Mientras Europa imita a Donald Trump
La retórica de la ausencia de la solidaridad humana se nutre de la idea que para acoger a nuevos inmigrantes hay que echar a los que han llegado
Han llegado muchísimos refugiados en 2015, otros tantos se deberán expulsar en 2017. Europa no perdona. ¡Un continente con más de 500 millones de habitantes y el PIB más importante del planeta, teme, bajo peligro de catástrofe humanitaria, acoger a unos centenares de miles de refugiados económicos, inmigrantes en busca de una vida mejor y jóvenes desesperados que tras sufrir el martirio acabaron en campos de retención! He aquí la narrativa de la ausencia de solidaridad humana: “la mejor manera de integrar a los que consiguieron el derecho de asilo es expulsar a los que fueron rechazados”.
Veamos, pues, la faena: Alemania recibió 780. 000 peticiones de asilo en 2016 de las cuales 312. 000 fueron rechazadas. Para expulsar a los refugiados, se ha votado una ley que prevé, entre otras cosas, espiar los móviles de los solicitantes para “identificarlos mejor”, obligarlos, a veces, a llevar tobilleras electrónicas para localizarlos de manera permanente y detenerlos durante un plazo máximo de diez días hasta que confiesen su nacionalidad. En síntesis: negar a los sin papeles el pleno ejercicio de sus derechos civiles. Para Europa no son personas sino delincuentes. Es el discurso eterno de la extrema derecha que ahora, con esta ley, impera insidiosamente por doquier en el Estado de derecho y prevalece, claramente, en las fronteras de Alemania.
Otros países siguen el mismo rumbo. En 2017, más de 600. 000 deberán salir de Europa; mientras tanto, el nivel de reconducción a las fronteras no supera el 50%, lo que significa que la mitad de los “indeseables” se encuentra “en el aire”, huyendo de la policía; sin poder contar con la solidaridad, también penalizada, de los ciudadanos de los países de llegada o regresando a sus países de origen a cambio de una cantidad de dinero ofrecida por el país que los expulsa. Proceden esencialmente de África del Oeste (Nigeria, Guinea, Costa de Marfil, Gambia, Senegal y Mali), de África del Este (Eritrea, Sudan y Somalia) o de Afganistán, Irak y Bangladesh. En general, los países de origen se resisten a readmitirlos, salvo si la paga europea es generosa. He aquí el retorno de la cantinela enunciada por Tony Blair y José María Aznar, quienes pidieron, en 2002, vincular y condicionar la ayuda a la cooperación con la aceptación por parte de los países pobres a recibir a sus conacionales y, más tarde, construir campos de retención en países fronterizos de la UE.
Esta estrategia es ineficiente. Los flujos continuarán, tal como se demuestra desde hace años, pues los expulsados de hoy son los inmigrantes de mañana. La única solución para hacer frente a esta gran demanda de acogida es replantear radicalmente la política migratoria europea. Se necesita no solo ayuda económica para estabilizar a la gente en sus países, sino también flexibilizar las entradas legales, aumentar los visados de trabajo; pensar en función de movilidad de las personas y no de muros inexpugnables. Mientras Europa critica a Donald Trump, ¿qué hace en sus fronteras?
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