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Gustavo Petro
Tribuna
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Cambio en reversa: Petro y el retorno a la vieja política

En lugar de construir el cambio prometido, vemos cómo el país sigue cayendo en los mismos vicios de siempre, pero ahora bajo un nuevo eslogan

Gustavo Petro en Washington D.C., en abril de 2023.
Gustavo Petro en Washington D.C., en abril de 2023.Drew Angerer (Getty Images)

Colombia vivió dos momentos decisivos para materializar un cambio político en las elecciones de 2018 y 2022. Los ciudadanos, cansados de las mismas figuras del establecimiento que aparecían día a día en escándalos de corrupción y estaban desconectados del país, empezaron a exigir una nueva dirección para el Estado. Y fue Gustavo Petro quien supo capitalizar mejor ese anhelo de transformación, al romper, en 2022, décadas de hegemonía de un sistema político que parecía inquebrantable. Pero el costo de esa victoria no tardó en hacerse evidente.

Desde el primer día, la promesa de cambio empezó a tambalear. Para llegar al poder, Petro no solo se enfrentó al establecimiento; también se alió con parte de él. Políticos y empresarios contratistas del Estado, personajes cuestionados y representantes de la vieja política encontraron un lugar en su proyecto. Petro llegó endeudado no solo con los ciudadanos que votaron por él, sino con una clase política que, al final, ocupó posiciones estratégicas en su Gobierno: ministerios, embajadas y contratos empezaron a llover como pago de favores. Lo que se vendió como un Gobierno del cambio se empezó a parecer, rápidamente, a lo que ya habíamos visto antes: clientelismo, corrupción y, lo más doloroso, la traición de aquellos ideales que alguna vez prometieron transformar el país.

Uno de los mayores indicios de esa traición fue la salida de ministros que llegaron con intenciones genuinas de generar cambios progresivos. José Antonio Ocampo, Cecilia López, Alejandro Gaviria y Jorge Iván González fueron solo algunos de los funcionarios que intentaron, desde sus posiciones, avanzar hacia ese país más justo y equitativo que se había prometido en campaña. Pero pronto fueron apartados por criticar el dogmatismo y al círculo cercano del presidente. Estos ministros independientes no salieron de sus cargos por falta de capacidad o gestión, sino porque levantaron la voz para señalar lo que estaba mal, y eso los convirtió en incómodos. Se negaron a aplaudir como focas.

Lo más trágico es que la exclusión de estos funcionarios coincidió con el ascenso de figuras mediocres e incompetentes. En lugar de rodearse de las mejores mentes, Petro optó por llenar su gobierno de aduladores, aquellos que no cuestionan, que aplauden sin importar el rumbo al que se dirijan. En lugar de construir el cambio prometido, vimos cómo el país seguía cayendo en los mismos vicios de siempre, pero ahora bajo un nuevo eslogan. El Gobierno que nació de la esperanza de millones, terminó siendo un reflejo más de aquello que siempre criticó.

Esta situación, inevitablemente, ha llevado a una profunda frustración en buena parte del electorado. Los ciudadanos que votaron por Petro con la esperanza de un cambio real se sienten traicionados. Las promesas de transformar la política y la vida de los colombianos se desvanecieron en medio de escándalos, errores y, sobre todo, una desconexión profunda con las expectativas de quienes alguna vez lo apoyaron. Y esa frustración tiene consecuencias.

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La izquierda, que por fin había logrado llegar al poder, puede haber perdido su oportunidad por mucho tiempo, todo por culpa de una de sus vertientes más hostiles: el petrismo. La decepción con el Gobierno de Petro ha debilitado gravemente las posibilidades de que un proyecto progresista vuelva a ganar unas elecciones en el futuro cercano. La ciudadanía difícilmente volverá a confiar en quienes prometieron un cambio, pero solo ofrecieron más de lo mismo.

Para colmo, el fracaso de Petro ha servido como combustible para el renacer de las fuerzas políticas que él juró derrotar. El uribismo, que parecía estar en declive, ha vuelto con más fuerza que nunca y ha radicalizado aún más su discurso gracias figuras como María Fernanda Cabal y Vicky Dávila. Las mismas estructuras del establecimiento que Petro enfrentó durante años, ahora se alimentan del descontento ciudadano y se preparan para volver al poder con parte de la legitimidad que habían perdido en los últimos años. En lugar de romper el ciclo, Petro lo fortaleció.

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