Cunha: el precio vergonzoso que la oposición de Brasil ha aceptado pagar
El presidente de la Cámara ha sido investigado en el caso Petrobras por tener millones no declarados en Suiza y vivir como un sultán
Es imposible imaginar una tramitación tan rápida y precisa del proceso de destitución de Dilma Rousseff en Brasil sin Eduardo Cunha. Este diputado del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), investigado en el caso Petrobras por tener millones no declarados en Suiza y vivir como un sultán, destaca en medio de una oposición mediocre. El motivo es que ocupa un lugar clave para poner a un presidente contra las cuerdas: la presidencia de la Cámara de los Diputados.
Como ha señalado el politólogo Leon Victor de Queiroz, el cargo de Cunha es más importante que el de jefe de gabinete de la presidenta. No solo por el poder de aceptar o rechazar las peticiones de impeachment, sino por la potestad de gobernar en la agenda real del país. La presidenta Dilma Rousseff podría haber considerado eso antes de pelearse con él, si hubiera pensado más en estrategia política y menos en la lógica de guerra y resistencia que parece guiarla.
Aun así, es vergonzoso que los principales líderes de la oposición —entre ellos, Fernando Henrique Cardoso, que repite que “infelizmente” hay que llevar a cabo el impeachment— hayan aceptado, sin mayores dramas, esa alianza carnal con Eduardo Cunha. Sin ese pacto, habría sido muy difícil que ni siquiera el habilidoso Cunha consiguiese esquivar tan bien, hasta el momento, los intentos para destituirlo.
La prensa extranjera y una parte de la nacional se estremecen a la hora de describir los antecedentes de Cunha y los de sus aliados. Les resulta más difícil aclarar, a fin de cuentas, los decretos y retrasos en los pagos por los cuales, según dice la Cámara, hay que destituir a la presidenta. En la Constitución brasileña, el impeachment es un proceso político-legal y es el Congreso el órgano político que decide y tiene la última palabra sobre si debe prosperar o no.La ley del juicio político es amplia y, al parecer, no hay nada ilegal desde el punto de vista jurídico por ahora. La cuestión es que tampoco hay nada que impida que se instale fuera del Parlamento un debate sobre la legitimidad y lo razonable de la decisión. A ser un proceso político, todo eso importa también.
El nexo común de las varias multitudinarias manifestaciones que han sacudido Brasil a lo largo del último año y medio, según mostró la encuesta del instituto Datafolha, es que más de un 95% de las personas abogan por la caída de Cunha, un consenso mucho mayor que el que hay alrededor del impeachment. Sin embargo, para una parte de los manifestantes y de los políticos ha ganado el pragmatismo: “Vamos a derribar a Rousseff y después ya veremos qué pasa”.
El problema es que Cunha quiere estar en la foto. Sabe todo lo que ha hecho para lograr derribar al Gobierno y no está dispuesto a desaparecer justo ahora, solo para librar sus socios de su presencia incómoda.
Los ministros del Supremo Tribunal Federal, tan cruciales en esta crisis, tampoco se sentirán cómodos al mirar la escena. Está en sus manos, desde diciembre, una petición del fiscal general, Rodrigo Janot, que pide la suspensión de Cunha por abuso del ejercicio de su función. El Supremo bien podría decir que no hay cómo intervenir en este caso, que es una cuestión interna del Poder Legislativo, pero los brasileños teníamos el derecho a conocer el veredicto antes de que Cunha diese inicio al instrumento más radical de nuestra democracia. Porque no decidir es decidir. Igual que, por cierto, decidió la Corte al determinar que la suspensión de Lula como ministro no se juzgará hasta el 20 de abril, días después de esta votación. A todos los efectos, es una victoria del magistrado del Supremo Gilmar Mendes, que, con una decisión individual tomada a las nueve de la noche de un viernes y en la víspera de un receso, ha logrado bloquear el nombramiento. La importancia de esta decisión se ve superada por otra crucial: la del juez Sérgio Moro, responsable por investigar el caso Petrobras, de permitir la divulgación de pinchazos telefónicos de Lula y Rousseff justo un día antes de la toma de posesión del expresidente. En este caso el pedido de disculpas que hizo Moro después suena, cuando menos, cínico.
Por último, los aliados del vicepresidente del Gobierno, Michel Temer, tratan de calmar a quienes se muestran más incómodos. Para ello, aseguran que Cunha ya no será presidente de la Cámara después de que haya cumplido su tarea. Puede ser, pero no faltará en su círculo quien opine que sería no sería buena opción quitar a un político tan competente y con tanto poder entre los diputados, precisamente en un momento en el que se promete aprobar proyectos que necesitan un gran número de votos. Si al final, entran en la agenda gubernamental un ajuste fiscal y las reformas deseables por el mercado, dudo de que los muñecos inflables gigantes patrocinados por empresarios que están ahora mismo en la calle en contra de Rousseff vuelvan a aparecer. Como reza el dicho: mañana Dios dirá.
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