Ted Cruz, principal enemigo de la reforma migratoria
El senador de apellido hispano no ayudará a recuperar el apoyo de esta comunidad a su partido
Nació en Calgary, Canadá, hace 42 años. Es hijo de un emigrante cubano y una norteamericana con ascendencia europea. El senador Ted Cruz presume de la emigración de sus antepasados como millones de norteamericanos cuyas trayectorias han terminado por tejer la narrativa única de Estados Unidos. Pero a pesar de ese apellido hispano -su nombre de pila es en realidad Rafael-, es ahora el enemigo de los intereses de 11 millones de indocumentados, sus familiares -algunos de ellos ciudadanos- y todo aquel que defienda la reforma del sistema de inmigración.
Cruz pertenece al grupo de senadores aupados por el Tea Party y que, una vez en Washington, han logrado secuestrar las negociaciones del presupuesto, han retrasado -más allá de lo que le gustaría reconocer a otros compañeros de filas- el nombramiento de miembros clave de la Administración Obama y ahora amenazan con bloquear leyes históricas como la reforma migratoria.
Curtido como abogado del Estado de Texas y defensor de varios casos ante el Tribunal Supremo, el senador Cruz da lecciones de retórica desde la sala de votaciones del Senado hasta las redes sociales. Se ha vestido con el descaro del Tea Party como ningún otro de sus candidatos. Tras ganar su escaño en Texas el pasado mes de agosto, no ha dudado en blandir sus argumentos de la derecha más conservadora para encarar todo tipo de propuestas legislativas. Desde las del presidente Obama hasta las de los veteranos de su propio partido.
Una pugna que no han escondido en sesiones parlamentarias. Cruz puede afirmar un día, ante la reunión anual del Partido Republicano de Nueva York, que se siente “profundamente optimista porque nuestros ideales funcionan, porque la libertad funciona”- cuando hace apenas unas semanas había reconocido que no cree en su agrupación política.
Para Harry Reid, líder de la mayoría demócrata en el Senado, Cruz es “un provocador de patio de colegio”
Ha obligado a John McCain, un veterano del Senado, a responder a sus provocaciones. “En vez de bloquear lo que estoy convencido que quieren mis colegas -todos ellos aquí, y que son una minoría dentro de la minoría de republicanos en el Senado- reconozcamos que la mayoría de senadores en realidad prefiere seguir adelante con un presupuesto que tantas horas y tanto esfuerzo nos ha costado cerrar”.
Para Harry Reid, líder de la mayoría demócrata en el Senado y otro de los legisladores con décadas de experiencia, -y que ahora presencia la división causada entre los republicanos por los recién llegados-, Cruz es “un provocador de patio de colegio”. Pero el senador de Texas no es de los que desaprovechan la oportunidad para contestar. “No sabía que estábamos en el recreo”, le respondió en una sesión del Senado.
Ésa es su firma. Desde las primarias en las que venció en Texas el pasado verano, derrotando por 13 puntos de diferencia al favorito, el número dos del gobernador, Rick Perry, Cruz ha hecho suyo el ideario del Tea Party para defender los valores más conservadores de la política estadounidense y pelear cualquier medida que plantee Obama. Rechaza sus reformas como cualquier avance de carácter social, y su enfrentamiento con el poder del gobierno federal le ha empujado a rechazar ayudas públicas para los afectados por el huracán Sandy en Nueva Jersey y Nueva York.
Su historia es también la de decenas de legisladores que llegan a unas elecciones con un currículum -avalado en este caso por su paso por Harvard y Princeton- y al entrar en campaña cambian de disfraz. Después de trabajar en el equipo electoral del expresidente George W. Bush, Cruz asesoró al republicano en su propuesta de reforma migratoria, abandonada en 2001 y que fracasaría seis años después tras un debate que ni republicanos ni demócratas quieren recordar. Hoy puede convertirse en su peor pesadilla si lleva a la Cámara algunas de las propuestas que ya defendió hace unas semanas en las negociaciones preliminares de la ley.
Cruz formó parte de la campaña del expresidente George W. Bush, y le asesoró en su propuesta de reforma migratoria en 2001
Cruz, cuyo apellido e historia familiar podían haberle convertido en otro Marco Rubio, en otro vínculo de los republicanos con la comunidad hispana, insiste sin embargo en que la principal promesa de la reforma migratoria debe ser eliminada por completo: aquellas personas que hayan vivido ilegalmente en Estados Unidos no deberían poder acceder nunca a la ciudadanía.
Esta enmienda planteada por Cruz en el Comité Judicial del Senado durante las sesiones que aprobaron el texto antes de pasar al pleno de la Cámara, desenmascaró en realidad la coalición de demócratas y republicanos que están dispuestos a regularizar a los 11 millones de indocumentados que se estima residen en el país. Esta provisión es imprescindible para el avance de la reforma, que sólo firmará Obama si ofrece una vía de acceso a la nacionalidad para los ‘sin papeles’.
Sin embargo, el senador guardaba otra enmienda que sí puede amenazar el paso de la ley en las próximas semanas porque lleva el sello del Tea Party, porque muchos republicanos están esperando a que alguien como Cruz se atreva a plantearla y porque hace eco de lo que quieren exigir después en la Cámara de Representantes, donde la mayoría republicana puede levantar un muro al paso de la legislación. El senador quiere prohibir que los indocumentados se beneficien de cualquier tipo de programa financiado con dinero público a nivel local o estatal.
Cruz ha encajado como un guante en el modelo de senador que ha dejado libre Marco Rubio, otro hispano de padres cubanos que sí ha optado por convertirse en la bisagra unificadora de conservadores y republicanos tradicionales. Ha recuperado ideas como la revocación de la reforma sanitaria de Obama para cruzarlas con el debate migratorio. Ningún indocumentado, defiende Cruz, debería acceder a un solo recurso de los que aquella ley pone a disposición de los ciudadanos.
Mientras Cruz adelantaba este discurso del pasado en ante el Comité Judicial, sus compañeros de la Cámara Baja todavía no han podido alcanzar un acuerdo básico para redactar la ley de inmigración paralela que querían haber presentado hace ya una semana. Demócratas y republicanos se han atascado por una exigencia que recuerda más a las elecciones legislativas de 2010 que al ambiente de cooperación bipartita que han querido transmitir desde el Senado, y que augura un agrio verano para la reforma.
El senador, sin embargo, ve en toda esta división la gran oportunidad para su partido. “Es muy fácil que los republicanos se sientan desmoralizados ahora”, aseguró durante un polémico discurso en Nueva York este miércoles. “Pero los cambios llegan rápido y, en política, a la velocidad de la luz”. Cruz no hablaba al electorado. Hablaba a los miembros de su partido en aquel Estado, donde rechazaron que se hubiera invitado al legislador de Texas después de traicionarles rechazando la ayuda para las víctimas de Sandy.
El rapidísimo ascenso de la última estrella republicana, desconocida hace apenas un año, pasa sin embargo por convencer a los veteranos de su misma coalición. Senadores como McCain, con 26 años de recorrido en Washington, ya rechazan abiertamente las estrategias del grupo liderado por Cruz. Después de sabotear las negociaciones del presupuesto y bloquear reuniones de los republicanos con la oposición demócrata, el próximo campo de batalla es el de la inmigración. Y ni los republicanos, ni los hispanos, ni Obama podrán esperar una sola concesión.
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