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Austria-Italia, la nueva frontera caliente de la crisis migratoria

Viena amaga con cerrar el paso en el linde ante el temor de una nueva ola migratoria

Sara Velert

Una decena de policías esperan en el andén de Brennero —en territorio italiano, a pocos metros de la frontera austriaca— y escrutan a los viajeros que bajan de los trenes que circulan en dirección a Austria. Buscan posibles migrantes para impedir que crucen a la república alpina después de que el Gobierno italiano haya prometido refuerzos para controlar la última frontera europea en la que se ha desatado un conflicto por la crisis de los refugiados. El Gobierno de Viena anunció a principios de abril controles “masivos” en el valle del Brennero con el argumento de que tras el acuerdo migratorio con Turquía y el cierre de la vía de los Balcanes los refugiados buscarán una ruta alternativa por Italia. En lo que va de año, unos 34.000 han alcanzado las costas italianas, según datos de la ONU.

Policías, ante manifestantes que protestan en el paso de Brenner en abril.
Policías, ante manifestantes que protestan en el paso de Brenner en abril. JAN HETFLEISCH (EFE)

El Ministerio del Interior austriaco asegura que “entre 200.000 y un millón de personas esperan en Libia a cruzar el Mediterráneo y alcanzar Europa”. Para evitar que entren en el país, tiene planes preparados —de momento, aparcados— para blindar el paso de Brennero, alambrada incluida si hace falta. “Con el buen tiempo llegarán más y empiezan a venir más sirios, pero nadie ha entendido por qué quieren levantar aquí otro muro”, comenta Emad Mansour, egipcio de 33 años afincado desde hace 13 en Italia, en un andén de la estación. Trabaja para la ONG Volontarius, que ofrece asistencia y un techo para la noche a los migrantes que llegan a la pequeña localidad. La organización no cuenta cuántas personas intentan pasar al norte, pero el Ayuntamiento de Brennero (2.187 habitantes en varios núcleos urbanos, unos 250 de ellos en torno a la estación) estima que fueron 27.000 el año pasado. Entre enero y marzo han sido un millar al mes, pero desde entonces, la cifra se ha reducido hasta unas pocas personas diarias.

En el exterior de la estación solo aguardaba el miércoles a un despiste de la policía un pequeño grupo de subsaharianos y magrebíes. “He intentado llegar a Alemania pero hoy me han devuelto”, asegura Bove Nibombewaky, de 24 años, que salió de Liberia hace cinco y quería dejar Italia porque duerme “en la calle”.

Tras casi dos meses de tira y afloja diplomático con Italia, que protestó en Bruselas y ha hecho valer su peso en la UE, Austria ha congelado sus planes con obras ya iniciadas. “De momento”, ha dicho el Ejecutivo tras admitir que la policía italiana ha impedido en el último mes que los migrantes alcancen Brennero, donde no se han visto escenas como las del límite con Hungría o Eslovenia, de donde el verano y el otoño pasados llegaban a Austria miles de personas diariamente de paso a Alemania (en 2015, el país alpino acogió a 90.000 refugiados y desde enero han entrado otros 18.500).

El encontronazo de los dos países ha revolucionado la localidad, que se ha visto en las televisiones envuelta en el humo de los gases lacrimógenos lanzados por la policía mientras del lado de grupos de radicales volaban piedras en protesta contra Austria en varias manifestaciones.

Ahora en la localidad vuelven a respirar, aunque no se atreven a dar por definitivamente cerrado el asunto. “La situación puede volver a cambiar, pero el paso del Brennero es muy importante para ambos países y cerrarlo sería una catástrofe”, sostiene el alcalde, Franz Kompatscher. Seis millones de coches y dos millones de camiones transitan anualmente por la autopista que sobrevuela el valle. Ante la posible imagen de largas colas en la frontera, varias organizaciones empresariales de ambos lados han hecho sonar la alarma y han augurado pérdidas millonarias si se colapsa el Brennero, la principal salida de las mercancías italianas. El turismo, gran capital de la zona, también se resentiría.

Para un tirolés de habla alemana (mayoritarios en la región), una valla sería, además, “una punzada en el corazón”, porque la frontera ya dividió el Tirol en dos tras la Primera Guerra Mundial. Italia se quedó con el sur de la región. “No queremos de nuevo una Europa con muros”, dice Kompatscher, del Partido Popular del Tirol.

El conflicto fronterizo lo ha aprovechado el líder del ultranacionalista FPÖ, Heinz-Christian Strache, para echar sal en la herida. No ha perdido de vista que del lado austriaco de la frontera, en Griess am Brenner, su candidato a la presidencia, Norbert Hofer, logró en la primera vuelta en abril un 42,5% de los votos, muy por encima del 35% a nivel nacional. En medio de la polémica, ha propuesto un referéndum para reunificar el Tirol. “Una vergüenza”, le ha replicado el primer ministro italiano, Matteo Renzi.

Los vecinos de Brennero temen más una llegada masiva de refugiados que un mayor control de carreteras y trenes, opina su alcalde. Hasta ahora ningún solicitante de asilo se ha querido quedar, pero solo hay disponibles 70 plazas para pernoctar que gestiona Volontarius. “Es posible que lleguen más refugiados y al final hagan los controles, pero no sería bueno”, opina Rosalinde Meier, de 51 años, que trabaja en un supermercado de Brennero. “Si hay policía, que los paren, pero un muro es un gran error”, abunda Caterina Gasparini, de 75 años.

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Sobre la firma

Sara Velert
Redactora de Internacional. Trabaja en EL PAÍS desde 1993, donde ha pasado también por la sección de Última Hora y ha cubierto en Valencia la información municipal, de medio ambiente y tribunales. Es licenciada en Geografía e Historia y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS, de cuya escuela ha sido profesora de redacción.

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