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Coordinado por Gonzalo Fanjul y Patricia Páez

¿Dónde demonios está la Concordia en esta Europa?

Los Premios Princesa de Asturias se mofan de la responsabilidad de la UE en la crisis de refugiados

Gonzalo Fanjul
Saludo entre Jean Claude Juncker y Nigel Farage en el Parlamento Europeo.
Saludo entre Jean Claude Juncker y Nigel Farage en el Parlamento Europeo.PATRICK SEEGER/EFE
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Los Premios Princesa de Asturias se han ganado una cierta reputación de oportunistas por su tendencia a jugar al hueco. Sin embargo, con el Premio a la Concordia 2017, concedido hoy a la UE, el jurado se ha pasado de frenada. Incluso considerando las dificultades por las que atraviesa el continente tras el referéndum del Brexit, conceder un premio de este tipo a quien está cometiendo un crimen histórico con quienes huyen desesperados de uno de los peores conflictos modernos constituye un sarcasmo peligroso.

Ayer, Día Mundial del Refugiado, se nos recordaba que no menos de 14.000 personas han perdido la vida desde 2014 intentando llegar a Europa. El número de quienes se han dejado la dignidad y los ahorros en el intento, condenados a una vida de incertidumbre e inseguridad, se puede contar por millones.

Esto no habría ocurrido si Europa, Estados Unidos, Australia y otros países hubiesen honrado sus obligaciones legales y establecido pasajes seguros y masivos que garanticen la protección internacional.

La abracadabrante nota de prensa de la Fundación Princesa de Asturias hace referencia a la “relación más integradora y constructiva con vecinos como Turquía, Oriente Próximo o el norte de África”. Precisamente cuando en estos países está teniendo lugar una monumental operación de chantaje y soborno para la externalización y securitización de las fronteras europeas.

¿Cómo es posible ignorar estos asuntos a la hora de deliberar un premio de esta categoría?

Por supuesto que los gobiernos de Alemania y Suecia se han comportado de otro modo. Que las autoridades griegas e italianas han hecho frente como han podido a una emergencia humanitaria de una magnitud intolerable. Pero estos casos son la excepción, no la regla. Sus respuestas ha tenido lugar a pesar de los demás Estados miembros y no con su apoyo.

Unos, como la Hungría de Orbán o la Polonia de Kaczynski, ladran su xenofobia en cuanto tienen una oportunidad. Otros, como la España de Rajoy o el Reino Unido de May, tiran exactamente la misma piedra y después esconden la mano.

¿Dónde demonios está la Concordia en esta Europa?

El hecho de que se estén saliendo con la suya no significa que no nos enteremos. La responsabilidad histórica nos marcará para siempre, como marcó a toda Europa su inanidad frente al genocidio judío. Y, cuando echemos la vista atrás y comprobemos que, mientras la UE miraba hacia otro lado, sus líderes se palmeaban la espalda concediéndose premios como el Princesa de Asturias a la Concordia, el asunto nos parecerá sencillamente repulsivo.

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