente y todo hace temer que pueden agravarse.

Pese a la tensión que se vive, sigo pensando que Washington no tiene en sus planes inmediatos invadir Venezuela, y mucho menos Colombia. Para qué entonces todo esto. La respuesta es la sugerida en el primer párrafo: apoderarse del Caribe, por considerarlo una zona de influencia directa.

Estados Unidos se está dejando arrastrar por la soberbia y ha dado un paso en una dirección equivocada. Decir que Petro es líder del narcotráfico es algo que no se creen ni siquiera los más recalcitrantes enemigos de éste. Se puede estar en desacuerdo con algunas de sus políticas —o incluso con todas—, pero no afirmar impunemente tal cosa. Tampoco tiene derecho a lesionar al país que ha pagado la mayor cuota de sacrificio en la lucha contra las drogas ilícitas. Aunque fuese por eso, y solo por eso, debería morigerar su posición frente a Colombia. Los daños que puede acarrear a la economía nacional son muy grandes.

Una oposición errática

Mal hacen, por su lado, los sectores de la oposición que han salido a celebrar las afirmaciones contra el presidente. Creo que tiene razón la internacionalista Sandra Borda al decir que “ojalá la oposición extrema en Colombia aprenda de la venezolana sobre los costos terribles que tiene andar auspiciando o llamando a una intervención de Estados Unidos en territorio nacional. Si el odio a Petro ya los llevó hasta allá, si los tiene conspirando en Washington para lograr ese objetivo, ojalá el costo electoral que paguen sea el más alto de todos”. Con este proceder demuestran que no tienen límite.

La crítica situación que existe en el Caribe debe ser tratada en la IV Cumbre CELAC-Unión Europea, a celebrarse en noviembre próximo en Santa Marta. Los países que respetan las instituciones multilaterales —siempre perfectibles, por supuesto— están en la obligación de pronunciarse contra esta política intervencionista y la pretensión de apoderarse de esta región abusando de la supremacía militar. Los riesgos de abandonar el multilateralismo y el respeto al derecho internacional, para retornar a las épocas de la piratería, no son buenos para nadie, ni siquiera para Estados Unidos, que está pasando de ser una nación admirada a una nación temida. En la base de todo esto, dormita el avance de China.

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