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La vida después de Abigail

Los hermanos de una mujer asesinada en Terrassa viajan más de 10.000 kilómetros para recoger a su sobrina de dos años, que estaba presente cuando su padre mató a su madre y se suicidó

Pilar Álvarez
Mujer asesinada Sant Vicenç
La pequeña E. juega con sus tíos Matías y Ezequiel en un parque de Terrassa a principios de octubre.CRISTÓBAL CASTRO

En la tarde de un viernes seminublado de octubre, dos operarios de la funeraria de Terrassa sellan desde una grúa la lápida de Abigail, en la sexta fila de nichos del cementerio. Sus hermanos Ezequiel y Matías no pierden ojo. Unas 30 personas les acompañan en la despedida. Todos eran extraños para ellos hasta hace apenas dos meses, ahora son casi familia. Gracias a ellos pueden estar aquí hoy, despidiendo a Abi, asesinada por su marido. La mató, quemó su cuerpo en un descampado y después se suicidó delante de la hija de ambos, la pequeña E., que cumple dos años el mismo día del entierro. Tío Matu y tío Chiqui, como ella los llama, son sus parientes más cercanos y han venido a buscarla. Los dos jóvenes argentinos, de 28 y 26 años, han recorrido más de 10.000 kilómetros desde Buenos Aires hasta esta ciudad al norte de Barcelona que albergará para siempre los restos de la hermana muerta. Después de un asesinato machista no suele haber noticias, parece que todo termina. Para algunas personas, no ha hecho más que empezar.

Antonella Abigail, a la que llamaron así por una telenovela, fue asesinada el 29 de julio de 2021 en su casa por su marido, Adrián, con el que vivía en Terrassa desde 2017. Se mudaron desde Buenos Aires porque él encontró un trabajo como técnico de sistemas.

Los hermanos le habían escrito aquel mismo día al chat familiar. “¿No te parece raro que Abi no responda a los mensajes?”, le preguntó Matías a Ezequiel tras horas de silencio. Durante dos días buscaron pistas por las redes sociales. En las stories de una de las conocidas de Abigail en Instagram, Ezequiel se topó con la noticia de un “macabro hallazgo” en un descampado en Sant Viçen, a 28 kilómetros de Terrassa. En un principio, la pasó de largo.

Matías abraza al pastor durante el funeral de su hermana Abigail, en Terrassa, a principios de octubre. En primer término, su hermano Ezequiel.
Matías abraza al pastor durante el funeral de su hermana Abigail, en Terrassa, a principios de octubre. En primer término, su hermano Ezequiel. CRISTÓBAL CASTRO

La última vez que los tres hermanos se vieron fue en otro entierro, el de su madre. En diciembre del 2020, Abigail viajó a Buenos Aires con la pequeña E., que conoció entonces en persona a sus tíos, como recuerdan ambos sentados en la terraza de un hotel de Terrassa horas antes de enterrar a su hermana. Todo se torció, aseguran, el 25 de marzo, cuando tuvo lugar un accidente con una taza de té.

Aquella jornada, mientras los tres hermanos conversaban por videollamada como acostumbraban a hacer cada semana, el cuñado salió de la cocina y dejó en la mesa una taza de agua caliente para un té. “Fue a buscar algo y la nena se volcó el vaso de agua en la cabeza. Empezamos a oír sus llantos”, cuenta Matías. Escucharon los insultos de Adrián: “Sos una mala madre, no te puedo dejar sola con la nena, siempre estás con el móvil”. La niña sufrió quemaduras de segundo grado en el brazo izquierdo y le tuvieron que hacer un injerto de piel. Pasó tres semanas en el hospital.

Abigail contactó entonces con una organización feminista, Punt Lila de Terrassa, y les pidió ayuda después de que su marido intentara echarla de la casa. Una de sus integrantes, Mireia, que pide figurar sin apellido, cuenta que fueron hasta cuatro veces a los mossos entre el 12 y el 21 de abril para denunciar que hubo insultos, violencia económica y hasta una agresión, pero los agentes no la creyeron: “Dijeron que eso era una discusión de pareja, que volviera a casa”. Formalizaron entonces la denuncia ante la policía local de Terrassa y hubo una vista, pero el juzgado rechazó poner una orden de alejamiento. Ahora está muerta.

Abigail, en la imagen que presidió su sepelio, cedida por la familia.
Abigail, en la imagen que presidió su sepelio, cedida por la familia.

Un pastor evangélico dirige el sepelio de Abigail. Es la religión que profesa la familia. Una foto en blanco y negro de ella sonriendo preside la sala. Tenía 30 años cuando fue asesinada. Ezequiel se dirige a los asistentes desde el atril: “Estamos muy agradecidos con ustedes, cada uno nos ayudó. Nunca nos dejaron solos”. Mireia, que se sienta junto a los hermanos y un grupo de feministas de Terrassa, fue la primera persona con la que contactaron tras el asesinato, quien les confirmó lo que había pasado. Ellos aseguran que ninguna institución les llamó oficialmente en esos primeros días para informarles de que su hermana había sido asesinada. El primer pésame oficial, el del Ayuntamiento de Terrassa, no les llegó hasta septiembre, más de un mes después.

Desde el primer momento, ambos estaban decididos a llevarse a la niña a Buenos Aires. Contactaron con el cónsul, hicieron una decena de llamadas a España y recibieron otras tantas. Les localizaron desde el Fondo de Becas Soledad Cazorla para huérfanos de la violencia machista, que se ofreció a pagar los vuelos. Los hermanos calculan que les hubiera costado el equivalente al sueldo de 10 meses y aseguran que ni el Gobierno español ni el argentino quisieron pagarlo. Abrieron una colecta por internet para la repatriación del cadáver de la hermana, pero acabaron descartándola porque era demasiado cara y destinaron el dinero a los gastos de estancia en España. El Ayuntamiento de Terrassa pagó el hotel en el que permanecieron casi un mes y también el nicho de Abigail después de que las feministas del Punt Lila lo pidieran en una reunión.

Pasaron nueve días desde el asesinato hasta que Ezequiel y Matías pudieron comunicarse con su sobrina, trasladada a una casa de acogida en mitad del campo, donde estaba aislada por covid acompañada de una educadora. La primera llamada duró 15 minutos: “Al principio estaba con la computadora y no quería saber nada”, cuenta Ezequiel. Le cantaron y consiguieron enseguida que conectara con ellos. Ambos contuvieron la emoción.

Mientras preparaban el viaje a España, iniciaron los trámites para ser los tutores de la pequeña. En Buenos Aires les visitaron trabajadoras sociales y abogadas, revisaron las partidas de nacimiento de los tres hermanos, les hicieron un informe psicológico e inspeccionaron la casa familiar, donde viven ambos, para ver si era apta para una menor. La pequeña ocupará la habitación de la abuela, que reformaron para ponerle un suelo blandito, una cuna y juguetes.

El 26 de septiembre, dos meses después del asesinato de su hermana, llegaron a España en el primer viaje en avión que han hecho en sus vidas. El día 27, lunes, se encontraron por fin con la niña. La pequeña E. miró a uno, luego al otro y puso cara de sorpresa. Pasaron juntos más de una hora: “La nena estaba retímida, no quería jugar con nosotros”, dice Matías. Fuentes del caso explican que ese primer encuentro fue “muy emocionante”. La niña primero se quedó sorprendida, pero enseguida se fue con ellos. Los profesionales que la han tratado destacan que se adapta con facilidad, no le cuesta trabajo socializar. En la segunda visita la dejaron salir con sus tíos. La niña les tiraba besos, estaba muy contenta.

Durante su primera semana en Terrassa, las visitas a la niña fueron aumentando progresivamente hasta que pudieron pasar un día entero juntos. Le cocinaron pollo y patatas fritas, de postre tomó gelatina y luego durmió la siesta. Han descubierto que es una niña muy buena, pero no le gusta que le digan que no. “Se parece mucho a mi hermana”, dice Matías.

Tío Chiqui y tío Matu se hicieron pronto con ella. Aprendieron a cambiar pañales y eligieron qué canciones de cuna eran las mejores para dormirla. Pero lo que queda por delante no es fácil. Necesitarán ayuda psicológica para que la niña pueda llegar a entender algún día la dimensión de lo que ocurrió. El equipo que la trató considera que es una ventaja que la niña tenga solo dos años y sea “tan resiliente” y sociable, según fuentes del caso. “Si la familia propicia una situación lo más normalizada posible, sin sobreprotegerla, su cerebro podrá situar esta experiencia en un lugar que no afecte al resto de su desarrollo”, añaden.

Matías y Ezequiel cambian el pañal de su sobrina, en Terrassa.
Matías y Ezequiel cambian el pañal de su sobrina, en Terrassa. CRISTÓBAL CASTRO

Cuando la menor llegó al centro de acogida ni siquiera balbuceaba. En apenas un par de días recuperó el habla y empezó a compartir juegos con otra niña. Nunca preguntó por sus padres a sus cuidadoras, pero sí a sus tíos. “Una tarde, mientras la intentábamos dormir durante la siesta, empezó a decir: ¿Mi papá? ¿Mi mamá?”, recuerda Ezequiel. “Me puse a llorar”.

La psicóloga Yolanda Bernárdez, especializada en la atención a víctimas de violencia machista, asegura que “cuando una criatura es tan pequeña, lo que hay que responder es que sus papás estuvieron con ella, pero ya no pueden estar. A medida que vaya creciendo es importante decirle la verdad acorde a su desarrollo evolutivo”, señala. “No sería saludable para la niña crecer con la idea de que el fallecimiento de sus padres fue equitativo porque con el tiempo conocerá la verdad. Es importante que vaya entendiendo —lo digo en gerundio porque es un proceso— que a veces las personas que más te quieren pueden hacerte daño. Estoy convencida de que puede retomar su propia vida, pero no se debe poner presión en la reconciliación de la niña con el padre o la familia paterna sin respetar los procesos de la criatura y para eso es fundamental un profesional con perspectiva de género. Para poder vivir tendrá que entender cómo su padre se convirtió en ese asesino. Yo le preguntaría a la familia materna cómo se sienten respecto al papá asesino“.

Los dos hermanos aseguran que han perdonado a Adrián: “No nos enfocamos en el odio, nuestro pensamiento está con la nena. Amor por él, no. Perdón, sí”. Ellos serán los que gestionen la relación de la menor con la familia paterna, que también vive en Argentina.

Tres días después del entierro parten hacia Buenos Aires. Como la niña acababa de cumplir dos años, hubo que comprarle un billete en el mismo mostrador. La compañía aérea no se hizo cargo de que habían retrasado el vuelo porque tenían que solucionar todos los trámites para poder enterrar a la hermana asesinada y llevarse a su sobrina con ellos. Ya están en casa, y la pequeña ocupa la habitación de la abuela, con el suelo blandito y un mural de colores.

“Sabemos que va a estar bien con nosotros, amor no le va a faltar”, dice Matías. En el futuro, la ven cantando y tocando algún instrumento, como ellos. Y hasta imaginan una respuesta a la gran pregunta: “Cuando le pregunten por sus papás, espero que responda: ‘Ellos ya no están, pero están mis tíos”.

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Sobre la firma

Pilar Álvarez
Es jefa de Última Hora de EL PAÍS. Ha sido la primera corresponsal de género del periódico. Está especializada en temas sociales y ha desarrollado la mayor parte de su carrera en este diario. Antes trabajó en Efe, Cadena Ser, Onda Cero y el diario La Opinión. Licenciada en Periodismo por la Universidad de Sevilla y Máster de periodismo de EL PAÍS.

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