Trump quiere también su plan de paz
El mayor peligro de sus ideas es que arruinen el acuerdo nuclear con Irán
Un presidente que se precie debe tener su propio plan de paz para Oriente Próximo. Todos los antecesores de Trump desde Bush padre lo han tenido, y el magnate no iba a ser menos. Ideas no tiene, y si tiene son volátiles y contradictorias. Tampoco asesores que conozcan algo del conflicto, a menos que se considere a su yerno y bisoño consejero presidencial Jared Kuschner. No importa, Trump cuenta con el dinero, es decir, los negocios, un lenguaje que entienden muy bien los amigos saudíes.
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Israel y Arabia Saudí son las dos piezas centrales del nuevo plan, federadas por su enemistad con la República Islámica de Irán, con la que se disputan la hegemonía en la región y, en el caso saudí, el liderazgo islámico. El obstáculo mayor para que una tal alianza sea una OTAN de Oriente Próximo es el conflicto entre israelíes y palestinos.
A Trump no le interesan los detalles. Tanto le da la fórmula de un Estado como la de dos. Lo mismo sucede con los asentamientos, pueden seguir o pueden frenarse, o con el traslado de la embajada de Estados Unidos de Tel Aviv a Jerusalén. De ahí que en su viaje no se haya entrometido en estas minucias y se haya limitado a obtener calurosas confirmaciones de los deseos de paz de unos y otros, debidamente acompañadas si es posible de sustanciosos contratos de venta de armas.
Trump cuenta con el dinero, es decir, los negocios, un lenguaje que entienden muy bien los amigos saudíes
De momento, el primer viaje presidencial ha servido para descongestionar la atmósfera irrespirable de Washington tras la destitución del director del FBI, James Comey, y el nombramiento de un fiscal especial. La monarquía saudí, a su vez, ha conseguido un valioso lavado de cara, que hace olvidar sus tristes plusmarcas en derechos humanos y sus responsabilidades en el fomento del islamismo más extremista e incluso en los atentados del 11-S. Netanyahu como Abbas, habituales del vivir al día, han conseguido sus respectivas bocanadas de oxígeno con este plan de paz inasible.
El trumpismo quiere construir una nueva narrativa, más bien un cuento de hadas, respecto a Oriente Próximo, aunque dos hechos rompen su relato: las elecciones en Irán y el atentado de Mánchester. Hasan Rohaní, el presidente iraní ahora reelegido, es un civilizado reformista si se le compara con los multimillonarios autócratas que gobiernan gracias a la sumisión de sus súbditos al wahabismo, la rama más rigorista y peligrosa del islam. Salman Abedi, el asesino de niños británicos, está precisamente formado en la estela de este islamismo de matriz saudí que también ha adoptado el Estado Islámico.
Es un enigma saber a dónde llevará todo esto. El mayor peligro del trumpismo en acción es que arruine el acuerdo nuclear con Irán y estimule la escalada bélica que Obama frenó. Aunque los adultos de la Casa Blanca, principalmente los militares, no están por reírle las gracias a Trump, nada favorece tanto los tambores de guerra, respecto a Siria, a Corea del Norte o a Irán, como una Casa Blanca en apuros domésticos, como los que tiene ahora este presidente sospechoso de abuso de poder y de interferencia en la acción de la justicia.
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