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La Eurocámara evita las referencias a Gibraltar en sus condiciones para el ‘Brexit’

Barnier advierte que el divorcio y el acuerdo comercial no se negociarán en paralelo

Claudi Pérez
Entrada a Gibraltar desde la Línea de la Concepción
Entrada a Gibraltar desde la Línea de la ConcepciónPACO PUENTES

El Parlamento Europeo ha fijado hoy miércoles sus condiciones en el desgarrado tango en el que se está convirtiendo la separación entre Reino Unido y la UE. Y lo ha hecho sin referencias a Gibraltar. Las instituciones cierran filas: en un debate a ratos bronco, los eurodiputados han rechazado las enmiendas presentadas por los británicos (apoyadas, entre otros, por los independentistas catalanes) sobre el Peñón. Las líneas rojas, que han recibido el voto a favor de dos tercios de los parlamentarios, van en la misma dirección que las directrices del Consejo Europeo para negociar.

Los estudios que maneja el Gobierno conservador británico dicen que Reino Unido necesita más de 100.000 inmigrantes al año para hacer frente a una pirámide demográfica que envejece con rapidez, con algunos sectores —educación y sanidad: la base del Estado del bienestar— extremadamente dependientes de la mano de obra procedente del exterior. Da igual. Londres y sobre todo sus tabloides rehuyeron ese asunto o se emplearon a fondo en la versión británica de la posverdad durante el referéndum, y en los primeros estadios de la negociación han preferido agarrarse a una escalada verbal contra España a propósito de Gibraltar. El primer debate a fondo sobre el Brexit en la Eurocámara ha reflejado el estupefaciente estado de la cuestión: mucho tacticismo, enormes broncas sobre asuntos tangenciales y poca enjundia. El Europarlamento ha aprobado, por 516 votos a favor, 133 en contra y 50 abstenciones, sus condiciones para el Brexit, que coinciden a grandes rasgos con los del Consejo.

En negociador jefe de la Comisión Europea, Michel Barnier, ha dejado claro en Estrasburgo, una vez más, que el acuerdo de divorcio y el acuerdo comercial no se negociarán en paralelo, pese a los deseos de la primera ministra británica Theresa May. “El diablo está claramente en los detalles”, ha apuntado aferrándose al manoseado tópico. Y poco más: el vociferante Nigel Farage ha dejado la frase redonda del día al asegurar que la UE actúa como una “mafia” que quiere “castigar” al Reino Unido. Y tanto Farage como el resto de diputados euroescépticos hen hecho mucho ruido por el contencioso sobre Gibraltar, con propuestas para que la resolución del Parlamento recogiera que los gibraltareños votaron mayoritariamente a favor de quedarse en la UE. Los nacionalistas catalanes y el PNV, extraños compañeros de cama de Farage y compañía, han apoyado ese texto, que ha sido  derrotado por abrumadora mayoría.

Los eurodiputados españoles del PP, PSOE y Ciudadanos se reunieron hace unos días con el responsable parlamentario del Brexit, el archifederalista Guy Verhofstadt, para que la resolución de la Eurocámara evitara cualquier tipo de referencia a Gibraltar. Los partidos españoles están cómodos con las directrices aprobadas por el Consejo, que dan de facto derecho de veto a España al respecto. El líder del PPE, Manfred Weber, y el socialista Gianni Pittella han defendido que el asunto del Peñón queda fuera de las negociaciones y que cualquier pacto posterior dependerá del visto bueno de España. “Gibraltar es claramente un capítulo que puede hacer descarrilar un eventual acuerdo entre Reino Unido y la UE”, ha afirmado el inevitable Farage. Esteban González Pons (PPE) le ha afeado que desde la notificación del Brexit no se han dejado de escuchar “palabras de desprecio a España” con “la palabra guerra en la boca de los más nacionalistas”.

Así están las cosas. El Brexit es el primer divorcio de la UE en décadas. Cambiará los equilibrios de poder en la Unión. Tendrá un fuerte impacto económico a ambos lados del Canal. Y afecta a todas y cada una de las agendas importantes en un momento crítico para Europa, con crisis de todo tipo aún por solucionar. Pero Gibraltar, un pequeño enclave de 32.000 habitantes cedido por España a Reino Unido en 1713 y reivindicado por Madrid desde hace décadas, acapara gran parte de la atención. Barnier, sin embrago, ha dedicado su tiempo a otros asuntos. Reclamó “unidad” a los Veintisiete. Ha pedido resolver cuanto antes “la incertidumbre e inseguridad” de los cuatro millones de europeos que viven en Reino Unido y británicos en suelo europeo. Ha reclamado una negociación “ordenada y secuencial”. Y ha enviado un mensaje cifrado a Downing Street: “Cuanto más pronto nos pongamos de acuerdo sobre los principios de una salida ordenada, antes podremos negociar nuestras futuras relaciones, comerciales y de todo tipo”.

Theresa May intenta chantajear a Europa: quiere negociar en paralelo el divorcio y la futura relación, y amenaza con no colaborar en materia de seguridad y terrorismo si no hay un muy buen acuerdo comercial. De momento, ese órdago ha encontrado escaso eco a este lado del Canal. A la negativa de Berlín, de la Comisión y del Consejo, la Eurocámara ha añadido una línea roja más: “No puede haber conexión entre las cuestiones de seguridad y la futura relación económica”.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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