La globalización del descontento
Surgen vendedores de soluciones mágicas para problemas complejos, y venden
Nuevos indignados, en la estela de los del 15M en la Puerta del Sol, se reúnen cada noche en la Plaza de la República de París para protestar por la reforma laboral del presidente Hollande y el desnortado gobernante Partido Socialista francés, ejemplo de la decadencia de la socialdemocracia en Europa. Son jóvenes, actúan al margen de los partidos, y son apoyados por Podemos. Son el último ejemplo de la globalización del descontento con las élites, que recorre el mundo, desde España, Francia, Alemania hasta Estados Unidos, donde afecta seriamente al proceso electoral para la sucesión de Obama. Surgen vendedores de soluciones mágicas para problemas complejos, y venden. Proteccionismo y guerras comerciales para arrebatar a China los empleos perdidos por EE UU (Trump). Sanders, populista de izquierdas, está ganando a Hillary Clinton en los estados industriales con un mensaje parecido.
En Europa, la marea sumerge a la UE, enferma grave de desafección ciudadana, golpeada esta misma semana por el no de los holandeses en referéndum, con una participación irrisoria, al acuerdo de asociación de la UE con Ucrania, nueva derrota para el proyecto europeo. ¿Presagio para la consulta sobre el Brexit el próximo junio? Nuevo regalo a Putin para quien la división de Europa es un objetivo estratégico. La falta de respuesta solidaria ante la avalancha de inmigrantes procedentes del caldero en llamas de Oriente Medio, unida al estancamiento de las economías continentales, debilita a Europa en un momento de realineamiento global potenciando inquietantes populismos. La crisis económica propicia la renacionalización de las políticas al tiempo al tiempo que rebrotan los nacionalismos identitarios, la enfermedad de lo nacional, como explica el historiador Juan Pablo Fusi que acaba de publicar una atractiva Breve historia del mundo (Galaxia Gutenberg).
Los ciudadanos no reciben respuesta a sus demandas de prosperidad, equidad y seguridad. El Estado fuerte, bien financiado fiscalmente, que puede asegurarlas se debilita desde la revolución triunfante de Thatcher y Reagan. La izquierda perdió la batalla ideológica y cuando alcanza el poder, practica las políticas, maquilladas, de la derecha. El eje derecha-izquierda es sustituido por la casta y los de abajo. La velocidad del cambio provocado por la nueva sociedad nacida de la globalización 3.0, la revolución digital, provoca ansiedad. Resulta difícil absorber los cambios de este mundo plano, como lo bautizó Thomas Friedman, sin que superen a las personas, sin que estas no se queden atrás.
La vorágine provoca primero, perplejidad, descontento, y finalmente ira y desafección hacia un sistema que amplía la brecha de la desigualdad. Y acaba laminando a las clases medias donde estaban instaladas: España, Europa, y EE UU. En este último país constituían el motor del llamado sueño americano, hoy difunto. Así lo cree el 48% de los estadounidenses entre 18 y 29 años, según una encuesta del Instituto de Políticas de Harvard. Se pone en duda que cada generación va a vivir mejor que la de sus padres y que el ascensor social funcione. Combustible de alto octanaje para alimentar la mundialización del descontento. Sube la marea.
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