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Los riesgos que sorteó Baumgartner

El primer hombre en romper la barrera del sonido sin propulsión resistió una presión y temperatura extremas La rotación incontrolada fue el mayor peligro

Rafael Clemente
Felix Baumgartner, justo en el momento de saltar en paracaídas, el pasado domingo, desde una altura de más de 39.000 metros.
Felix Baumgartner, justo en el momento de saltar en paracaídas, el pasado domingo, desde una altura de más de 39.000 metros.jay nemeth (afp)

Decía Douglas Adams en su impagable Guía del autoestopista galáctico que volar era un arte fácil, que solo requería una habilidad: aprender a arrojarse contra el suelo… y fallar. El domingo, Félix Baumgartner consiguió aplicar esa receta al menos durante 10 interminables minutos. Voló mucho más alto y más rápido que cualquier avión comercial, protegido solo por un traje a presión similar al de un astronauta. Con ello consiguió batir dos de las tres marcas que se había propuesto: salto desde máxima altura y máxima velocidad de caída; el tercero (máximo tiempo en caída libre) no pudo ser y sigue en poder de Joseph Kittinger, quien lo estableció allá por el año 1960.

Pese a las muchas precauciones adoptadas, el salto revestía serio peligro. A todos los efectos, cuando Baumgartner abrió la puerta de su cápsula estaba en Marte: presión inferior a una centésima de atmósfera. Temperatura de 20 grados bajo cero. Y una intensa radiación ultravioleta del Sol, ya que buena parte de la protectora capa de ozono quedaba ya por debajo de sus pies.

Durante unos segundos, el austriaco cayó sin control

Su única protección era la escafandra, similar a las que utilizan los astronautas en sus paseos espaciales o los pilotos de aviones de gran altitud como el U-2 o el SR-71. El visor, muy tintado, le protegía no solo del ultravioleta, sino también del rozamiento del aire.

En el vacío virtual de la alta atmósfera, sin apenas aire que frenase su caída, Baumgartner aceleró continuamente hasta alcanzar los casi 1.350 km/h después de caer los primeros 10.000 metros en unos 40 segundos. A esa altura (unos 30 kilómetros), el sonido viaja algo más despacio que al nivel del mar, o sea que oficialmente puede decirse que esa velocidad corresponde a 1.24 Mach.

Al atravesar la barrera del sonido, el aire se comprime de forma muy violenta y provoca esfuerzos mecánicos sobre el fuselaje del avión y puede llegar a dañar su estructura. Esa compresión es lo que produce los estampidos sónicos. Baumgartner tuvo que sentir esos mismos esfuerzos sobre su propio cuerpo, aunque fuera durante unos pocos segundos.

¿Dónde empieza el espacio? No hay una definición oficial. El límite superior de la atmósfera es muy difuso y, además, varía con muchos factores, como la propia actividad solar. En general, un satélite no puede mantenerse en órbita por debajo de los 180 kilómetros. La NASA reconoce como astronauta a todo el que haya superado las 50 millas de altura (unos 80 kilómetros). Y la Federación Aeronáutica Internacional utiliza como referencia la línea Karman, que es aquella en donde la atmósfera es tan tenue que un avión debería desplazarse a velocidad orbital para generar suficiente sustentación: está alrededor de los 100 kilómetros.

Ningún avión vuela hoy a más de 30 kilómetros de altura. Y solo algunos modelos experimentales lo han conseguido. El primero, el X-15, un híbrido de avión y cohete que estableció la marca —no superada— en 107 kilómetros. Más recientes son algunos prototipos de estatoreactor no tripulados que se mueven a velocidades del orden de Mach 10, en el nivel de los 35.000 metros.

Para un paracaidista en caída libre, uno de los peligros es la aparición de giros descontrolados al alcanzar velocidades extremas: el saltador puede verse atrapado en una rotación horizontal, como si estuviese tumbado en un tiovivo, a más de 200 giros por minuto. La sangre tiende a acumularse en las extremidades o en la cabeza y sus efectos pueden ir desde una pérdida de visión hasta hemorragias cerebrales.

De hecho, en la transmisión televisada pudo verse que durante unos segundos, Baumgartner caía girando sin control hasta que consiguió estabilizarse. A alturas tan elevadas, donde la resistencia del aire es débil, las técnicas de control del paracaidismo tradicional tienen poco efecto.

Para reducir este peligro, Kittinger utilizó un pequeño paracaídas estabilizador. Por eso, su velocidad de caída fue menor. Baumgartner, en cambio, llevaba un paracaídas similar pero de apertura manual, para no comprometer su objetivo de superar la velocidad del sonido. Solo se hubiese abierto automáticamente de haber entrado en un giro incontrolado que desarrollase fuerzas de más de 3.5 g.

Dos paracaidistas ya habían muerto por problemas de despresurización

Más de la mitad de la caída tuvo lugar en condiciones próximas al vacío. En esas condiciones, cualquier fallo en el sistema de presurización de la escafandra puede tener graves consecuencias. Por ejemplo, la saliva, las lágrimas o la humedad de los bronquios, expuestos al vacío, podrían entrar en ebullición, incluso a temperaturas bajo cero. Contra la creencia popular, ni el cuerpo explota en el vacío (es mucho más fuerte de lo que parece) ni la sangre rompe a hervir, aunque sí pueden aparecer en ella grandes burbujas de gas que provoquen embolias de consecuencias fatales.

Hace 50 años, el guante derecho de Joseph Kittinger perdió la estanqueidad… durante la fase de ascenso. Su mano se hinchó como un globo hasta el doble de su tamaño normal, aunque él no informó del problema hasta después del salto. Pocos años más tarde, al menos dos paracaidistas más, uno ruso y otro americano, murieron al intentar superar su marca, aparentemente a causa de problemas de despresurización.

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Sobre la firma

Rafael Clemente
Es ingeniero y apasionado de la divulgación científica. Especializado en temas de astronomía y exploración del cosmos, ha tenido la suerte de vivir la carrera espacial desde los tiempos del “Sputnik”. Fue fundador del Museu de la Ciència de Barcelona (hoy CosmoCaixa) y autor de cuatro libros sobre satélites artificiales y el programa Apolo.

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