Frustración y nerviosismo en la frontera de todos los días
La victoria de Trump hace temer graves consecuencias para ciudades fronterizas como Nogales
Lo primero que uno se encuentra al entrar en Estados Unidos por la garita de Nogales, al sur de Arizona, es una casa de cambio y una compañía de transporte. Los dos negocios eran este miércoles por la mañana un buen termómetro del dolor de cabeza con el que se levantaron Estados Unidos y México tras la sorpresiva victoria de Donald Trump. No ha pasado ni 12 horas y el negocio ya está sufriendo.
Arison Shuttle ofrece a mexicanos viajes a sus trabajos en Tucson por 12 dólares y a Phoenix por 25. Al cambio, el precio ha subido más de 70 pesos mexicanos en la noche electoral. A la puerta, cuatro hombres comentaban lo único que se podía comentar esa mañana. Uno hablaba por teléfono y decía a su interlocutor: “Sí, aquí también estamos un poquito decaídos”. Raúl Martínez, asociado de la compañía de transportes, decía que lo que viene “no es bueno para nadie”. “No es bueno para los inversionistas. ¡Hacer cambios en el Tratado de Libre Comercio! No es bueno para nadie”, se lamentaba, en referencia al Nafta que Trump ha denostado durante la campaña.
Gente de todas las edades va entrando en Estados Unidos durante la mañana a un ritmo que los votantes de Trump en los estados industriales del noreste no se pueden imaginar. Según cifras del Departamento de Interior, medio millón de personas cruzan legalmente a EE UU cada día por los 25 puertos de entrada con México. 181 millones de entradas al año para comprar, estudiar o trabajar. Este influjo de personas y capitales es vital para economías como San Diego y Mexicali (California), Nogales (Arizona), El Paso, Laredo o McAllen (Texas). La frontera sur tiembla ante las consecuencias de un presidente Trump: 16 condados fronterizos votaron demócrata, 7 votaron republicano. De estos, ninguno tiene un paso fronterizo importante.
El comercio mayorista Baby World abría el miércoles con malos augurios sobre el futuro. Carmen López trabaja aquí tres días por semana. Sus clientes son mexicanos que compran al por mayor para vender al otro lado, y lo hacen en pesos. “Cuando el dólar se puso a 18 pesos la gente ya dejó de venir tanto”. El miércoles amaneció a 20. El dueño de la tienda, el coreano Richard Cho, dice que se está acercando a un nivel “peligroso” para el negocio. “Va a haber problemas con México si Trump cambia el tratado Nafta”.
Lisbeth Morales cruzaba a las 8 de la mañana con su niña pequeña. Ella es ciudadana pero vive en el lado mexicano porque es más barato. Su hija de cuatro años, que tira de ella porque llegan tarde, va al colegio en Estados Unidos. Algo perfectamente normal en la frontera. “Estoy muy consternada”, decía. Le preocupa la idea del muro. “Estoy pensando en venirme a vivir a este lado (EE UU)”.
Martín Orozco, que vive en México y trabaja en un hotel en el lado estadounidense, no se lo podía creer. “Pensábamos que todo estaba bien. Es asombroso”. Consiguió la residencia en EE UU hace cuatro años. Estaba en trámites de pedir papeles para su esposa y sus tres hijos para venirse todos a vivir a este lado, pero ahora “todo puede pasar”. Del martes al miércoles, en su casa se han levantado con una incertidumbre que no podían imaginar. “¿Qué va a pasar? ¿Se van a agilizar los procesos en estos meses? ¿Se va a parar todo?”.
El nerviosismo y la incertidumbre también afecta a los que van al otro lado. Anna Clarie y su amiga Gerry Germano, que viven en Tucson, iban a México al dentista, algo muy habitual porque la diferencia de precios es enorme. “El problema han sido los medios, en eso tengo que estar de acuerdo con el idiota”, decía Clarie, dejando claras sus preferencias políticas. “Los ciudadanos de la frontera somos más inteligentes. Los americanos son muy ignorantes”. También culpaba a los latinos que, en su opinión, no han salido lo suficiente a apoyar a Clinton. Respecto a posibles restricciones en la frontera, opinaba que “es pura retórica, no hay nada que Trump pueda hacer”.
Más allá de lo económico, la frontera es un camino diario como cualquier otro para mucha gente. Simplemente hay una calle en la que hay que enseñar el pasaporte. Blanca Mercado, por ejemplo, va todos los días al lado estadounidense a visitar a su madre, de 90 años, y hacerle compañía. Todos los días desde hace 20 años. “¿Qué va a pasar?”, preguntaba. “Si cierran el paso para los mexicanos no la vuelvo a ver”.
Las vidas a los dos lados de la frontera dieron un vuelco este miércoles. No solo económico, sino vital, moral, de incertidumbre en un modo de vida que se ha ido adaptando a todo desde que la frontera era solo un mojón en medio del desierto. Pero la idea de un muro, estrictos controles para otorgar permisos, deportaciones masivas y cierre del comercio, es algo que no entraba ni en sus peores pesadillas.
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