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Duterte, el ‘descuartizador’

El ganador de los comicios que ha basado su campaña en la mano dura contra la delincuencia promete despedazar "criminales delante" del pueblo filipino

Rodrigo Duterte en el acto final de su campaña electoral.Vídeo: RITCHIE B. TONGO

El ganador de las elecciones presidenciales en Filipinas, Rodrigo Duterte, es un hombre que hipnotiza e inquieta a partes iguales. Su victoria es fruto de sus promesas de tolerancia cero con la corrupción, la delincuencia y las drogas —males endémicos del país asiático—, pero sus recetas pasan por, literalmente, matar a los criminales en las calles.

"Cuando sea presidente daré órdenes a la policía y al ejército de buscar a esa gente y matarlos a todos", "olvidad las leyes de derechos humanos", "voy a descuartizar criminales delante de ustedes si así lo desean" o "mataría a mis propios hijos si fueran drogadictos". Son algunos de los mensajes que Duterte ha lanzado durante una polémica y tensa campaña electoral, en la que ha prometido terminar con estas lacras en seis meses con un plan que costaría la vida a unas 100.000 personas. Lejos de perjudicarle, estas proclamas le han otorgado el 38,6% de los votos (con el 80% escrutado) en Filipinas ante la incredulidad del resto de la clase política del país.

Muchos filipinos le han votado para que extienda al resto de la nación la mano dura que ejerció en la ciudad de Davao, situada en la isla de Mindanao, de la que fue alcalde durante 22 años. De ser uno de los puntos negros del país, Duterte logró convertirla en uno de los más prósperos, erradicando la delincuencia con tácticas como ejecuciones extrajudiciales o patrullas de paramilitares en busca de criminales, llamadas "Escuadrones de la muerte", según han denunciado numerosas organizaciones de defensa de los derechos humanos y él mismo ha admitido. De esta campaña han surgido sus apodos de "El Castigador" y "Harry/Duterte el sucio".

Duterte, de 71 años, no tiene pelos en la lengua. Es polémico, directo, autoritario, a menudo violento y se ha postulado como "la última esperanza" para los filipinos indignados con la clase política y las elites del país. Sus mensajes atraen a jóvenes y mayores, hombres y mujeres y personas de distintas clases sociales que tienen en común el hastío ante el creciente número de crímenes y el aumento del narcotráfico. Unos de sus eslóganes de campaña ha sido "El cambio está llegando". Muchos lo han comparado con Donald Trump, el candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos, por sus propuestas polémicas, su actitud reaccionaria contra el establishment o su capacidad para conectar con el electorado.

En Davao, la ciudad que ha gobernado junto a sus hijos durante más de dos décadas, el sentimiento por él es casi de adoración. Muchos ciudadanos lo ven como a un padre. Su figura está por doquier, ya sea en camisetas que los davaoeños compran en tiendas, en fotos a tamaño real en cafeterías, bares, restaurantes o en enormes poster de apoyo en cualquier tipo de negocio, además de los carteles electorales que han empapelado estos días las ciudades del país. Duterte City, se puede leer en una enorme pancarta a la entrada de uno de los restaurantes más famosos de la ciudad. Es complicado encontrar a alguien que no le apoye.

—¿Conoce a alguien en contra de Duterte?

—¿Aquí en Davao? ¡No!

Esta conversación o una muy parecida se puede repetir tantas veces como se formule la pregunta entre cualquier estrato social: desde profesores universitarios a vendedores ambulantes. Los asesinatos extrajudiciales de más de un millar de personas que él ha apoyado —si no directamente auspiciado— son ignoradas en muchos casos o directamente aplaudidas. "Aquí vivimos mucho más seguros con él, preferimos no pensar mucho en ese asunto", apunta un importante empresario de origen español. "Duterte mata a quienes merecen morir", suelta directamente Fretchie, una filipina de 31 años que ha votado por primera vez en unas generales para apoyar la candidatura de su acalde.

Ni siquiera su metedura de pata cuando se refirió sobre el caso de una misionera australiana que fue violada y asesinada en 1989 tras un motín en una cárcel en Davao le ha pasado factura. "Era tan guapa... ¡El alcalde debió haber sido el primero (en abusar de ella)!", dijo, en alusión al cargo que ocupaba entonces. Ante las numerosas críticas tuvo que pedir perdón y admitir que "a veces me sale lo peor de mí por la boca". En su campaña tampoco ha escondido su condición de mujeriego y ha presumido de tener múltiples amantes. También ha defendido los derechos del colectivo LGBT en un país donde un 80% de la población es católica.

Su discurso centrado casi únicamente en la seguridad y el orden ha dejado en segundo plano sus propuestas en otros ámbitos. En política exterior, Duterte ha asegurado estar abierto a una negociación bilateral con Pekín acerca del conflicto de soberanía de varias islas en el Mar del Sur de China y hasta ha planteado la opción de que ambos países exploten de forma conjunta los recursos de esas aguas. Se trata de una estrategia contraria a la de la actual administración, que ha abogado por una respuesta multilateral que incluye una denuncia a la Corte Permanente de Arbitraje de La Haya. También ha lanzado advertencias a Australia y a Estados Unidos, tradicionalmente aliados de Filipinas.

Poco se sabe de su política económica, algo que ha dicho que dejará "en manos de sus expertos y asesores". Filipinas es uno de los países asiáticos cuya economía ha experimentado un mejor comportamiento en el último lustro, con un crecimiento de media del 6,3% anual en medio de una mínima recuperación de la economía global.

El presidente saliente, Benigno Aquino, intentó sin éxito en el último momento una alianza entre otros candidatos para evitar la victoria de Duterte, al que ha calificado de dictador. "Deberíamos recordar la forma en que Hitler llegó al poder. Si permitís que alguien oprima a vuestros semejantes y no habláis, seréis los próximos en ser oprimidos", advertía en uno de los mítines de final de campaña. Sus palabras no parecen haber surtido efecto.

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