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Foro Mundial sobre las Violencias Urbanas

Violencia, sin apellidos

La llegada de desplazados o la formación de pandillas cuestionan el mantenimiento de la paz en las urbes

Cuatro alcaldes de capitales en el Foro Mundial sobre las violencias urbanas y educación para la convivencia y paz, que se celebra hasta el viernes en Madrid.
Cuatro alcaldes de capitales en el Foro Mundial sobre las violencias urbanas y educación para la convivencia y paz, que se celebra hasta el viernes en Madrid.JuanJo Martín (EFE)
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En la era de la hipérbole y la denominada autoficción, la violencia ha tomado un cariz poético. Parece haber demasiada rima y poca crítica. Se abandona la evidencia por la fábula, y llegamos al diagnóstico de que hay distintos tipos de violencia, unos más lícitos que otros. La respuesta de los afectados, no obstante, es unánime: la paz no cree en subgéneros. Es total e integradora. Al hablar de violencia, lo mismo: su ferocidad no entiende de apellidos ni de relatos edulcorados. Sobre todo si se entronca en la franja más vulnerable de la población: los jóvenes.

Narcotraficantes, gángsters o sicarios han sido trazados con cierto perfil simpático en series y películas. A aquellos que les pilla de cerca no les suele hacer tanta gracia, como subrayaron los ponentes del Foro Mundial sobre las Violencias Urbanas, celebrado en Madrid. “Estamos perdiendo generaciones”, lamentó Michelle Dos Ramos, investigadora del Instituto Igarapé de Rio de Janeiro (Brasil) y testigo de las consecuencias que este combinado de armas, pandillas y drogas ha provocado en el país americano. Estamos familiarizados gracias a filmes como Tropa de élite o Ciudad de Dios, igual que con los estupefacientes de la serie Narcos. “Muchas familias dependen de la extorsión de sus hijos pandilleros”, prosiguió Arkel Benítez, secretario general de la Conferencia de Ministros de Justicia de los Países Iberoamericanos.

Fue el guatemalteco Benítez quien censuró ese acercamiento azucarado al mundo suburbial y quien denunció que detrás de la violencia de bandas juveniles se unen varios factores geopolíticos: “El triángulo norte de Centroamérica no fabrica armas y sin embargo está lleno porque se comercia de otros rincones. China acaba de introducir kilos de droga sintética. Y es verdad que hay corrupción entre los gobiernos, pero tenemos que ser tajantes con este problema. El presupuesto del narcotráfico supera al estatal, y no podemos decirle a la gente que sea justa si la justicia que ven es ser desahuciados”.

Prosiguiendo con esa necesidad de ahogar la violencia, Jean Pierre Elong, de la delegación africana de la red mundial de Ciudades y Gobiernos Locales Unidos (CGLU, en sus siglas francesas), recurrió a su realidad más inmediata. “En nuestro continente tiene mucho peso la familia. Hay una cultura familiar muy fuerte. Y aquellos que por alguna razón han acabado en la calle están indefensos, expuestos a todos los peligros”. De acuerdo con su tesis, y enraizando su pensamiento al resto de ideas sobre la paz, proporcionar un techo, un arraigo y un bienestar básico es esencial para que merme esa violencia social.

“Las bandas no son un problema reciente sino de largo recorrido. Ahora el reto es la transnacionalidad, porque lo que antes era local ahora ha traspasado fronteras. Ya no se puede hablar de que sean latinas y masculinas, porque hay mujeres y se integran muchas nacionalidades”, explicó Carles Feixa, del área de Antropóloga Social de la Universidad de Lleida. Experto en la cultura juvenil en España, artífice de libros como De jóvenes, bandas y tribus (Ariel, 2006), Feixa sentenció: “Quizás no se pueda acabar con ellas, pero sí con la violencia extrema que ejercen”.

La red de interacciones que se producen en el medio urbano confronta lo mejor y lo peor de lo humano. En la ciudad cohabitan la esperanza y la disposición de oportunidades con la miseria y la búsqueda desesperada de supervivencia. Edwin Escobar —alcalde de Villa Nueva, municipio en Guatemala que ha crecido de 355.000 habitantes en 2002, según cálculos del último censo, a casi un millón— enumeró algunas cifras que contextualizan la existencia de células delictivas: “En nuestro país, cerca de 800.000 jóvenes no tienen empleo. Al año pasan 2.550 toneladas de cocaína en dirección a Estados Unidos. Las maras (pandillas) nacen por esa ausencia de porvenir y luego son partícipes en el narcomenudeo. Son el brazo de extorsión que usa el estado”, acusó poco antes de que se presentaran algunos proyectos realizados contra esta lacra, como Casa Kolacho de Medellín, que ha introducido la música hip hop como canalizador del malestar juvenil.

A estos parámetros se le ha sumado recientemente la recepción de desplazados y migrantes. El flujo que brota inacabable desde el África Subsahariana o el canal de refugiados en que se ha convertido el Mediterráneo han despertado el fantasma de la otredad, ese concepto ligado a la xenofobia y la discriminación. Europa ha sentido repentinamente la presencia de ciudadanos en sus márgenes, extraños, a los que nunca había atendido. Y las ciudades han vuelto a amurallarse. Han extendido la tragedia bélica del origen en forma de exclusión. Paula Farias, miembro de Médicos Sin Fronteras (MSF) con experiencia en diversos puntos del globo, detalló el salto al vacío de la organización ante la pasividad de los gobernantes. “Sólo en 2014 se rescató a 400.000 personas en el mar”, comentó, “y se han desentendido, dejando en manos de otros países como Senegal, Marruecos o Turquía el control de fronteras”.

“Se ha acogido a 1.141 refugiados, un 6% de lo acordado”, anotó Enrico Loculano, alcalde de Ventimiglia. Esta localidad italiana se sitúa en la linde con Francia y ha sido objeto informativo por la afluencia de refugiados a sus calles. A muchos se les confinó en campos de reclusión. A otros, el consistorio les facilitó instalaciones municipales. O eso afirmó Loculano, que tachó de “fracaso” al modelo europeo y de “hipocresía” a las cumbres entre líderes. “No es un problema de aforo sino de voluntad”, le secundó Meritxell Budó, alcaldesa de La Garriga, al norte de Barcelona. Lo ejemplificó con Líbano: “Son 4,5 millones de personas y han acogido a un millón y medio”, esgrimió.

Ninguno de los congregados en la charla sobre la violencia a desplazados mencionó al escritor turco Hakan Günday, pero su último libro publicado en España, Daha (Catedral, 2017), trata precisamente de los efectos de ese “mirar hacia otro lado” que tanto citaron. En esta novela sobre el tráfico humano se deja entrever algo que ha dicho el autor en sus entrevistas: que perpetuar las desigualdades tiene un límite y que negarse a esa fecha de caducidad acabará explotando, “como en Siria”.

“En Oriente Medio o África la gente huye para salvarse. Y da igual que levantes muros, construyas una torre de marfil o dividas zonas de paz y riqueza: la gente, si hace falta, se beberá el mar para poder cruzar andando. No hay que infravalorar la desesperación, que es un sentimiento muy fuerte. Y hay que tomarse muy en serio a las personas que no tienen nada que perder. Por desgracia, el mundo de hoy ha producido muchas, levantando su propia cárcel”, sostiene. A diferencia del narcotráfico o las pandillas, este tránsito fúnebre aún no ha sucumbido a la lírica. Sigue en esa categoría de la violencia que no admite apellidos.

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