El 'show' de Podemos
La moción de censura planteada por Iglesias equivoca tiempos y formas
Editoriales y artículos anteriores
Editorial del 5 mayo: Políticos sin rumbo
Editorial del 28 de abril: Sigue el espectáculo
Artículo de Javier García Fernández: Moción de censura
Artículo de Rubén Amón: Una moción en propia meta
La Constitución Española contempla en el título V, el que regula las relaciones entre el Gobierno y las Cortes generales, la posibilidad de censurar al Gobierno. La moción debe contar con un programa de gobierno, recabar el apoyo de la mayoría absoluta de la Cámara e incluir un candidato alternativo a presidente, que quedaría automáticamente investido. La puede plantear una décima parte de los diputados y, si fracasa, sus signatarios no podrán repetir la iniciativa durante el mismo periodo de sesiones.
Ninguna de las dos mociones que ha vivido el Congreso de los Diputados en la democracia triunfó. La primera (1980) sirvió para apuntalar a Felipe González como un candidato creíble a presidente y la segunda (1987), para truncar las posibilidades del popular Hernández Mancha.
La planteada ahora por Podemos contra Mariano Rajoy, y que mantiene en solitario a pesar de no haber recabado ningún apoyo parlamentario y carecer, además, del respaldo de un socio importante como Compromís, deja en evidencia el gusto de Pablo Iglesias por el tacticismo y la política espectáculo. También sus contradicciones, pues tras hacer girar el partido hacia una movilización más callejera que institucional y de marginar a quienes se opusieron a su nueva línea, vuelve paradójicamente a priorizar el camino institucional, y lo hace para afrontar lo que considera “una excepcionalidad y emergencia democrática ante la parasitación de las instituciones del Estado por parte del PP”.
La maniobra de Iglesias se ha producido esta vez a la vista de todos, en un juego de fechas que ha buscado torpedear el proceso de primarias del PSOE y su imposibilidad de generar una alternativa hasta el nombramiento de su secretario general. Conminado por su socio, Compromís, a respetar los tiempos del rival, y con las manos vacías de acuerdos tras unas semanas de supuestas rondas de contactos, Pablo Iglesias sigue adelante con una moción de censura destinada de antemano al fracaso.
Es cierto que España afronta graves problemas. Y que el Gobierno tiene su credibilidad muy dañada por la sucesión de escándalos de corrupción. Pero, en gran parte debido al radicalismo de Podemos, no existe hoy por hoy una alternativa parlamentaria a la que garantizó la investidura a Mariano Rajoy en octubre del año pasado.
La primera moción de censura de la democracia sirvió para visualizar la posibilidad de una alternativa al Gobierno de Suárez. La segunda reforzó al Gobierno y debilitó a la oposición. Esta tercera muy seguramente servirá para que todo el mundo entienda por qué, a pesar de la falta de idoneidad de Rajoy para seguir en La Moncloa, su continuidad está lejos de estar en cuestión. Tal y como está planteada esta moción, quien finalmente se va a examinar va a ser Pablo Iglesias, no Rajoy. Y su fracaso afianzará a Rajoy y su proverbial capacidad de ganar batallas por la incompetencia del contrario.
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