Quiero llorar
Acabaremos hablando de un tratado de no proliferación de armas informáticas y de la prohibición de armas de destrucción masiva digitales
El ataque informático originado en el virus WannaCry (“quiero llorar”) nos sitúa en la antesala de un 11-S informático. En aquel ataque, unos pocos pusieron de manifiesto la vulnerabilidad de muchos, cambiando para siempre la manera de entender nuestra seguridad.
Ahora, este ataque, que ha alcanzado a 150 países, expone la fragilidad de una tecnología, la informática, a la que hemos confiado por completo e inadvertidamente nuestro futuro. Si con el 11-S despertamos de las utopías pacifistas inducidas por el fin de la guerra fría, con este ataque comenzamos a vislumbrar a qué se parecerán las pesadillas que nos va a tocar vivir en el siglo XXI.
El 11-S fue el paradigma del ataque “asimétrico” (el que busca, frente a un enemigo muy poderoso, explotar sus puntos más débiles). Lo mismo puede decirse del WannaCry: ¿qué país o grupo terrorista no sueña con un arma barata pero altamente efectiva cuyo uso deja pocas o ningunas huellas para los forenses? Alta impunidad, poco riesgo, mucho benefico. ¿Quién da más?
No sabemos todavía los motivos de los atacantes: hay quien sospecha —observando a China y Rusia entre las víctimas— que muy bien podríamos estar ante un “accidente”, es decir ante un vertido involuntario a la red de un virus con el que alguien estaba experimentando (y que seguro alguien va a pagar muy caro pues no se juega así como así con rusos y chinos).
Sin embargo, la hipótesis del accidente es tan poco alentadora como la de un ataque deliberado. En ambos casos, queda muy erosionada la principal moneda sobre la que se sostiene la economía digital: la confianza en la seguridad de la tecnología que la sostiene. Igual que el 11-S instauró la “securitización” física de nuestras sociedades (arcos de metal, cacheos, detectores de explosivos y armas), este ataque nos lleva de cabeza a la “securitización” digital: viviremos en un mundo dominado por costosos parches, actualizaciones, pesados chequeos y una vigilancia constante de las redes. Y, ¿quién sabe?, después del próximo ataque o accidente, que será más grave aún, acabaremos hablando de un tratado de no proliferación de armas informáticas y de la prohibición de armas de destrucción masiva digitales. Es cuestión de tiempo. Se acabó la utopía libertaria-informática: lloremos. @jitorreblanca
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