_
_
_
_
_

El voto del laborismo desencantado será determinante para la secesión de Escocia

Casi todo el voto indeciso es de obreros que raramente votarán por los conservadores y desconfían de los liberales-demócratas

Manifestación en Edimburgo pidiendo el 'sí' para el referéndum por la independencia.
Manifestación en Edimburgo pidiendo el 'sí' para el referéndum por la independencia.Cordon Press

El referéndum sobre la independencia de Escocia del 18 de septiembre de 2014 puede decidirse en lugares como Clydebank, en tiempos gran centro industrial de las afueras de Glasgow y hoy en día una moribunda población cuyos habitantes no saben muy bien qué es peor, si el actual declive o la aventura de meterse en territorios aún por explorar separándose de Reino Unido. Forman parte de esa gran bolsa de indecisos que pueden darle la vuelta a las encuestas y dar el triunfo a los independentistas del SNP (siglas en inglés del Partido Nacional Escocés),

Cuando el martes pasado el ministro principal escocés y líder del SNP, Alex Salmond, presentó al mundo su manual de 649 páginas (más 18 de introducción) detallando el camino a seguir para que Escocia se convierta en un país independiente, tenía un ojo puesto en gentes como las que viven en Clydebank.

Son sobre todo votantes laboristas de toda la vida que se sienten decepcionados tras la larga etapa centrista de Tony Blair y el Nuevo Laborismo. Gente obrera que difícilmente votaría por el Partido Conservador, que no se fía de los liberales-demócratas y que se siente cada vez más identificada con el SNP, sobre todo a la hora de votar en las elecciones al Parlamento de Escocia.

Es gente que se siente muy escocesa pero también británica, quizás porque su bienestar material ha dependido sobre todo de la gran industria, como los astilleros. Gente que ha perdido el bienestar de tiempos pasados y que ahora puede verse tentada a apoyar la aventura de la independencia para intentar encontrar un camino mejor.

EL PAÍS

A sabiendas de que el argumento económico es la clave del referéndum, Salmond ha huido de la retórica nacionalista, ha dado por resueltos los temas más espinosos –como la pertenencia a la UE y la OTAN, la moneda, los controles fronterizos– y se ha concentrado en la economía, haciendo promesas más propias de un programa electoral que de un catálogo sobre cómo llegar a la independencia. Lo importante para él es que los escoceses no vean la independencia como un problema, sino como una oportunidad.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Una oportunidad para lugares como Clydebank, una población de 29.000 habitantes (45.000 incluyendo los alrededores) en la periferia noroeste de Glasgow, a orillas del río Clyve, que empezó a formarse en 1870, cuando los astilleros de la gran capital económica de Escocia empezaron a quedarse pequeños y a expandirse río abajo.

Ahora, de aquella época dorada queda muy poco. Lo más llamativo, la gran grúa Titán, construida en 1907 y restaurada un siglo después para convertirla en atracción turística porque ya no hay barcos que construir. Aquí había astilleros gigantes como John Brown & Co y de aquí salieron buques tan famosos como el RMS Lusitania, botado en 1907 y durante un tiempo el mayor barco del mundo, hundido por un submarino alemán en 1915, al principio de la I Guerra Mundial. O el Queen Mary (1934), el Queen Elizabeth (1938) y el Queen Elizabeth 2 (1967), que la ciudad esperaba ver amarrado para siempre en la ribera del Clyde cuando fue retirado de servicio pero la empresa propietaria lo acabó vendiendo a Dubai como hotel flotante.

En los buenos tiempos estaba Singer, el gran fabricante estadounidense de máquinas de coser que llegó a emplear a 11.000 trabajadores en Clydebank. La importancia que llegaron a tener Singer y los astilleros fue tal que formaban parte del escudo de armas que el burgo de Clydebank adoptó de forma oficiosa en 1892.

Un escudo de armas que aún se puede ver en las ruinas de un viejo pabellón industrial justo detrás del vetusto edificio del ayuntamiento. Y, en una esquina, una gran placa con los nombres de los caídos en las dos guerras mundiales: un millar en la primera, en torno a un centenar en la segunda, aunque la ciudad fue bombardeada por la aviación alemana para destruir su industria.

Hoy, la calle mayor de Clydebank es el fiel reflejo de su decadencia. Allí está el inevitable centro de acogida del Ejército de Salvación. Un supermercado de congelados Iceland cuyo gran tamaño contrasta con la única tienda de alimentos frescos que salta a la vista: una minúscula carnicería y pescadería al mismo tiempo. Hay hasta tres casas de empeños, una tienda de productos de segunda mano de la British Heart Foundation, el popular horno de empanadas Greggs, las inevitables casas de apuestas, unos tristones grandes almacenes formado por paradas de mercadillo, una de las varias cooperativas que hay en el pueblo, tres oficinas bancarias… Y al final, en la esquina, antes de llegar al canal Forth-Clydebank por el que en tiempos circulaba la riqueza en forma de pasajeros y mercancías, está el “Café Roma, Restaurante, Grill, Pizzeria” con el que el pueblo se da un baño de cosmopolitismo. Al otro lado del canal se levanta un centro comercial algo más moderno, como insinuando que los buenos tiempos aún pueden volver.

En Clydebank, un piso de dos habitaciones cuesta una media de 83.000 libras (100.000 euros), entre tres y cuatro veces menos que en los barrios modestos de Londres y veinte veces menos que en el centro de la capital. En la ciudad que en los años 50 recibía a la glamurosa actriz de Hollywood Dorothy Lamour y se ha honrado varias veces con la visita de la reina Isabel, ahora las cosas van “mal”, según explica Katy, una mujer de 60 años que recuerda con melancolía los viejos buenos tiempos.

¿Qué votará Katy en el referéndum? “Todavía no lo he decidido”, confiesa. A ella, lo que le preocupa es la economía. “No estoy muy segura de que tengamos el dinero para pagar las ayudas a los niños y todo eso”, dice, en referencia a una de las promesas más llamativas lanzadas el martes por Alex Salmond. “¿De dónde va a salir el dinero?”, insiste Katy, y añade que si supiera que no va a haber problemas de dinero “votaría por la independencia, eso seguro, porque soy escocesa”.

“El argumento económico está claramente de nuestro lado”, explica Anas Sarwar, de 30 años y desde 2010 diputado laborista por Glasgow Central. Es hijo de Mohammad Sarwar, que en 1997 se convirtió en el primer musulmán en llegar a Westminster y en agosto renunció a la ciudadanía británica para convertirse en gobernador de Punjab, en su Paquistán natal.

Sarwar, número dos del laborismo escocés, encabeza en Glasgow la campaña del no a la independencia, una plataforma abierta a diversas opciones políticas bajo el lema “Mejor juntos”. No cree que la desafección de una parte del laborismo se vaya a convertir en granero de votos por la independencia. “Es importante tener en cuenta que hay más gente del SNP que va a votar no en el referéndum que laboristas que van a votar a la independencia. Y eso lo que demuestra es que estamos ganando el debate económico porque la gente no cree que las cosas vayan a ir mejor si dejamos Reino Unido. Los grandes logros del laborismo, como el NHS [el sistema público de sanidad], no se hicieron pensando en Escocia o solo para Escocia. Se hicieron pensando en todo Reino Unido”, asegura.

El joven diputado pasó un mal trago en octubre, cuando acudió a Clydebank para participar en un debate organizado por los sindicatos bajo el epígrafe “¿Debería la clase obrera apoyar la independencia?”. Los asistentes más radicales boicotearon con broncas constantes a quienes, como Sarwar, se pronunciaban a favor de la unión y en contra de la independencia. “Lo que pasó en Clydebank no es representativo de lo que piensan los laboristas”, puntualiza el diputado.

Pero algunos votantes laboristas de toda la vida sí piensan apoyar la independencia. Como John Holden, de 67 años, que trabajaba regulando el tráfico frente a una escuela y que reniega de los ingleses “porque han acabado con la industria aquí”. “Por mí se pueden ir”, asegura. “Con la independencia las cosas irán mucho mejor porque tendremos el petróleo y podremos reavivar la industria”, dice. Pero admite que la independencia no tiene muchas posibilidades de ganar: “No parece. Está un poco chungo de momento… Mitad y mitad…”. “Yo siempre he votado laborista. Casi siempre. Y nunca he votado tory. Nunca jamás”, deja caer al despedirse.

No todos tienen las cosas tan claras. “No estoy muy segura si votar de una forma o de otra. Hasta septiembre no decidiré qué voy a hacer. Lo único seguro es que votaré”, reconoce Jean, de 84 años, ¿Qué necesita para decidirse? “Realmente no lo sé”, se ríe.

Liam, de 29 años, está eligiendo lo que parece un anillo de compromiso frente al escaparate de una joyería. Él sí sabe lo que hará. “De momento estoy en el campo del no porque creo que estaremos mejor si nos quedamos en la unión. Aunque hay aspectos de la independencia que me atraen, como el no tener submarinos nucleares”. ¿Significa eso que aún puede cambiar su voto? “Votaré no”, sentencia.

John, de 57 años, cartero desempleado “desde hace solo un año”, piensa lo mismo. “Estoy en contra de la independencia porque no creo que sea lo mejor para nosotros. Incluso si fuera económicamente viable no sé si sería mejor o no. Estoy bastante conforme con que las cosas sigan como están ahora.

A Moira y Sophie, de 18 años, el referéndum no les interesa. “No voy a votar. No me importa”, dice Moira. “Yo tampoco. No le veo sentido a la independencia”, se suma Sophie. Pero, si tiene opinión, ¿por qué no vota? “No lo sé…”, reconoce. Alex Salmond se empeñó en conseguir que voten los mayores de 16 años, pero las encuestas dicen que a los jóvenes no les interesa ni el referéndum ni la independencia. Como a Moira y Sophie…

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_