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Gobierno de Colombia

Petro tiene al enemigo en casa

El presidente batalla contra la construcción de un clima de opinión en su contra, pero los golpes más certeros los recibe de su entorno más cercano. El último, de su propio hermano

Juan Diego Quesada
Juan Fernando Petro y su hermano, Gustavo Petro, presidente de Colombia, la casa que tiene el presidente en Chía, al norte de Bogotá.
Juan Fernando Petro y su hermano, Gustavo Petro, en la casa que tiene el presidente en Chía, al norte de Bogotá.rrss

Gustavo Petro tiene identificado al enemigo externo. Se trata, según él, de un poder empresarial y mediático que genera un clima de opinión en su contra, haga lo que haga. El establishment ―otra forma de nombrarlo― tiene la capacidad de manejar la conversación y modificar las percepciones de lo que ocurre en la realidad. Petro se mira en el espejo de su colega Pedro Sánchez, el presidente español, a quien le habían organizado el funeral antes de las últimas elecciones, las encuestas lo daban por finiquitado. Los sondeos no fueron capaces de detectar lo que se movía bajo radar, fuera de lo que se considera la opinión pública. Ese punto ciego es el que, creen en el Gobierno, utiliza el enemigo externo para menoscabar a Petro en su día a día. Entre los funcionarios de la Casa de Nariño existe un consenso generalizado acerca de esta tesis. Con lo que no contaba el presidente, ni nadie de su alrededor, es con el adversario interior, con el fuego amigo, con la ira volcánica y las delaciones de la sangre de su sangre.

Los golpes más certeros que le han propinado a Petro en su primer año en el poder provienen de su gente más cercana. El último en crear una polémica gratuita a su alrededor ha sido Juan Fernando, su hermano menor, el mismo que en campaña hizo todo lo posible para que no fuese elegido presidente ―se entiende que involuntariamente―. Juan Fernando participó en un programa de reportajes semanales llamado Los Informantes y dijo esto:

―Cuando éramos jóvenes, éramos personas muy divertidas. Cuando empezó la adolescencia hubo un cambio brutal tanto en él como en mí. Mi papá nos llevó al psicólogo y el psicólogo dijo que tenemos el síndrome ese de autismo... Asperberguer (Asperger quería decir)... Hay momentos que podemos estar con 10.000 personas, pero de pronto no estamos ahí. Aunque estemos físicamente. El caso de Gustavo es todavía más intenso que el mío.

Hecha la revelación, dice más sobre su hermano:

―Él habita su propio universo que está en su cabeza ―explica mientras hace círculos con el dedo en el aire―. A veces el mundo no existe allá afuera, y su capacidad... porque ni siquiera él es inteligente, desde mi perspectiva él es genio... eso lo separa más del promedio de la gente. No es porque él sea presumido o prepotente u orgulloso, sino por la condición misma.

La noticia se difundió enseguida con un titular sonoro: el presidente tiene Asperger. Los medios lo usaron para darle sentido a muchas de las disfuncionalidades que ven en él. Lo abordaron como si fuera una discapacidad limitante que ponía en duda su idoneidad en el cargo. Pero el Asperger no es una enfermedad, sino una condición, y quien la tiene puede llevar una vida “plena y significativa”, como ha escrito estos días la Universidad de los Andes a cuenta del debate público. Se puede decir que Petro ha llevado una vida significativa. Fue muy pronto un guerrillero-activista, más tarde un congresista brillante ―eso lo reconocen hasta sus enemigos―, llegó a ser alcalde de Bogotá y con ese impulso se convirtió en el primer presidente de izquierdas de la era moderna colombiana. Los Andes también hace referencia a los ataques de Ingrid Betancourt, antigua amiga de Petro, que duda de que pueda estar en el cargo, ya que, según ella, el presidente sufre una depresión crónica. La universidad sostiene que los ataques políticos que se hagan contra una persona haciendo referencia a estos asuntos solo “instrumentalizan inadecuadamente aspectos relacionados con la dignidad humana”.

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Nicolas Petro
Nicolás Petro, a la izquierda de su padre, el día que celebró en Bogotá la victoria electoral, en junio de 2022.Fernando Vergara (AP)

Así que Petro ha tenido que desmentir en poco tiempo que sufra una depresión y que sea Asperger, sin que haya que juzgarlo por eso. El propio Juan Fernando rectificó al día siguiente, dijo que sus afirmaciones habían sido descontextualizadas ―algo difícil de creer viendo la entrevista en televisión―. Petro también reaccionó culpando a la prensa de haber malinterpretado sus palabras ―una salida recurrente en el presidente, que ve en los medios al enemigo―. “El presidente no está enfermo”, concluyó Juan Fernando, aunque el Asperger, insistimos, no sea una enfermedad. Petro insistió en su cuenta de X: “Hay cosas que ya no entiendo en la relación entre la prensa y mi familia. Pero esto me dejó boquiabierto. Algo pasa con mi hermano. Jamás he recibido un diagnóstico sobre el síndrome de Asperger. Es imposible que nos hayan diagnosticado ese síndrome cuando éramos niños porque esa enfermedad solo empezó a diagnosticarse en 1994, tenía 34 años de edad, y dejó de estar en los tratados de diagnósticos en el 2013, porque la ciencia la rechazó como una enfermedad específica”. El “algo pasa con mi hermano” se queda en el aire como el reproche de un hermano menor que, por unas dosis de protagonismo, es capaz de decir cualquier cosa. Juan Fernando no lleva bien la alargada sombra de su hermano mayor.

Pero no fue el único asunto en el que metió la pata. En esa misma entrevista da a entender que sus visitas a las cárceles para proponerles a narcotraficantes y condenados por corrupción que se sumasen a la paz total de su hermano durante la campaña le habían valido un millón de votos al hoy presidente en el Urabá Antioqueño, el Magdalena Medio y Norte de Santander, que habían resultado fundamentales para la victoria. Vicky Dávila, la directora de la revista Semana, se preguntó de inmediato si aquello era verdad: “Es urgente que el presidente Gustavo Petro le responda al país por lo que confiesa su hermano Juan Fernando Petro. Asegura que desde la cárcel le pusieron “millón y pico de votos” y en zonas donde jamás había sacado votos el hoy mandatario. ¿Lo eligieron desde las cárceles por el Pacto de La Picota?”. Más munición para la oposición a cuenta del verborrágico Juan Fernando. Resulta que ese dato, como comprobó Yann Basset, era falso. En esas regiones su rival, Rodolfo Hernández, dobló en votos a Petro (875.000 frente a 420.00), por lo que queda claro que lo dicho por Juan Fernando era una falacia.

A Petro le llueven chuzos de punta de su familia. El caso más importante es el de Nicolás Petro, su hijo mayor, a quien investiga la fiscalía por recibir dinero de personajes de dudosa calaña para ingresar en las cuentas de la campaña de su padre. Nicolás se quedó parte de ese dinero y se compró una casa. Fue Day Vásquez, su exesposa, la que reveló la trama. El asunto ha distanciado a un padre y a un hijo que ya de por sí tenían una relación difícil ―Petro no lo crio con su madre, formó otra familia―. El suyo ha sido el mayor escándalo con el que ha tenido que lidiar el presidente hasta ahora. Intentó verlo en el búnker de la Fiscalía, pero Nicolás se negó a recibirlo. Sin embargo, hace unas semanas Petro lo visitó en su casa de Barranquilla. Hablaron del hijo que esperaba Nicolás con su nueva pareja que, por cierto, acaba de nacer. Se llama Luka Samuel. Cuando se supo que tanto él como Juan Fernando eran investigados por las autoridades, Petro dijo que dejaba el caso en manos de la justicia y que no iba a intervenir. Puso por delante su papel de presidente al de hermano y padre.

Laura Sarabia y Armando Benedetti.
Laura Sarabia y Armando Benedetti.Santiago Mesa/Camilo Rozo

El problema de Petro no se limita a su familia. En campaña formó un triunvirato con Armando Benedetti, un político astuto que le consiguió muchos votos en la costa caribe colombiana, y la asistenta personal de este, Laura Sarabia. Se recorrieron Colombia con un avión privado en busca de un clima de apoyo que le aupara a la presidencia. Los tres pasaban 16 horas al día juntos. Sarabia y Benedetti mataban por el candidato, que en meses sería el presidente. Llegado el momento, este colocó a Sarabia en el despacho de al lado, nombrándola jefa de gabinete. A Benedetti, que arrastraba varias causas judiciales, lo envió mucho más lejos, a Caracas, como embajador. La relación entre Sarabia y Benedetti se fue deteriorando a causa de los celos de él y empezaron una guerra sorda que terminó con la revelación de una niñera que trabajó para ambos de que había sido sometida al polígrafo y tuvo el teléfono pinchado por unas escuchas ilegales. El conflicto escaló hasta convertirse en un asunto nacional que generó una crisis en el Gobierno. Petro se vio obligado a destituirlos a ambos ―a ella la ha recuperado ahora para otro cargo relevante― con todo el dolor de su corazón. De nuevo, los problemas le surgían del interior, del vientre de su ejecutivo.

El enemigo, piensa Petro, acecha ahí fuera, presto para zarandear a su Gobierno, a no dejarle avanzar e impedir sus reformas. Pero deberá incluso estar más atento a quienes lo rodean, los que departen con él en el día a día. En más de una ocasión, el presidente ha dicho que el poder es un veneno que enloquece a los que lo ostentan, como si se colocaran el Anillo Único de Saurón. Crea pequeños napoleones que confunden el camino. Esa puede ser la criptonita de Petro.

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Sobre la firma

Juan Diego Quesada
Es el corresponsal de Colombia, Venezuela y la región andina. Fue miembro fundador de EL PAÍS América en 2013, en la sede de México. Después pasó por la sección de Internacional, donde fue enviado especial a Irak, Filipinas y los Balcanes. Más tarde escribió reportajes en Madrid, ciudad desde la que cubrió la pandemia de covid-19.

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