Presunción de partido
En la política, al contrario que en la vida, es posible decir primero y callar después, remediando lo imposible
Por si no era suficiente con su Fiscalía Anticorrupción, el PP decidió hace unos meses crear un departamento propio dentro del partido. Una especie de Asuntos Internos tan internos, tan internos, tan internos que el responsable, Manuel Cobo, dimitió a los diez días. El objetivo era, naturalmente, denunciar prácticas irregulares en cuanto apareciesen, ya que uno de los lemas del PP es que las víctimas de la corrupción son ellos. Siempre que los pillen; si no, se va tirando a duras penas.
La oficina institucionaliza el derecho eclesiástico, una ley divina que atañe a los creyentes y cuyo incumplimiento debe denunciarse internamente, donde se depuran responsabilidades ajenas a lo terrenal. Por eso, del escándalo Bárcenas lo último que sorprende es el suave giro de guion que se está produciendo con una transparencia envidiable, colocando la carta del cuento de Poe a la vista de todos para que nadie la encuentre. Es Frank Pentangeli, el delator de los Corleone, viendo en el banquillo cómo Michael se hace acompañar de su hermano en el juicio para optar por una salida pactada: ya no se acuerda de nada, si se acordó alguna vez de algo.
En la vida es más importante callar que decir: lo primero puede solucionarse. En la política, sin embargo, es posible decir primero y callar después, remediando lo imposible. Aún recuerdo cómo hace 15 años el exdelegado del Gobierno en Galicia, Fernández de Mesa, llamó a los periódicos para decretar unas declaraciones suyas como “no dichas”. Por suerte, en la comisión de investigación estaba el periodista Íñigo Domínguez para resumir lo que está pasando: el abogado del extesorero le pasaba notas con instrucciones, de tal forma que los papeles de Bárcenas ya son los papelitos. Y en esa reducción se encuentra el caso de la financiación del PP, que ha empezado a evaporarse bajo la fórmula perversa con la que se evaporan ciertos delitos que afectan a todos pero son tratados como si las víctimas fuesen los beneficiarios: una cosa nuestra.
Lo que quedará en sede parlamentaria es la actitud del PP utilizando el Congreso para denunciar su funcionamiento. El esqueje de la actividad política española: lo que hacemos mal lo tienen que decir los tribunales. Se liga la responsabilidad política a la judicial, de tal forma que uno sólo paga cuando viola la ley: el encargado no te echa sino que te protege hasta donde puede. Y cuando ya no puede, negocia.
Yo estoy muy de acuerdo con que la presunción de inocencia pasa malos momentos en España. Pero hay otra presunción, la presunción de partido, que aguanta lo que le echen.
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