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Tribuna
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Las lágrimas de Petrobras

Urge que los problemas de la petrolera no se eternicen en los meandros de la burocracia o en la búsqueda de un chivo expiatorio

Juan Arias

Petrobras, la gigante compañía del crudo brasileño, fue siempre más que una empresa. Fue un símbolo, la “joya de la corona” del país, revestida de énfasis y orgullo. Los nacionalistas llegaron a usarla como insignia bajo el lema de “el petróleo es nuestro”.

Hoy esa reina aparece enferma y dolorida. Y sus lágrimas preocupan dentro y fuera del país. Hay hasta quién la ve como una reina con los pies de barro que se desmorona bajo el peso de sus pérdidas gigantescas.

Sin embargo, si hay una realidad nacional siempre contemplada con simpatía por ricos y pobres, intelectuales y analfabetos, ha sido Petrobras, tan amada por los brasileños como su fútbol. Una especie de madre que ofrecía riqueza y seguridad, y que podría recordar el orgullo que un día tuvieron los italianos con la Fiat, el gigante del automóvil, que brindaba trabajo y dignidad a medio millón de familias llegadas al aristocrático Turín desde la pobreza del profundo sur del país.

Hasta los brasileños menos escolarizados, que ignoran lo que es la bolsa y las acciones, se han sentido siempre, de algún modo, propietarios de Petrobras, a la que consideraban un tesoro de todos. Y por eso intocable y por encima de toda sospecha de corrupción. De ahí que el 80% de los brasileños estuviera siempre contra su privatización.

Lo que hoy urge es que los problemas que aquejan a la petrolera, que cuenta además con una de las mayores reservas de crudo del planeta, no se eternicen en los meandros de la burocracia, o lo que sería peor, en un juego de búsqueda de algún chivo expiatorio al que sacrificar para salvar al resto de los posibles culpables.

Cualquier maniobra vista como una forma de driblar responsabilidades, lleguen hasta donde hayan llegado, difícilmente será perdonada, no digo ya por sus accionistas, sino también por la gente de la calle, que en una sociedad cada vez más exigente con sus propios derechos está pidiendo “luz y taquígrafos”, en vez de los viejos juegos del escondite.

Ninguna forma mejor de salir al paso de los que siempre soñaron con privatizar a Petrobras que demostrar a los ojos de todos que la petrolera puede estar enferma pero no muerta, y que tiene fuerzas y recursos suficientes para empezar a dar beneficios cuanto antes. Y que no es cierto que todo lo que está en manos del Estado, acaba mal, como sentenciaba con ironía Milton Friedman cundo afirmaba que "si el gobierno asumiese la gestión del Sahara", en pocos años "faltaría la arena en aquel desierto".

Ese sería el mejor modo de demostrar fuera de Brasil, donde tantos ojos- incluso interesados- están puestos sobre las posibles desgracias de Petrobras, que este es un país que goza de una democracia y funcionan libremente todas las instituciones republicanas que deberán intervenir para hacer diagnosticar su enfermedad, sin esconder ninguno de sus problemas, como tampoco los posibles crímenes perpetrados en su seno. Y sin que le tiemble la mano a nadie si fuera necesario usar el bisturí para arrancar la carne enferma.

Los brasileños recuerdan aún la famosa foto del expresidente Lula, con sus manos manchadas de crudo anunciar que Brasil sería pronto “autosuficiente” en petróleo, algo que fue aplaudido por todos los que sienten orgullo por las riquezas de este país. Y ello a pesar de que sus gentes son conscientes de que no siempre esas riquezas son repartidas equitativamente, si es cierto que Brasil figura aún en el ranking mundial como una de las naciones más desiguales socialmente.

Brasil ha iniciado este 2014 como un año que podría ser crucial, surcado de mil incógnitas aún sin aclarar, con una sensación de nerviosismo difícil por ahora de descifrar.

Algunos analistas han preferido interpretar dicha encrucijada del país como un síntoma de crecimiento, una especie de ritual de pasaje a la edad adulta del gigante americano.

Ojalá ello sea confirmado con una resolución rápida y creíble de la crisis de Petrobras. De lo contrario, podría ser leída como una confirmación y un emblema de algo más profundo, que los responsables se revelan incapaces de resolver.

Salvar Petrobras significa, simbólicamente, salvar al país. Hoy, sus lágrimas son también las lágrimas de todos los brasileños y de todos los que más allá de sus fronteras, aman y hasta admiran y envidian a este país visto con un presente lleno de oportunidades.

Quizás un día sean otras empresas creadoras de energía alternativas, nacidas por ejemplo del viento o del sol, las que sean objeto de orgullo de los brasileños en su camino hacia una política de mayor respeto al medioambiente.

Hoy por hoy, sin embargo, lo urgente es salvar la riqueza de Petrobras, indispensable para que este país no vuelva a sufrir las garras de la miseria que lo atenazó durante tanto tiempo.

Y para que no pierda aún más su fe en los políticos que lo gobiernan.

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