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Felipe Estefan: “América Latina es esencial para la conversación global sobre la democracia”

El vicepresidente de Luminate para la región habla sobre la crisis de representatividad, legitimidad y de información que afectan la democracia en la región, pero encuentra que hay esperanza para reimaginar una democracia más igualitaria

Catalina Oquendo
Felipe Estefan, vice president for Latin America at global non-profit foundation Luminate.
Felipe Estefan, vice president for Latin America at global non-profit foundation Luminate.Luminate

“América Latina es esencial para la conversación global sobre la democracia”. El colombiano Felipe Estefan está convencido de que la “enorme cultura de arraigo democrático de la región”, -que surge de las ingratas experiencias de haberla perdido durante dictaduras-, consolidó una ciudadanía activa cuyos aprendizajes serán esenciales para proteger la democracia en el mundo. Estefan es vicepresidente para América Latina de Luminate, fundación global sin ánimo de lucro, que trabaja para empoderar a personas y organizaciones que han estado subrepresentadas y que se rige por una pregunta: ¿Qué sucedería si todas las personas tuvieran el poder para influir en las decisiones que afectan sus vidas? Sobre los desafíos en América Latina y el estado de la democracia, conversa con EL PAÍS.

Pregunta. Dice que una verdadera democracia es la que apunta a disminuir las desigualdades. Sobre esa base, ¿cómo está la democracia en nuestra región?

Respuesta. Una democracia no es solo un sistema en el que las personas votan y eligen a una persona. Para que funcione bien tiene que representar verdaderamente las identidades y los intereses de la población, y quienes gobiernan deben estar al servicio de un interés público que se entiende como prosperidad para todos y todas. Siendo así, sin representatividad y sin diversidad no hay verdadera democracia. Desafortunadamente, en América Latina los niveles de desigualdad son tan amplios que tenemos democracias con crisis de representación.

P. ¿Cómo se expresa esa crisis?

R. Quienes ya tienen el poder son las personas que terminan accediendo al poder político y tomando decisiones con base en lo que les sirve a ellos y ellas. Entonces se excluye a un montón de personas que son parte esencial de la sociedad. Cuando pensamos en poblaciones históricamente excluidas estamos hablando de mujeres, minorías raciales y étnicas, pueblos indígenas y originarios, comunidades LGBTQ+, jóvenes, que no se ven representadas verdaderamente en la democracia. Luego, las decisiones que se toman y las políticas públicas que se diseñan no necesariamente están respondiendo a lo que esas comunidades necesitan. Para que una democracia funcione bien tiene que ser con todos y todas y para todos y para todas.

P. ¿Esa es la nuez de la desconfianza en la democracia?

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R. Esa desconfianza la asigno básicamente a tres factores. Uno tiene que ver con esa crisis de representatividad: las personas ven a quién es electo y no necesariamente se ven a sí mismos, a sus familias, ni a alguien que los defiende lo que necesitan día a día. Hay una brecha entre lo que la gente verdaderamente siente y necesita y lo que ve que hacen los gobernantes.

P. ¿Y los otros?

R. El otro tiene que ver con lo que llamo la crisis de legitimidad. La gente está esperando resultados de sus gobernantes y muchas veces no los ve, en ciertos casos por corrupción, en otros por mal manejo, a veces por incompetencia. Los resultados que la gente quiere y se merece no necesariamente son los que están produciendo los gobernantes. Finalmente, el tercer factor es la crisis de información.

P. ¿Por qué esta última puede afectar la democracia?

R. Hay unos sistemas de manipulación de información, muchas veces a través de plataformas de redes sociales, en los que las personas están comenzando a operar con base en realidades diferentes, hechos diferentes, información falsa o que ha sido alterada expresamente por personas que quieren manipular la opinión pública. Eso hace que no podamos tener un diálogo democrático como ciudadanía basados en una realidad compartida. La crisis de representatividad, más la de legitimidad y la de información, nos llevan a decir que estamos en un momento de amenazas a la democracia en América Latina y alrededor del mundo.

P. Ese coctel ya ha hecho estallar protestas en toda la región.

R. Lo que hemos visto en últimamente, en Perú o Ecuador y ahora con la Constituyente en Chile, es una prueba de que la ciudadanía en América Latina tiene cultura democrática y la expectativa de que sus gobernantes los van a representar. Eso es un motivo de esperanza. Hay bastante señales de esperanza para la democracia.

P. ¿Por qué ser optimistas en este contexto?

R. Hay dos señales. Una es que las ciudadanas y los ciudadanos de América Latina saben lo que quieren y se están organizando para ser escuchados. Eso es algo bueno en una democracia. La otra es que hay muchísima prensa independiente. A pesar de que es una región con amenazas increíbles a la prensa, los periodistas están haciendo labor investigativa profunda, de calidad, para informar a la ciudadanía y hacer rendir cuentas a quienes están en el poder. Adicionalmente, vemos una mayor representación en temas de cultura y las historias que se cuentan, quién cuenta qué historias y cómo nos vemos como sociedad. Finalmente, la ciudadanía tiene mayor concepción y llama la atención a la gente que manipula y esparce información falsa y mensajes de odio. Veo entonces una ciudadanía comprometida con la democracia que quiere participar y ser escuchada.

P. ¿Los gobernantes están contribuyendo a profundizar esa crisis de información y los discursos de odio?

R. América Latina tiene una larga historia de gobernantes que quieren controlar y manipular la información. No es solo por la tecnología, pero ésta ha incrementado la posibilidad de que la información falsa o manipulada se esparza en la población de una manera rápida. La forma en la que la información está consumiéndose, distribuyéndose, es algo que no puede ser controlado ni por un gobernante, ni por un Gobierno, ni una compañía; como sociedad tenemos que entender cómo vamos a regular a los actores que permiten la manipulación de los ecosistemas de información. Los gobernantes tienen una responsabilidad por el megáfono del tamaño que manejan, y es entrar a ese ecosistema con información verídica.

P. Ustedes trabajan con comunidades subrepresentadas, ¿ha cambiado el concepto de la subrepresentación con el tiempo?

R. La definición de quiénes está excluidos es algo que constantemente exploramos, porque el camino hacia la verdadera inclusión y representación nunca tiene un momento de misión cumplida. En sociedades donde hay sistemas de inequidad y de poder que son injustos siempre hay que estar pensando quién se ha quedado por fuera, quién no está en la conversación, quién debería tener más voz, a quién se le ha cerrado la puerta y por qué. Hay unos temas particularmente importantes, aunque no los únicos, como una brecha muy significativa en términos de liderazgos políticos y cívicos para mujeres y personas de género no binarias.

P. Es muy acentuada la subrepresentación de mujeres en el poder

R. El tema de género es esencial en América Latina. Basta ver la foto de la reunión que el presidente de Brasil organizó con presidentes sudamericanos a la que no pudo ir la presidente de Perú, Dina Boluarte. Eran solo hombres. Hay que pensar en cómo construir los liderazgos políticos y cívicos de las mujeres. Colombia y México son los dos países más grandes de América Latina que no han elegido a una mujer como presidente.

P. Han analizado también la relación de los jóvenes con la democracia…

R. Las últimas encuestas que hicimos en Argentina, Brasil, Colombia y México arrojaron que las personas entre los 16 y los 35 años tenían una visión menos favorable de la democracia que las personas mayores de esa edad. Creo que eso está atado a esas crisis de las que hablábamos, pero también a que los más jóvenes no siempre sienten que tienen la posibilidad de candidatizarse, acceder al poder y ser tomados en serio.

P. ¿Cuáles son los desafíos particulares que enfrentan al empoderar a estar personas en América Latina?

R. Uno de los más claros es la violencia. Por ejemplo, la última elección en México fue la más violenta para mujeres candidatas. Hubo una variedad de amenazas y hasta, desafortunadamente, asesinatos. En Colombia también tenemos ese problema que hace que los candidatos y candidatas no se sientan seguros al hacer campaña. Otro desafío es el de acceso a herramientas, habilidades y recursos financieros. Personas que se están candidatizando por primera vez y que no saben cómo se milita en un partido, pero que tienen una pasión por ser líderes democráticos, no tienen acceso a las herramientas o al dinero necesario. Y el otro reto es la discriminación a las personas de las comunidades que he mencionado. Muchas veces son atacadas de forma muy directa y personal, a través de redes sociales, con mensajes sexistas, racistas, homofóbicos y clasistas, que hacen muy difícil que sientan que vale la pena seguir en la lucha para acceder al poder político.

P. Luminate se rige en todo el mundo por la pregunta: “Qué sucedería si todas las personas tuvieran el poder para influir en las decisiones que afectan sus vidas” ¿Cómo sería la proyección para América Latina?

R. América Latina es esencial para la conversación global sobre la democracia. La pregunta acerca de si está en crisis, se puede salvar o cuál es la democracia que podemos construir no es exclusiva de la región, que sí es central en ese debate. Esto porque América Latina tiene una cultura de arraigo democrático que viene de una experiencia muy reciente de saber qué es lo que pasa cuando no hay una democracia, y tiene una ciudadanía que quiere participar en las decisiones que impactan su vida. La apuesta no es ni siquiera salvar una versión de la democracia que existía antes; es reconstruir y reimaginar la democracia que en verdad siempre nos hemos merecido en América Latina, que es una democracia plural, diversa, representativa y eficiente.

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Sobre la firma

Catalina Oquendo
Corresponsal de EL PAÍS en Colombia. Periodista y librohólica hasta los tuétanos. Comunicadora de la Universidad Pontificia Bolivariana y Magister en Relaciones Internacionales de Flacso. Ha recibido el Premio Gabo 2018, con el trabajo colectivo Venezuela a la fuga, y otros reconocimientos. Coautora del Periodismo para cambiar el Chip de la guerra.

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