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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

El ‘Brexit’ trae ira y orfandad

El Este europeo se duele de la xenofobia británica mientras añora el poder defensivo de Londres

Xavier Vidal-Folch

El referéndum del Brexit generó incertidumbre por todas partes. Pero hay un grupo de Estados a los que ha causado una sensación aún más desagradable, pero también muy contradictoria: los europeos orientales recién incorporados a la UE en su última ampliación.

Estos reaccionan en tromba y con ira contra la xenofobia británica. Mezclada con una sensación de orfandad respecto del liberal-nacionalismo del Reino Unido. Así como de un incipiente miedo a que la escapada británica reduzca el poder defensivo de la Europa occidental frente al enemigo de siempre, Moscú, más amenazante desde la invasión de Ucrania y la toma de Crimea por las tropas de Putin.

Los pecos —países de la Europa central y oriental— no olvidan, con razón, que la campaña por el Brexit se basó en el presunto espantajo de la gran afluencia de sus emigrantes a Reino Unido.

Y que el asesinato mediante paliza del joven polaco Arkadius Jozwik —en Harlow, cerca de Londres, este agosto—, a cargo de una veintena de jóvenes movidos por el odio, “es una consecuencia directa del clima creado por el Brexit que hay que atajar”, subrayaba esta semana el presidente del Parlamento checo, Jan Hamacek, en el Foro Económico de Krynica, el Davos del Este.

“Si ellos niegan la libre circulación de la gente, nosotros vetaremos la libre circulación de sus mercancías”, abundaba su colega eslovaco, Andrej Danko. Pero, ay, algunos de estos dirigentes del Este, tan defensores de sus propios emigrantes hacia el Oeste, denigran a los inmigrantes y refugiados que les llegan desde el Sur: “Contra la inmigración, garantizar la seguridad es lo más importante, más que cualquier otra cosa”, proclama el presidente de la Cámara húngara, el ultra Janos Latorcai. El diputado se arrebola contra los 400.000 inmigrantes registrados en sus puestos fronterizos.

“Defender nuestras fronteras de la inmigración es prioritario”, abona su colega checo. Aunque, más hábil, matiza que se refiere a la “inmigración ilegal y sobre todo a los inmigrantes radicales islamistas”, como si el grueso de los atentados terroristas en el continente no hubiese sido perpetrado por individuos con DNI europeo.

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“Hay que tumbar las propuestas de la Comisión [Europea] sobre los refugiados”, concluye el diputado húngaro Richard Horcsik. Lo peor es que el nivel ejecutivo comparte esa tesis. El ministro de Exteriores polaco, Witold Waszczykowski, trata de justificar a este columnista su “oposición a la reubicación que pretende Bruselas porque supone recibir personas y recolocarlas a la fuerza como ocurrió en otros tiempos”, negligiendo que ellos desean entrar a Europa a cualquier precio.

La obsesión por la seguridad enarbolada por los pecos contra los inmigrantes se explica mejor si se focaliza contra la amenazante política neoimperial de Rusia. “Frente a Putin, la mejor respuesta es reforzar la OTAN, aunque ahora por desgracia hemos perdido a uno de nuestros mejores guerreros [el Reino Unido], que contribuye a la Defensa europea en un 22%”, lamenta el británico Gerald Frost, de adopción profesional húngara.

El ministro polaco acaba de convocar (“a mi despacho”) a sus colegas de Visegrado (checo, eslovaco y húngaro: el macizo de la raza de los pecos) a una cumbre que replica la mediterránea del viernes pasado. El lobby, forjado sobre la melancolía histórica de la cumbre mantenida entre los reyes de esos países en 1335, busca presionar a la cumbre de Bratislava del próximo día 16.

Pretende que, “ya que no hay una idea común para responder al Brexit”, la UE desmoche la política migratoria de Bruselas; insista en la seguridad y en que la OTAN cumpla sus compromisos de emplazar batallones en sus lindes; refuerce las políticas de crecimiento económico (coinciden ahí con los sureños) y esboce una “nueva arquitectura comunitaria” que desmantele la Comisión Europea.

El resumen de esa arquitectura consiste en “dar más competencias a los Parlamentos nacionales y menos a la Comisión” (formula Horcsik). ¿Cómo? Recortando su poder de iniciativa de forma que “el 25% de los Parlamentos nacionales puedan presentar una directiva” y que con una amplia mayoría puedan tumbar las de Bruselas. Es la receta del presidente del Parlamento polaco, el populista Marek Kuchcinski. Un hombre tan amable como, digamos, curioso: sostiene que los miembros de la eurozona deben influir menos porque son una “minoría de 12” (¡por 19!); y que hay que “encontrar la manera de que los Estados-nación europeos podamos funcionar como hemos hecho siempre desde hace mil años” (¡!). De lo contrario, pronostica, “veremos un Brexit tras otro”.

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