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“Aquí todo el mundo tiene miedo, el narco manda”

Viaje a los barrios pobres de Rosario, que viven un infierno de violencia desde 2009

Carlos E. Cué
Mural en recuerdo de una asesinada por el narco, en Rosario
Mural en recuerdo de una asesinada por el narco, en RosarioRicardo Ceppi

Nadie se rinde del todo en los barrios pobres de Rosario, acostumbrados a luchar, pero el miedo atraviesa todas las conversaciones. Es un terror nuevo, que lo cambia todo. Siempre hubo pobreza y villas, pero no tantas armas. Ni tanta droga. “Esto está así desde 2009, no hace tanto”, cuenta Juan Ponce, de 33 años, que lucha por salvar Ludueña, su barrio, después de ver cómo su madre, Mercedes Delgado, mecha, moría de dos disparos en la espalda en un tiroteo entre dos bandas rivales. Tenía 50 años y seis hijos. Fue en 2013, el peor año, con 250 muertos en Rosario. Su caso movió mucho a la ciudad porque mecha, militante cristiana de base, llevaba 20 años dando de comer a los que eran aún más pobres que ella. Y la mataron precisamente al salir del comedor. Escuchó tiros y corrió para proteger a uno de sus hijos, de 13 años. Pasó en medio del tiroteo y cayó. Una enorme pintada la recuerda como referente de la lucha contra el narco.

“Este es un barrio que pelea, el comedor lleva desde 1989 dando de comer a 450 personas todos los días. Pero hay mucho miedo”, explica Juan en su casa de ladrillo y chapa, casi metida en la villa. De hecho él mismo no va mucho por la zona donde vivía su madre. Su lucha es muy conocida, ha conseguido encarcelar a tres de los cinco que participaron en el tiroteo –uno era menor y por tanto inimputable, algo muy frecuente- y le están presionando para que abandone su lucha. Juan lo tiene muy claro: lo de su madre no fue un golpe de mala suerte. “Yo culpo de su muerte al Estado, porque no cubrió el espacio que mi madre ocupó durante 20 años dando de comer a los pobres. Todo espacio que se deja, lo ocupan ellos. Un narco se ofreció para financiar el comedor de mi madre, que sigue funcionando. Le dijeron que no, pero lo intentó. El narco está presente, está en todas partes. El estado está ausente. Aquí todo el mundo tiene miedo, el narco manda. Les dan a los chicos una moto, un revólver, mucha plata y se creen alguien. Te pagan 2.000 pesos (175 euros) por guardar un paquete una noche. ¿Quién se va a resistir en un barrio como este?”, resume. El miedo se refleja en su mirada y la de su mujer. Pero han decidido seguir luchando.

Argentina vive una campaña electoral para las elecciones presidenciales del día 25 en la que, por primera vez, el narcotráfico tiene una presencia notable. Los dos principales candidatos de la oposición, Mauricio Macri y Sergio Massa, centran sus mensajes en este problema y prometen acabar con su expansión. La situación es tan complicada en algunos barrios pobres de las grandes ciudades –Buenos Aires, Rosario, Córdoba, Mendoza- que al fin se ha convertido en un asunto prioritario. El Papa argentino también lo ha colocado en la agenda. La gente está harta de la violencia. Massa incluso ha lanzado la polémica propuesta de mandar el ejército a los barrios pobres, a la que le han contestado desde el Gobierno que los narcos importantes, que organizan el negocio, están en los barrios ricos, en mansiones.

Pero en Ludueña, La Tablada o Nuevo Alberdi la campaña queda lejos. En el centro, Rosario es una ciudad tranquila, enriquecida en los años del boom argentino, agradable, donde a la hora de la siesta todo se para. En las afueras, alrededor de la circunvalación, la vida es mucho más complicada. Y sin embargo muchos siguen luchando. El colectivo 26 de junio, jóvenes activistas de izquierda que tratan de mejorar los barrios pobres, ha montado en La Tablada, al borde de la villa, en una zona peligrosa controlada por el narco, una escuela secundaria autogestionada. Tienen alumnos de 17 a 63 años. Todos dejaron otras escuelas y buscan una segunda oportunidad.

Tienen 26 profesores, todos voluntarios que no cobran nada, y 35 alumnos. Algunos van a clase con sus hijos y los dejan en el patio, algo imposible en una escuela normal. “En esta zona es fácil escuchar tiros dos veces por semana”, explica con una sonrisa Florencia Maggi, 35 años, profesora y líder del proyecto. “La idea no es solo enseñar materias, sino sobre todo fijar ideas solidarias, que aprendan a vivir en comunidad de otra manera, a rechazar la violencia, a ayudarse”, asegura. La escuela se va convirtiendo poco a poco en un centro social, un lugar para reunirse. En el barrio prácticamente no existen.

No a todo el mundo le gusta que estén allí. Las bandas locales, sobre todo al principio, presionaban a los fundadores de la escuela. Hubo que hacer mucho trabajo para que les dejaran estar allí. Y aún hoy hay problemas. Las dos ventanas de la parte de arriba, las que dan a la parte más dura de la villa, tienen los vidrios rotos a pedradas. “Y esta no es la parte peor del barrio, de la avenida para allá hay una cocina y allí se cagan a tiros”, cuenta Pablo, uno de los estudiantes, de 21 años. Micaela, de 22, cuenta la vida del barrio: “Ya no salimos a la calle, no nos juntamos con nadie. Es demasiado peligroso. Antes la gente salía a tomar mate con sus sillas a la vereda. Ahora no ves a nadie”. Magalí, su amiga, también de 22, remata: “El año pasado por aquí hubo muchos tiros y se mataron todos entre ellos. Por eso ahora está más tranquilo. Claro que extrañamos lo de antes, de pequeños jugábamos en la calle sin problemas”. Pablo es pesimista sobre el futuro. “En este barrio se agarran a los tiros hasta por el fútbol. Yo me acuerdo como era esto cuando yo era pequeño, un barrio pobre pero tranquilo. No creo que el barrio vuelva a ser lo que fue, la droga no va a parar ni la corrupción tampoco”, sentencia.

Como en toda Argentina, incluso en el corazón de Buenos Aires, en La Tablada las villas se instalaron en las vías del tren abandonadas. Suelo público que nadie se atreve a desalojar. Las villas crecen sin freno en toda Argentina: el coste del alquiler es mucho más bajo, no se piden avales, no hay impuestos. Pero las condiciones de vida son durísimas. La gente en las villas está mucho mejor que hace unos años, sobre todo gracias a las ayudas del Estado promovidas por los Kirchner, en especial la asignación universal por hijo. No hay hambre, pero sí violencia creciente, más droga que nunca y una gran desesperación.

De la fusión entre el colectivo 26 de junio, que creó la escuela, y el movimiento Giros, que también luchaba en los barrios pobres, surgió el Partido Ciudad Futura, una suerte de Podemos rosarino que este año sorprendió al convertirse en la tercera fuerza política de Rosario, por detrás del socialismo y el PRO, y por encima del kirchnerismo, con 87.000 votos (16% del total). Pedro Salinas, concejal electo de este grupo, explica que “muchos núcleos de población necesitan ayuda y hoy la proveen bandas narcos. En Villa Manuelita, hace cuatro años un ‘vago’ (tío) de la barra brava de Rosario Central vino a ofrecer ayuda a un comedor”.

La abogada Jessica Venturi, que ha investigado a bandas narco, descubrió que “la ‘cana’ (policía) le saca las armas a las bandas en un operativo y por la noche les ofrece devolverlas por 5 ‘lucas’ (5.000 pesos, unos 450 euros)”. Venturi también probó que uniformados “pasaban a cobrar” un soborno diario “por los búnkers”, los locales clandestinos en los que se vende droga en los barrios. “La Policía es además la que regula la participación en el delito. Por ejemplo, en la pelea entre las bandas Los Maradona y Los Quemado, la que ofrecía más a la Policía, conseguía que hiciera más operativos contra la otra”, describe la abogada, también militante de Ciudad Futura, que hace dos años publicó un documento sobre el barrio en el que comenzaron a actuar y que se titulaba “Ni Nuevo Alberdi es Sinaloa ni Rosario es Barcelona”.

Gustavo Zignago, subsecretario de seguridad ciudadana de la provincia de Santa Fe, admite que el problema es que el narco está instalando una cultura de violencia y mucha facilidad para conseguir armas: “Lo que antes se resolvía a las trompadas, ahora se resuelve a tiros, hay muchas armas en los barrios”, resume. Toda la guerra se produce dentro de los propios barrios, son pobres matando a pobres. “La gran mayoría de los que mueren y matan son jóvenes de 14 a 29 años que viven a una distancia entre ellos no superior a 15 cuadras (1,5 kilómetros) y están casi todos en la línea que marca el interior de la circunvalación, donde están los barrios pobres”, sentencia Zignago. Eso sí, él cree que poco a poco se está reconduciendo. “El plan ABRE tiene 4000 millones de pesos (350 millones de euros) destinados a reducir la exclusión social, hay más presencia policial, se están bajando poco a poco los niveles de violencia”, asegura. En los barrios no se aprecia ese optimismo oficial, pero también muchos creen que la situación ha llegado tan lejos que algo tiene que pasar. De momento el hartazgo social ha logrado que la lucha contra el el narcotráfico se haya convertido en un asunto central de la campaña electoral.

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