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Un hogar temporal para los que huyen de la guerra Turquía acoge a 3,7 millones de refugiados, de los que 3,4 son sirios. Más del 90% residen en pisos de alquiler y los menos permanecen en campos. La guerra dura ya siete años y los que huyen de ella comienzan a asentar su vida en el país vecino, siempre con un ojo puesto en la vuelta a casa. Pero por ahora, la falta de seguridad y de recursos para reconstruir sus casas les impide regresar Nahla con sus hijos pequeños, Isra y Nuri. Tiene otros siete hijos más mayores, pero tres de ellos están casados y no viven en esa misma casa. Cada unidad familiar recibe de media unos 150 euros mensuales que proporciona la Unión Europea y organismos internacionales y que reciben gracias a una tarjeta de crédito. Los niños están escolarizados aunque el de 14 años combina el colegio con un trabajo en un supermercado. Entre 2012 y 2013, miles de sirios huyeron de su país por culpa de la guerra civil que asola el país desde 2011. Una inmensa mayoría cruzó la frontera con Turquía. Nahla llegó en 2013 a Gaziantep, el sur de este país, con su familia y tras la muerte de su marido. Asegura que estaba tan traumatizada que no recuerda nada del viaje ni de sus primeros días en su nuevo hogar. Ella es uno de los 3,7 millones de refugiados que viven actualmente en ese país y, como muchos, está a la espera de que acabe la guerra y la situación se estabilice para poder volver a su casa. El marido de Nahla, de 49 años, trabajaba en la construcción en Alepo y murió un día cuando volvía a casa del trabjo y pisó una mina. Desde ese momento los niños tenían pesadillas y Nahla se dio cuenta de que no podía garantizar su seguridad si continuaban allí. Pagó a un contrabandista que les ayudó a cruzar la frontera a pie. Desde finales de 2016 los refugiados tienen que registrarse si quieren obtener la ayuda económica que les proporciona los fondos de la Unión Europea y que implanta el Porgrama Mundial de Alimentos de la ONU). Este sistema garantiza que son las propias familias las que deciden en qué gastar sus ingresos en función de sus necesidades. Nahla reconoce que el proceso para obtener la tarjeta fue un poco engorroso, sobre todo por la dificultad del idioma a la hora de hacer los trámites. Tardó seis semanas desde que inició el proceso en recibir el primer ingreso. Huda hace la compra en un mercado junto a sus hijos. El propietario del comercio asegura que han incorporado un tipo especial de pan sirio para adaptarse un poco a los gustos de los refugiados. Ella está feliz porque con esta ayuda ya no tiene que preocuparse por el alquiler. Huda sostiene a su hijo pequeño, que nació ya en Turquía. Su hija María aún no va al colegio, pero su hijo mayor sí y ya habla un perfecto turco. Tanto, que muchas veces actúa de intérprete con sus padres. Ahmed (30 años) vive en un piso de dos habitaciones y cocina junto a su mujer Rukye (25 años) y a sus hijos Lujain (7 años), Orjuan (6 años), Omar (4 años) y Hadija (8 meses). "Muchos caseros no quieren alquilar su casa a refugiados. Antes de llegar aquí, estuvimos en la parte trasera de una tienda y en un sótano", cuenta. La más pequeña de la familia nació en Turquía y la madre cuenta que solo fue una vez al médico para recibir atención prenatal y que tuvo suerte porque tanto el embarazo como el parto fueron "muy buenos". El Gobierno turco ha facilitado sus instalaciones e infraestructuras para atender a los refugiados, pero la barrera del idioma dificulta mucho las cosas. Este es el barrio en el que viven Ahmed y Rukye junto a sus tres hijos. Los primeros que huyeron de la guerra tenían más posibilidades económicas, pero el grueso de agricultores y obreros que llegaron a partir de 2012 se alojan en zonas humildes.