Ding pasa de cordero a lobo y firma una espléndida victoria en el cuarto asalto del Mundial de ajedrez
Niepómniashi no aguanta con las piezas negras la presión del chino, quien iguala el marcador (2-2) a falta de diez partidas
Los millones de admiradores de Liren Ding tienen dos poderosos motivos para recordar este 13 de abril: Gari Kaspárov, para muchos el mejor ajedrecista de la historia (número uno desde 1985 hasta su retirada, en 2005), cumplió 60 años; y su ídolo pasó de la depresión al júbilo en sólo tres días. El chino ganó a lo grande la 4ª partida del Mundial que disputa con el ruso Ian Niepómniashi en Astaná (Kazajistán), lo que iguala el marcador (2-2) ante la 5ª de las catorce previstas, que se jugará el sábado.
Kaspárov, emigrado a Nueva York en 2013 porque su vida corría mucho peligro en Moscú, dedica ahora la mayor parte de su tiempo a arremeter cada día contra Vladímir Putin (su libro Winter is coming -llega el invierno-, de 2015, predice gran parte de las desgracias causadas por el líder ruso) y también habla a menudo sobre inteligencia artificial, además de dar conferencias a directivos de alto nivel sobre la toma de decisiones. Pero por las noches juega al ajedrez por internet, y sigue los torneos. Antes del duelo de Astaná soltó unas frases lapidarias: “Será un gran espectáculo, pero a duras penas puedo llamarlo Campeonato del Mundo porque no está el mejor”, sentenció, en referencia al todavía campeón, el noruego Magnus Carlsen, quien ha renunciado al título porque no soporta la perspectiva de perder ante un rival (Niepómniashi) a quien considera “claramente inferior” porque le ganó con claridad (7,5-3,5) en 2021 en Dubái.
Dado que el escandinavo ha tomado esa decisión con total libertad, a pesar de que la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE) estaba dispuesta a concesiones en cuanto a los cambios en el formato que demandaba Carlsen, la descalificación de Kaspárov es discutible. Pero lo que El Ogro de Bakú (nació en Azerbaiyán de madre armenia y padre judío, se nacionalizó ruso, reside en EEUU y viaja con pasaporte de Croacia, donde veranea) tendrá que admitir es que el duelo Niepómniashi-Ding ha tenido uno de los comienzos más excitantes en la historia de los Campeonatos del Mundo. Y es bien larga: si se cuentan solamente los oficiales, desde 1886; pero si se añaden los oficiosos hay que remontarse al siglo XVI, cuando el español Ruy López de Segura, cercano al rey Felipe II, fue considerado como el mejor ajedrecista del mundo.
Nadie podía esperar una metamorfosis tan asombrosa de Ding en sólo 72 horas; probablemente ni siquiera su madre, desplazada desde China a Astaná para animarlo. El 3º del mundo daba tanta pena el lunes que resultaba incómodo hacerle preguntas en público tras su derrota en el 2º asalto y la mala impresión que ya había dado en el 1º. Además, la causa principal que aducía para su depresión no es de las que se curan con un café bien cargado: había roto no hace mucho con su novia. Pero ya el miércoles, en el 3ª, el asiático dio muestras indudables de estar listo para el boxeo mental: hizo tablas con las piezas negras sin sufrir ni un ápice y encima se permitió el adorno de afirmar que estaba descontento con el resultado, lo que casi rozaba la arrogancia en una persona que siempre se ha destacado por su gran timidez, aunque también sea muy amable.
Con esas premisas, no fue sorprendente que Ding planteara el cuarto asalto en porfía de su primer triunfo, entrando en una variante de la Apertura Inglesa (1 c4) que suele dar lugar a posiciones desequilibradas y propicias a combates largos y difíciles. La imagen de Niepómniashi tras sólo siete lances era un poema: agachado, con la cabeza apoyada en sus brazos contra la mesa, intentando memorizar las partidas de esa variante que había visto a lo largo de su vida. O erguido, pero tapándose los ojos con las manos o mirando al techo, como si dijera: “Este tío ya no es el corderito del lunes, sino un lobo rabioso que viene a por mí”.
Un ajedrecista recurre en esas situaciones a dos tipos de memoria, muy desarrolladas por el deporte mental: la consciente, que suele ser enciclopédica en los grandes jugadores; y la inconsciente, más conocida como intuición. Es decir, el jugador puede no recordar qué partida concreta se jugó de forma similar, pero en algún lugar de su cerebro está enterrada esa posición, que vio algún día quien sabe dónde hace tal vez muchos años.
De hecho, los once primeros lances de esta partida ya se habían jugado en 2012 por el principal analista de Ding, el rumano Richard Rapport, pero Niepómniashi no se acordaba conscientemente de ello. Sin embargo, la intuición le llevó por el mejor camino, y la posición estaba objetivamente igualada tras el vigésimo segundo movimiento, aunque el eslavo daba muestras de incomodidad, como la de pensar su próxima jugada en el camerino en lugar de sentarse en el escenario.
Igualada, sí, pero nada fácil de jugar para un ser humano, sobre todo para el ruso, porque el chino había sacrificado un peón a cambio de iniciativa y armonía, y cualquier imprecisión de su rival podía derretir la fortaleza defensiva como un azucarillo. Así ocurrió solo seis jugadas más tarde: Niepómniashi ubicó su caballo en una casilla central, y la decisión parecía impecable; pero había omitido un detalle táctico, una celada venenosa que le dejaba en posición perdedora. Desde ahí, Ding lo machacó sin piedad hasta provocar su rendición, tras 47 movimientos en poco más de cuatro horas.
Ding reveló después que ha vuelto a cambiar de hotel, regresando al oficial, Saint Regis, donde se juega el Mundial, del que se había ido por “su lujo excesivo”. Es una manera de reafirmar, por si alguien muy despistado tuviera alguna duda, de que ya no es el alicaído y melancólico Ding del lunes, sino una fiera hambrienta. Y para que Niepómniashi, cuyo gran problema desde que era juvenil ha sido recuperarse de las derrotas, se enterase bien de a quién se enfrenta ahora, remató: “Esta es la victoria más importante de mi carrera, hasta hoy”.
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