Mi delicioso alfil mexicano
Si elaboramos un escalafón de los genios más asombrosos del ajedrez, Torre Repetto estará en los primeros puestos
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¡Saludos desde Ciudad de México!
México es un país fascinante que ya he visitado más de veinte veces (ahora para el Campeonato Iberoamericano), trazando en él grandes diagonales de miles de kilómetros para dar conferencias, seminarios y talleres, cubrir torneos o comentarlos en directo. Cada vez que vengo aprendo mucho, y siempre me tratan con enorme cariño. Y su aportación a la historia del ajedrez es tan llamativa como interesante. Hoy les quiero escribir sobre todo ello, muy condensado, porque da para un buen libro.
Lo primero que aprendí, al poco de aterrizar en mi viaje inicial, fue que la manera de hablar de los vascos (y de los españoles norteños en general) es demasiado brusca para lo que aquí se estila, casi agresiva, porque somos demasiado directos. Lo segundo, conectado con ello, a ser mucho más amable y cortés. Por ejemplo, en lugar de: “Perdone, ¿la calle Benito Juárez?”, que era lo normal para mí, lo correcto aquí sería: “Disculpe, señora, buenos días, ¿cómo está?” Y tras escuchar la respuesta, siempre cordial: “¿Sería tan amable de indicarme por favor dónde está la calle Benito Juárez?”.
Y en ese punto suele ocurrir algo que todo viajero frecuente debe saber, y que no se limita a México, sino a gran parte de Latinoamérica, a casi toda África y a no pocos países de Asia: decir “no tengo ni idea”, o algo parecido, es de mala educación. De modo que quien no sabe dónde está la calle Benito Juárez te encaminará en cualquier dirección que se le ocurra. Solución: hay que preguntar a tres personas, y si dos de ellas coinciden, es muy probable que vayas bien. Ciertamente, Google Maps ha mitigado ese problema, pero no sé si debo lamentarlo porque, lejos de considerarlo un fastidio, ese juego psicológico me parecía muy divertido.
Antes de mi primera visita profesional (en 2005, para publicar el proyecto de que el torneo español de Linares, el Wimbledon del ajedrez, iba a compartir su sede con la ciudad mexicana de Morelia), lo que yo sabía sobre el ajedrez en México era la apasionante vida de un genio malogrado, el yucateco Carlos Torre Repetto (1904-1978), bien plasmada recientemente en el documental Torre x Torre, de Juan Obregón y Roberto Garza, disponible en varias plataformas. Si elaboramos un escalafón de los genios más asombrosos que se han dado en la muy larga historia del ajedrez, Torre Repetto estará en los primeros puestos. Asombró a los doce años por su inmenso talento en Nueva Orleans, adonde escapó su familia porque la situación en México era muy convulsa, y fue campeón del estado de Luisiana rápidamente. Siguió pasmando a cuantos le conocían en Nueva York, en los importantes torneos (todos en 1925) de Baden Baden (Alemania), Marienbad (Checoslovaquia), Moscú… En la capital rusa, a los 21 años recién cumplidos, el prodigio de Yucatán hizo tablas con el campeón del mundo, el cubano José Raúl Capablanca, y ganó al excampeón Emanuel Lasker, alemán, entre otras hazañas.
De pronto, esa biografía fabulosa es tapada por una tragedia, en forma de brote psicótico. Tras una decepcionante actuación en Chicago, 1926, y unas copas de alcohol para olvidar en Nueva York, Torre se desnuda en un autobús, deja ahí su ropa y se va al zoológico. Detenido y deportado, ahí acaba su vida pública, a los 21 años. Por fortuna, nos quedan sus partidas, y varias de ellas son obras de arte inmortales. Y también nos queda el torneo Memorial Carlos Torre cada navidad en Mérida (Yucatán), que consolidó tras grandes esfuerzos un hombre maravilloso, Alejandro Prevé, a quien nunca olvidaré.
Les decía que las aportaciones más valiosas de México al ajedrez no se limitan al genio malogrado. Las que mejor conozco, porque puse mi granito de arena en ellas, son del siglo XXI, y se deben a otro organizador excepcional, Hiquíngari Carranza. El 22 de octubre de 2006 batió el récord Guinness de partidas simultáneas con 13.600 personas en la imponente Plaza del Zócalo de Ciudad de México. Luego se convirtió en presidente de la Fundación Kaspárov Iberoamérica, con la que colaboré como director de ponentes.
Formamos en ajedrez educativo a más de 15.000 personas en México, Panamá y España (la gran mayoría, maestros de escuela, y también monitores de ajedrez) en largas e intensas giras por gran parte del país. Y me he guardado lo más difícil para el final. Los festivales de ajedrez (deportivo, educativo, artístico, científico, social, terapéutico…) organizados por Carranza en la Universidad Autónoma de México (UNAM) fueron tan grandiosos como el tamaño de ese recinto: a lo largo de varios días, más de 400.000 personas pasaban por ellos.
Gracias a esa fundación también viví algunas de las experiencias más inolvidables de mi vida en diversas cárceles mexicanas, grandes y pequeñas, de hombres o de mujeres. Incluida la de máxima seguridad de El Altiplano, de donde solo ha logrado escapar el legendario criminal El Chapo Guzmán. En ella pasé cinco días (25 controles cada mañana y cada tarde para entrar y salir), dando 15 conferencias a 900 presos (en grupos de 60) entre quienes se encontraban los más destacados asesinos, secuestradores, narcotraficantes y pandilleros.
De todo ello podría contarles historias muy vibrantes. Pero si debo elegir solo un elemento entre tantos recuerdos de mis diagonales mexicanas, es el indescriptible -porque solo lo entiendes si lo sientes- calor humano de los mexicanos. Me estoy emocionando mientras lo escribo. Es muy probable que en este país haya firmado más autógrafos y me hayan sacado más fotos que en la suma de todos los demás, incluido España. Llevo varios días pensando que Ciudad de México sería la sede ideal de una final del Campeonato del Mundo, ahora que el ajedrez está de moda por doquier. Ojalá. ¡Ándele!
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