Los astros del ajedrez, encerrados en un paraíso
Carlsen, Ding y otras seis estrellas compiten e investigan la revolucionaria modalidad 960 en un hotel de superlujo, cerca de Hamburgo
Un considerable porcentaje de los aficionados echan pestes de la modalidad ajedrez 960, quizá por miedo a lo desconocido. Pero es innegable que los ocho gladiadores encerrados en el exclusivo complejo Weissenhaus, en la costa alemana del Báltico, están produciendo partidas de muy alta calidad, que plantean un agudo debate sobre cambiar la posición inicial de las piezas para que todo el conocimiento acumulado durante siglos sobre las aperturas de la posición clásica sea inservible. EL PAÍS ha podido comprobar que los jugadores están muy satisfechos, aunque cabe preguntarse cuánto influye el entorno de gran lujo.
“Creo que acabaremos enamorados de esta manera de jugar, aunque de momento es muy estresante”. Esa frase del estadounidense de origen armenio Levón Aronián refleja el sentir general de sus colegas, tratados como reyes para combatir el agotamiento. Más que habitaciones, el complejo hotelero está formado por casitas, entre bosques y cercanas a la playa, que incluyen sauna privada; y la comida es exquisita todos los días. Cada detalle se cuida con mimo por el mecenas-organizador, el millonario alemán Jan-Henric Buetner.
“Lo que hacemos aquí es un trabajo muy duro”, recalca Magnus Carlsen, el número uno del mundo, cuyo apoyo total a la idea de Buetner ha sido clave para atraer a la prensa y convertir este torneo en un hito para disparar el debate entre ajedrez clásico y 960. La diferencia básica es que hay 960 maneras de empezar la partida; por tanto, se debe pensar en profundidad desde el minuto uno, en lugar de realizar los primeros quince, veinte o más primeros movimientos de memoria, como ya es habitual -incluso entre aficionados- por la enorme influencia del entrenamiento con computadoras muy potentes.
Otro factor muy favorable, además de las condiciones de gran lujo, es que el torneo no cuenta para la lista mundial, lo que ayuda mucho a que el ambiente sea bastante menos tenso que en las competiciones normales. Eso se nota en la sonrisa que casi todos los jugadores muestran cuando llegan al pequeño edificio donde está el escenario, acompañados por entrenadores, amigos o parejas. En el caso de Carlsen, por su novia, quien de momento no quiere revelar su nombre; ambos llegan de la mano, en una escena más propia de películas románticas; viéndolos sin saber el contexto, nadie diría que al noruego le espera un reto durísimo en pocos minutos.
Adentro, la nota más surrealista es que el sorteo de la posición inicial de las partidas de la jornada lo realiza Miss Angola, Teresa Sara, como invitada especial. Pero en cuanto se conoce qué número ha salido del bombo (este martes fue el 636), las neuronas de los gladiadores mentales empiezan a trabajar intensamente. Disponen de unos minutos para pensar en la posición que van a enfrentar; y entonces se ve algo- que jamás ocurre en un torneo normal: algunos de los que juegan con blancas (Aronián y el campeón del mundo, Liren Ding) se sientan juntos ante un tablero para elaborar en equipo algunas ideas generales que les puedan ser útiles a todos; y, al otro lado de un tabique, tres de los que conducirán las negras (el uzbeko Nodirbek Abdusattórov, el estadounidense Fabiano Caruana y el alemán Vincent Keymer) hacen lo mismo.
Mientras tanto, Carlsen deja en su camerino -donde hay chocolate negro, fruta, café, té y otras bebidas no alcohólicas- que su novia le abroche bien los botones de la camisa y compruebe que toda su vestimenta está en orden. Cuando el árbitro avisa por megafonía de que faltan dos minutos para empezar, el escandinavo va a su mesa, estrecha la mano de Abdusattórov con una corta sonrisa, rellena minuciosamente la planilla con los datos de ambos jugadores y la fecha; y esconde su cabeza entre las manos para concentrarse en elegir su primer movimiento. Tarda un buen rato en ello, al igual que sus colegas, contrariamente a lo que ocurre en el ajedrez clásico, donde la tensión real no empieza hasta mucho después, cuando se deja de jugar de memoria.
Otro signo distintivo de esta modalidad es que cada jugador puede extraer ideas interesantes de lo que está ocurriendo simultáneamente en los otros tres tableros, dado que con toda probabilidad es la primera vez en su vida que afrontan esa posición. De modo que Carlsen y sus colegas dan rápidos paseos por la sala cuando les toca mover a sus rivales. Mientras tanto, los comentaristas en director por internet, el húngaro Peter Leko y la india Tania Sáchdev, entusiasman a los millones de aficionados de todo el mundo que siguen una retransmisión de muy alta calidad profesional.
Uno de los detalles que dan valor añadido al torneo es que los participantes han aceptado que se midan sus pulsaciones durante las partidas, y que el público las vea reflejadas en las pantallas. Las de Carlsen -quien, desde niño practicó esquí, fútbol, natación y baloncesto, entre otros deportes- están casi siempre entre 80 y 90 a sus 33 años, mientras algunos de sus rivales más jóvenes, como el francés de origen iraní Alireza Firouzja, de 20 años, llegan cerca de las 140 con frecuencia.
El punto negro en este ambiente idílico se llama Ding, muy apreciado por sus colegas como profesional y como persona, cuya baja forma es tan llamativa que da pena. Aún no se ha recuperado de la enorme tensión que sufrió el pasado abril en Astaná (Kazajistán) para ganar el duelo por el título mundial frente al ruso Ian Niepómniashi. Admite que desde entonces ha tenido problemas graves para dormir, conectados con dolencias psicológicas, sin dar más detalles.
De pronto, las pulsaciones de Carlsen se disparan, de 82 a 109. Probablemente porque intuye -y acierta- que el último lance de Abdusattórov es un error. El noruego gana la primera partida de las dos previstas en las semifinales, mientras Aronián triunfa sobre Caruana. En la lucha por el quinto puesto, Ding vuelve a perder, ante Firouzja. Hay muchos menos empates que en el ajedrez clásico. Aquí corre más la sangre de los gladiadores, tratados como reyes.
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