Empatía contra la ‘necropolítica’
El Día de la Tierra congregó en Madrid a varios colectivos reunidos bajo el nombre Futuro en Común. Piden más participación social y más economía colaborativa
El día de mañana, esa expresión referida a un futuro próximo, puede que sea ya el de ayer. Quizás el porvenir nos haya sorprendido entre interrogantes y nos encontremos, de súbito, frente a él. Desubicados y con problemas medioambientales, sociales y económicos que resolver. Estas eventualidades preocupan a expertos, pero también a la llamada sociedad civil, en consonancia con la aprobación de la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Inquietan a muchos colectivos que quieren diagnosticar problemas y proponer soluciones desde la calle. Mediante, por ejemplo, lluvias de ideas, casos reales y un manojo de conceptos por bandera: sostenibilidad, ecología, trabajo solidario o resiliencia.
Resonaron el pasado 22 de abril, Día Internacional de la Madre Tierra, en las instalaciones reformadas del Matadero de Madrid. El 2º Encuentro Intersectorial de Futuro en Común —una plataforma heterogénea donde compartir recetas contra la pobreza, la desigualdad y el maltrato medioambiental— se celebró bajo una especie de alegato repetido: contraatacar a esta policrisis y a la necropolítica con empatía. Con un programa que incluía debates, talleres y puestas en común, decenas de personas discutieron sobre objetivos, alternativas y elementos de lucha en pilares básicos como la diferencia entre géneros, el fin de la energía fósil o el retroceso de la democracia.
“Nuestro sistema está matando. Por eso lo llamamos necropolítica, que es dejar morir a los desahuciados, a los refugiados, a la gente”, acusó Juan Hernández, doctor en Derecho por la Universidad del País Vasco. “El capitalismo actual tiene una lógica cruel de crecimiento que incluso dentro de él no funciona”, sostuvo, “y la tarta no va a hacerse más grande. Es el reparto lo que importa: su codicia va a seguir igual y a nosotros nos van a explotar más”. Hernández, miembro del Instituto de Estudios sobre Desarrollo y Cooperación Internacional indicó que el discurso dominante adaptado por “los dominados” es lo “preocupante” y que no queda otra que “resistir”. “Creo en la desobediencia civil y lo veo clave en este momento de resistencia. Pero hay que hilar fino: hay que tener clara la necesidad del cambio”.
Elisa Veiga, presidenta de la Federación de Derechos Humanos, insistió en la idea de colapso: “El modelo actual se agota. Por eso hay una crisis múltiple o policrisis. Cada vez está todo controlado en menos manos porque es insostenible. Y hay una relación directa entre la naturaleza y la pobreza. La economía ha ganado la guerra a la vida. Según vayamos viendo la pérdida de recursos, aumentará la inequidad. Es imposible un suelo de igualdad si no hay un techo medioambiental”, apuntó.
Veiga insistió en este factor repetidamente. Y con razón: según Global Forest Watch, en 14 años (de 2000 a 2013, incluidos) algunas zonas de Estados Unidos han perdido el 31% de biomasa, en el norte de Europa la deforestación ha acabado con unos 2,3 millones de kilómetros cuadrados y Portugal se sitúa como el cuarto país con mayor pérdida forestal del mundo, con un 24,5% menos. También se habla del cambio de naturaleza salvaje por plantaciones, que (sobre todo en Brasil o Indonesia) provocan tragedias tan sonoras como la pérdida de hábitat o la extinción de especies (acordémonos de las campañas recientes en defensa del orangután por la devastación que producen los cultivos para aceite de palma). “Creemos que no hay suficiente para todos, y por eso las barreras y el control frenético”, argumentó Veiga, imponiendo la “necesidad” de crear “nuevos paradigmas”.
“La gente excluida o explotada necesita ideas fuertes, como que no todo se puede comprar y vender en este mundo”
Nuevos relatos que reescriban esos capítulos mil veces leídos. Como que la liberalización es igual a progreso o que la competencia produce bienestar. “A día de hoy, podríamos poner mil ejemplos sobre ese mantra del crecimiento que han sido un fraude, como el AVE o el Canal de Isabel II”, señalaron, acusando estas decisiones de esquilmar recursos o de ser un foco de inversiones ruinosas y corrupción.
Al otro lado se sitúan experiencias como Som Energía, una cooperativa de energías renovables que quiere desplazar a las grandes instituciones o Ecodeme, de vivienda ecológica. Enmarcadas en lo que se denomina "economía social" o "solidaria", sus principios se sustentan en una mayor democracia y horizontalidad en la empresa, en compromiso ambiental y social y en la ausencia de lucro. Lo explicó Mikel Fernández, responsable de la Red de Economía Alternativa y Solidaria (REAS) dentro de la Confederación Empresarial Española de la Economía Social (CEPES): “Este mercado choca con los criterios de cualquier corporación”, anunció en uno de los talleres simultáneos que completaron el encuentro.
Sindicatos, Estado y gran patronal, enumeró Fernández, son los únicos protagonistas del diálogo social. Una de las causas es la “atomización” de los mercados sociales. De su aparente papel de residuales cuando cada vez son más comunes (en España existían el año pasado 43.000 compañías con 2,2 millones de trabajadores y un PIB de 52.541, equivalente al de Galicia). “Surge de las necesidades de la gente. Y el pretexto no es el beneficio sino generar trabajo”, enfatizó el portavoz de REAS, que agrupa a medio centenar de empresas desde 1997. “Se trata de poner en valor la capacidad de gente que quiere hacer cosas, al individuo por encima del dinero”, expuso, “pero no tiene suficiente información y juega con unas condiciones adversas”. “Eso sí, la economía social es mucho más resistente a la pérdida de empleo”, remachó. Tal y como esgrimía el catedrático de la Universidad de Valencia José Luis Monzón con datos de la EPA y del Ministerio de Trabajo en un artículo de este diario, en los periodos más duros de la crisis, de 2009 a 2013, en el sector privado los asalariados cayeron un 18,5% y en el sector cooperativo un 8%, 10 puntos menos.
“La gente excluida o explotada, incluso alguna que esté siendo captada por la extrema derecha, necesita ideas fuertes, como que no todo se puede comprar y vender en este mundo. O que es imprescindible la lucha contra las transnacionales. ¿Cómo? Con redes de solidaridad en nuestro día a día”, concluyó Hernández. “Lo que se hace de forma individual, aunque sea alternativa, queda asumido por el sistema. Y ahí entra el miedo, ese gran enemigo. No hay que tenerlo. Hay que recordar ese lema de Honduras que dice ‘Nos tienen miedo porque no tenemos miedo’ y empezar por la desobediencia civil”.
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