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ELECCIONES GENERALES
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Más que ganar, resultar necesario

Puede resultar más rentable quedar situado en la zona central del tablero político

Si alguien pensó que el resultado electoral de diciembre (que instauraba un esquema cuatripartito de nuevo cuño) obedecía a una ocurrencia pasajera del electorado, pensó mal. Desde al menos 2011, los españoles han venido manifestando, sondeo tras sondeo, su creciente malestar con los dos principales partidos.

El PSOE lleva tiempo siendo un partido a la vez descosido y mal cosido, que emplea gran parte de sus mejores energías en remendar y sobrehilar, diariamente, sus múltiples costurones internos, no precisamente ideológicos. El PP, por el contrario, ha devenido en una formación sobrecosida e internamente encorsetada, que inhibe y desaprovecha diariamente el caudal interno de energía y vitalidad con que sin duda cuenta. Ambos se aparecen esclerotizados y ajenos a la voz ciudadana, más pendientes de su militancia y de sus problemas internos que de sus votantes y de lo que les preocupa y demandan.

Han perdido gradualmente contacto con la realidad y han propiciado un intenso sentimiento de orfandad y desatención en amplias capas del electorado, especialmente en el más joven. Al no dar señales creíbles de regeneración, muchos electores optaron, finalmente, el pasado diciembre, por dar entrada a dos nuevas formaciones en la escena política nacional para oxigenarla; y se disponen a repetirlo dentro de una semana. Los dos nuevos partidos, en los que fundamentalmente los votantes más jóvenes encontraron inicialmente cobijo, y en los que se han hecho fuertes después, no parecen así ir a quedar en meras flores de un día como alguien pudo quizá pensar. Estamos, a la vez, ante un final y un inicio de etapa.

Ciertamente, el próximo día 26, el PP volverá a ser el partido más votado, pero con menos escaños y con más dificultades que las que ya fue incapaz de superar hace seis meses para encontrar apoyos o complicidades para gobernar. El panorama político que se avecina, no difiriendo esencialmente del emergido de las urnas en diciembre, presenta matices adicionales que lo hacen aún más complejo e imprevisible al afianzarse su carácter multipartidista.

Ciudadanos va a conservar la implantación ya lograda y Unidos Podemos parece en condiciones —con la nueva coalición con que ahora concurre— de alcanzar, incrementándolo incluso apreciablemente, lo que pudo ya haber logrado en diciembre de haber ido entonces de la mano de IU. Pero esta vez, y no sin cierta paradoja, cuando termine el recuento de los votos, puede ser el PSOE quien, pese a perder escaños y quedar tercero, sea la clave a la hora de formar gobierno: su concurrencia (activa o pasiva) resultará imprescindible en cualquiera de las hipótesis imaginables. Si renueva su anterior acuerdo con Ciudadanos (lo que no parece excesivamente difícil), puede girarse al PP y solicitarle de nuevo su abstención, pero esta vez con la advertencia de que, de no obtenerla, reorientaría sus alianzas acudiendo al mostrador de enfrente, donde —los números cantan— tiene al alcance de la mano una mayoría absoluta. Ciertamente, no parece prudente compartir mesa con quien no oculta que su deseo último es devorarte. Pero si no hay una alternativa mejor, el riesgo puede merecer la pena (o eso cabe argumentar para ablandar resistencias a lo propuesto).

Al mismo tiempo, el PSOE puede aspirar a plantar cara a Unidos Podemos, demandándole tantas concesiones como considere oportunas a cambio de acceder a conformar esa mayoría suficiente que, sin necesidad de añadido alguno, ambos podrían sumar; y con una similar advertencia: hay, enfrente, un vecino que también le necesita. Y en la hipótesis de que sea el PP quien plantee una "gran coalición" (la alternativa por cierto que, de todas las posibles, apoya un menor porcentaje de españoles), o un gobierno en minoría de la formación más votada, el PSOE seguirá siendo quien puede estar en mejores condiciones de fijar el precio. Que, lógicamente, será elevado para paliar el daño potencial que, para su imagen, puede significar condescender con el eterno rival: por ejemplo, una exigente lista de medidas y cambios, un Presidente del Gobierno que no sea Rajoy y permanecer en la oposición para vigilar el puntual cumplimiento de lo acordado. Exigencias a las que, sin duda, se sumará también Ciudadanos a poco que se requiera su concurso.

Un sistema multipartidista como el que ahora tenemos que aprender a manejar, tiene una dinámica interna más sutil y compleja que el cómodo y simple "el ganador se lo lleva todo" característico de un sistema bipartidista. No basta ya con ser el relativamente más votado: de hecho, puede resultar más rentable quedar situado en la zona central del tablero político con un resultado menos abultado pero suficiente para inclinar la balanza de las inevitables alianzas en un sentido o en otro. Es decir, importa más resultar necesario: tener muchos votos, pero apelotonados fundamentalmente en uno de los polos del arco ideológico, dificulta fuertemente la definición de puntos intermedios de acuerdo y puede conducir a la irrelevancia. El nuevo sistema requiere no tanto fuerza como flexibilidad: finezza. A eso habremos de acostumbrarnos. El 27 de junio, sin la menor duda, sobre el frontispicio de nuestra escena pública ondeará una bandera que parafraseando a Dante dirá, más o menos, algo así como "Aquí empieza una vida (política) nueva". Y ay de quien no quiera darse por enterado.

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