La ambición de Pedro
En diciembre empezó un recorrido discreto y ahora será el líder de la oposición, bajo el estigma del apoyo de los aparatos regionales
El pasado 11 de diciembre, un joven diputado asomaba la cabeza con la presentación de su libro La nueva diplomacia económica española en la librería Blanquerna, muy cerca del Congreso. Le hicieron la presentación Ramón Jáuregui y Trinidad Jiménez y asistió una parte importante de la dirección del PSOE, pero el acto no tuvo brillo público ni repercusión en los medios. Y eso que algunos veteranos del Grupo Parlamentario habían alertado a los periodistas de que Pedro Sánchez estaba llamado a grandes misiones en el partido.
Siete meses después, ese diputado que entonces carecía de brillo público, ha sido elegido por los militantes secretario general del PSOE y compareció anoche en Ferraz prometiendo “cambiar el partido, para ser mayoría y recuperar las señas de identidad, como la de proteger al más débil”. Y hasta proclamó el “inicio del fin de la etapa de Mariano Rajoy”. Todos reconocen en Sánchez la ambición como su principal característica y así lo demostró anoche nada más ganar.
También le reconocen la capacidad de aprovechar las oportunidades que el azar le brinda, como ha hecho en los últimos meses hasta culminar ayer. Fue concejal de Madrid entre 2004 y 2009 y diputado entre 2009 y 2011 y desde 2013 hasta ahora, pero siempre de carambola y en mitad de las legislaturas por renuncia de los que iban delante de él en la lista. Hace solo dos años y medio era únicamente el diputado revelación para la Asociación de Periodistas Parlamentarios que le premió como tal y luego desapareció de la política porque no tenía fuerza ni para lograr ir en un puesto de salida en la lista de Madrid. Ahora es el líder de la oposición y asumirá la dirección del partido que más años ha gobernado y que, a pesar de todo, tiene más escaños tras el PP.
Trabajó en el aparato del PSOE junto a jóvenes políticos reclutados por José Blanco, pero desde puestos muy discretos y de forma intermitente. Con él estaban Óscar López y Antonio Hernando, entre otros, que sí hicieron carrera entonces por sí solos.
La última intervención de Sánchez como fontanero discreto fue en octubre en el equipo que preparaba la conferencia política y por gestión directa de Elena Valenciano, aún número dos del partido, que le recuperó. Imposible verle entonces como el líder porque estaba fuera del campo de juego.
Alguien que conoce bien el partido explicaba recientemente con agudeza que Sánchez “es la bicicleta que José Blanco había puesto en la carrera hace menos de un año, fiel a su costumbre de poner siempre una bicicleta aunque sea en una carrera de fórmula uno, con la previsión de que si todos se estrellan quedará siempre su bicicleta”.
Su horizonte eran las primarias de noviembre y hace apenas dos meses explicaba con detalle su calendario para esa fecha y su decisión de seguir adelante con el recorrido por toda España. Muchos dentro del partido sonreían, le miraban con desdén y explicaban que sólo buscaba situarse para el futuro y que terminaría apartándose en el camino. Por ejemplo, en la última campaña de las europeas, Ferraz dio un papel en sus actos a Carme Chacón, a Eduardo Madina y a Patxi López, teóricos aspirantes entonces, pero a Sánchez lo dejó al margen y él hizo su recorrido por su cuenta y empujado por su ambición.
Fue creciendo, convirtiéndose en una moto, las primarias se convirtieron en voto directo de militantes, se apartaron de la carrera Chacón y Susana Díaz, aprovechó su momento y fue mutando en el vehículo al que se subieron muchos. Empezando por los aparatos territoriales del PSOE, que le ayudaron a recoger avales y cuyos máximos responsables le vieron como el candidato idóneo frente a Madina, al que no perdonaron que forzara la elección directa, en lugar de en un congreso con delegados. Pero ayer, los militantes pusieron a Sánchez al frente del partido en votación directa y secreta, imposible de cuestionar incluso por los que le reprochan que es el candidato de los barones regionales.
Eso no le quitará el estigma de la tutela de los dirigentes regionales y, especialmente, de Susana Díaz. Ese es su reto a partir de ahora, en el que se incluye la decisión sobre el tipo de oposición que quiere hacer. Si hace pactos con Rajoy, si busca acuerdos con el resto de formaciones de la izquierda y si mantiene el calendario de primarias. Su obsesión era la unidad y la integración y ayer la mostró en su comparecencia. Dentro del partido su prueba de fuego será el diseño de su nueva ejecutiva en la que mostrará si es autónomo de los aparatos territoriales.
Nunca ha formado equipos, ni ha liderado. Nunca ha pasado de un papel discreto y ahora le toca gestionar su ambición, la que le ha empujado en una fulgurante carrera con pocos precedentes.
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