Gestionar mal el tiempo: la pesadilla del ajedrecista
Ding perdió el martes la 7ª partida del Mundial de Astaná porque no supo controlar el reloj cuando tenía dominado a Niepómniashi
No pocos expertos creen que el ajedrez es muy útil para altos directivos porque enseña a tomar decisiones difíciles con rapidez y bajo presión. Los jugadores sufren no solo el apremio objetivo de hacer muchas jugadas en segundos o pocos minutos, sino el subjetivo de ver a un diablo con la guadaña que va a por ellos; a veces, a pesar de su pericia y experiencia, eso les bloquea la mente. Así le ocurrió el martes al chino Liren Ding cuando perdió, tras lograr ventaja, la séptima partida frente a Ian Niepómniashi en el Mundial de Astaná (Kazajistán). El ruso manda por 4-3, pero conducirá las piezas negras desde el jueves en cuatro de las siete que faltan.
En el Mundial se dispone de más tiempo que en los torneos de élite: dos horas cada uno para los primeros 40 movimientos; una hora más para llegar al 60; si la partida aún sigue, 15 minutos más hasta el final, pero añadiendo 30 segundos automáticamente tras cada jugada. Esto último se hace para evitar que alguien con ventaja aplastante pueda perder por tiempo, dado que tendrá siempre al menos 30 segundos para el próximo lance. De las pruebas oficiales con muchos participantes, la principal es la Copa del Mundo: 90 minutos para los primeros 40 movimientos, y 30 minutos para el resto (con los 30 segundos de incremento adicional). Todo eso es ajedrez clásico. Aparte están la modalidad rápida (muy en boga desde que la pandemia puso de moda el ajedrez por internet), donde las partidas suelen durar menos de 45 minutos, y relámpago (menos de diez). También existe el Armagedón o muerte súbita, para desempatar: por ejemplo, cuatro minutos para el jugador de las piezas negras y cinco para el de las blancas, obligado a ganar. Aún habría que añadir el ajedrez-bala (bullet), con un minuto para cada jugador para toda la partida, muy popular en internet.
En el ajedrez clásico es cada vez más frecuente que un gran número de los movimientos iniciales (a veces, más de veinte) se realicen de memoria, siguiendo análisis caseros contrastados con computadoras muy potentes, que juegan mejor que el campeón del mundo. Pero Ding huye de eso porque está convencido de que su comprensión del ajedrez es más profunda y universal que la de Niepómniashi, muy peligroso cuando ataca pero no tanto en otro tipo de posiciones, aunque haya mejorado en ellas desde hace dos años. En consecuencia, Ding persigue que su rival tenga que pensar con su propia cabeza lo antes posible, sin jugar de memoria.
El problema de esa estrategia es que él también tiene que invertir más tiempo del normal en los primeros 20 o 25 lances. El martes solo le quedaban unos diez minutos tras el 27 para llegar al 40. Pero ya había hecho lo más difícil: secar el tremendo ataque de Niepómniashi con varias jugadas finísimas; dominaba la única columna abierta, en el centro, y por tanto tenía el control. Los resultados lógicos, en condiciones normales, eran dos: victoria suya o tablas.
Pero Ding siguió apurándose, y en el 31 solo disponía de dos minutos para diez movimientos. La buena noticia para él era que la posición le permitía hacer jugadas de espera, que no estropeaban nada y ganaban tiempo. Incluso ajedrecistas no profesionales hubieran intentado eso, ante lo cual Niepómniashi tendría que elegir entre dos caminos: A) También jugadas de espera, lo que ayudaría al chino a pasar el control de la 40 sin problemas; B) Complicar todo lo posible para provocar el error de Ding; pero esto le hubiera obligado a pensar y calcular previamente, y entonces el asiático podría haber calculado también con el tiempo de su adversario.
En lugar de ello, Ding entró en pánico porque vio al diablo con la guadaña: la perspectiva de perder por tiempo una partida que había jugado tan bien hasta ese momento paralizó sus neuronas. No pensó que hacer tablas era un buen resultado con las piezas negras y el marcador igualado, y optó por la variante más aguda posible, que le obligaba a atacar con mucha precisión sin tiempo en el reloj. Y el de la guadaña lo alcanzó, porque Niepómniashi olió la sangre y se metió en la continuación más compleja porque sabía que solo una computadora podría encontrar las mejores respuestas con tanta rapidez. Y Ding es un ser humano, a quien la ambición y la presión ambiental le llevaron a perder el control de sí mismo.
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