Brasil y México se lanzan a tomar posiciones en Cuba
Las dos potencias regionales están decididas a jugar un papel en el futuro de la isla
Al éxito diplomático obtenido por los hermanos Castro con la presencia de 31 mandatarios durante la celebración en La Habana de la cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), terminada hoy, hay que sumar otra conclusión: dos potencias regionales, Brasil y México, están decididas a jugar un papel en el futuro de la isla en un momento en el que la comatosa economía de la Venezuela chavista ya no alcanza para seguir prestando respiración asistida al régimen cubano.
Tanto Enrique Peña Nieto como Dilma Rousseff llegaron a La Habana como dos nuevos Santa Claus. Previamente a su visita oficial, el presidente mexicano condonó a Cuba el 70% de su deuda por 340 millones de dólares. Y su homóloga brasileña inauguró las obras del puerto de Mariel, en cuya construcción Brasil ha invertido 1.092 l millones de dólares, y que supuestamente servirá para atraer empresas que exporten a América Central.
Ambos gestos así como las reuniones bilaterales con Raúl Castro y las declaraciones –“Brasil quiere ser un socio de primer orden en Cuba”, dijo Roussef; Peña Nieto destacó la privilegiada “relación de amistad” entre los dos países en un artículo en Gramma- dejan clara la voluntad de las dos economías más grandes de la región de ganar influencia y aprovechar las oportunidades de negocio que se presenten en la isla en un futuro próximo. Al fin y al cabo, a nadie se le pasó por alto cuando el presidente Obama estrechó la mano de Raúl Castro en el sepelio de Nelson Mandela el mes pasado.
Peña Nieto busca recomponer una relación histórica con Cuba, que se deterioró en las últimas presidencias. El PRI, hijo de la revolución mexicana, fue un buen aliado de la revolución cubana hasta los años 90, y el único país de América Latina que no rompió nunca relaciones diplomáticas con el régimen castrista. Ahora, fiel a esa tradición, quiere volver a ser su interlocutor privilegiado. Y situarse en primera línea de salida para aprovechar sus eventuales medidas de liberalización económica.
No fue así en los últimos tiempos. En los años 90, con la firma por parte de México del Tratado de Libre Comercio con EE UU y su adopción de un discurso crítico ante la falta de libertades en la isla, la relación se deterioró. Y se congeló definitivamente tras la cumbre Iberoamericana de 1999 cuando la entonces secretaria de Exteriores, Rosario Green, se reunió con grupos opositores en La Habana y el presidente Ernesto Zedillo dijo ante Fidel Castro que “no puede haber naciones soberanas sin hombres ni mujeres libres”.
Durante la presidencia de Vicente Fox (2000-2006) los desencuentros se agravaron y, aunque las tensiones se relajaron con Felipe Calderón (2006-2012), el deshielo no llegó hasta el pasado otoño. En septiembre, el canciller mexicano, José Antonio Meade, visitó La Habana, y en noviembre su homólogo cubano, Bruno Rodríguez, viajó el DF, donde agradeció el respaldo contra el embargo y aseguró que los cambios en la isla eran una oportunidad para sus empresarios.
El fin de fiesta esperado de la presencia de Peña Nieto en la Habana era un encuentro con Fidel Castro. La foto plasmaría el deshielo definitivo entre los herederos de la revolución mexicana y el padre de la revolución cubana.
Pese a carecer de esos precedentes históricos, Brasil también quiere sacar rentabilidad a un momento en el que La Habana busca diversificar sus relaciones ahora que su principal aliado, Venezuela, se ha debilitado. Además del puerto de Mariel, el gigante suramericano contempla otras inversiones en la modernización aeroportuaria de Cuba. De la novedad de la iniciativa da idea el hecho de que el total de exportaciones brasileñas a la isla en 2013 no pasó de los 530 millones de dólares. Brasil agradece también de esta forma el programa Mais Médicos, puesto en marcha el año pasado, gracias al cual miles de profesionales de la salud cubanos llegan al país para cubrir la carencia de doctores nacionales en la periferia.
En la un tanto errática y desordenada política exterior del Gobierno de Rousseff, el giro diplomático hacia Cuba ha suscitado críticas en Brasil por parte de empresarios y opositores, que ven en el acercamiento al régimen cubano un gesto de burdo pragmatismo político más que una iniciativa de interés comercial.
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