La intratable fractura racial
Las tensiones en EE UU condicionan el viaje del presidente Obama a Polonia y España
Los problemas internos de Estados Unidos persiguen al presidente Barack Obama allí adonde va.
Los más optimistas creyeron que, con la victoria de un afroamericano en las elecciones presidenciales de 2008, Estados Unidos entraría en un periodo postracial. Si el comandante en jefe era negro, el color de la piel dejaría de importar y el racismo, el mal fundacional de este país, quedaría reducido a la marginalidad. Obama nunca creyó en estas fantasías. Los hechos se encargaron de desmentirlas. Los años de Obama han sido años de desigualdades económicas que las minorías sufren con saña. También de una sucesión de episodios de violencia policial contra personas negras, episodios conocidos gracias a la facilidad del acceso a teléfonos con cámaras y a la difusión en las redes sociales.
Obama, como hombre negro que ha sufrido discriminación en el pasado y al que algunos conciudadanos siguen viendo como un extranjero, ha asumido un papel delicado. Se ha esforzado en ser el presidente de todos los ciudadanos de EE UU, independientemente de su raza, etnia o credo. Al mismo tiempo, cada vez que se conocen noticias de un nuevo asesinato por los disparos de la policía, es capaz de ponerse en la piel de las víctimas como ningún político blanco habría podido hacer. Otro equilibrio: debe aparecer como defensor de los derechos civiles —el movimiento black lives matter, las vidas negras importan, es el último eslabón en la cadena de luchas por los derechos de los negros— y al mismo tiempo defender la honorabilidad de la mayoría de policías que de buena fe preservan el orden público.
La concatenación de explosiones violentas —las muertes de afroamericanos por disparos de la policía en Luisiana y Minnesota y el ataque orquestado contra policías en Dallas, capital oficiosa de la violencia política en EE UU— crea una dinámica inédita en años recientes. Ocurre en medio de una campaña electoral en la que uno de los candidatos atiza los resentimientos contra las minorías. Conviene recordar que el magnate Trump puso los fundamentos de su carrera política, años antes de anunciar su candidatura, cuestionando que el presidente realmente hubiese nacido en EE UU y estuviese legitimado para ejercer su cargo, una teoría conspirativa con indisimulados ecos racistas.
Obama cruza el Atlántico para ayudar a pacificar una Europa fracturada por el referéndum británico y las incertezas sobre el proyecto común, y se ve atrapado por las perturbadoras noticias que llegan de su país. Los intratables problemas internos —la violencia policial, el fácil acceso a armas bélicas, el populismo desenfrenado— condicionan la influencia de la primera potencia mundial. Toda política local es global.
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