Juicio
El instrumentalismo simplón y el escapismo copan las justificaciones sobre ETA
Argüía hace semanas Arnaldo Otegi, en un enésimo intento para ir camuflando la iniquidad de su posición política en los años del terror, que “él nunca había dicho que matar estuviera bien”; es más, añadía, “ni siquiera ETA dijo nunca que matar estuviera bien”. De lo que se deduciría, se supone, una cierta absolución moral para quienes practicaron o ampararon con su discurso la matanza. Nunca dijeron que estaba bien, lo hicieron poco menos que a regañadientes morales.
Bastaría con observar que si bien es cierto que nunca dijeron que estaba bien matar personas por la independencia del pueblo vasco, no es menos cierto que tampoco dijeron que estaba mal. En pocas palabras, nunca expresaron ningún juicio moral sobre la matanza, probablemente porque no lo tenían. Ellos estaban en un lugar situado más allá de los juicios morales. Y allí siguen. En eso radica su iniquidad, en no querer juzgar. Profieren, eso sí, juicios instrumentales o utilitarios sobre si el terrorismo ha servido o no para algo, hacen juicios de oportunidad acerca de si cabía o no otra postura, pero no hacen juicios morales, esos que tienen que ver finalmente con el bien y el mal. Esta misma semana Julen Madariaga, fundador de ETA, se declaraba inmerso en profunda reflexión sobre si estuvo bien o no ponerla en activo y se absolvía diciendo que había servido para despertar al Pueblo. Pura razón instrumental. No, el juicio moral es ése que distingue dos ideas en la palabra bien, como estableció Kant, distingue entre lo bueno (das Gute) y lo provechoso (das Wohl), y sólo tiene en cuenta la adecuación a lo primero para declarar moral una conducta. El terrorismo ha podido ser provechoso o útil para acercarse a los fines perseguidos en la mente de sus autores, pero es radicalmente inmoral (no está bien) porque viola la formulación del imperativo categórico que obliga al ser humano a actuar de tal modo que tome a la humanidad, a cualquier otro, siempre como un fin en sí mismo y nunca como meramente un medio. Instrumentalizar al ser humano, ese es el mal.
Claro que cuando Txabi Echevarrieta asesinó a sangre fría en junio de 1968 a José Antonio Pardines y puso en marcha el tren del terror no se estilaba mucho, política e intelectualmente hablando, el seco moralismo de raíz kantiana. Eran tiempos hegelianos, en los que lo trascendente era subirse al tren de la Historia (con mayúscula) o al del Pueblo, o al de la verdadera Libertad. Los juicios dominantes subordinaban cualquier consideración al fin trascendente con el que los activistas tenían línea directa, y lo demás eran quejas de las almas bellas y moralismo universalista vacío. Pardines era una florecilla pisoteada por el tren de la Historia.
Pero para cuando Otegi dejó ETA y se dedicó a jalear su inevitabilidad, la historia (con minúscula) había acumulado ya tantas florecillas en el basurero del Pueblo Vasco como para que mucha gente redescubriera a Kant, o a los derechos humanos. Era ya hora de los juicios morales, aquellos que en los sesenta sonaban a liberalismo bobo o a burguesía tímida: matar a un hombre era solo eso, matar a un hombre. Y está mal. Mantenerse como hace el personaje Otegi en los juicios instrumentales o utilitarios, o en la empatía simplona ante el sufrimiento (a todos nos duele), no es sino escapismo ético. No querer juzgar para no ser juzgado.
Escapismo en el que, cómo no, no está solo nuestro Otegi y nuestros terroristas. Porque huida de la moral es también el subordinar la realización del juicio ético sobre la matanza al hecho de los demás, el mundo entero, lleve también a efecto idénticos juicios morales sobre otras violencias, sobre todas las violencias. Estamos en contra del terrorismo, cómo no, nos dicen los Iglesias de turno, pero suspendemos nuestra condena hasta que los demás hagan también la suya. Condenar una sola violencia es tanto como justificar las demás, dicen, una trampa saducea. Al final, de nuevo, puro instrumentalismo el de poner entre paréntesis el propio juicio mientras no baje a la tierra el juicio universal. Instrumentalismo también, aunque más inteligente y mejor disfrazado, el de quienes acumulan víctimas en la memoria histórica del Pueblo Vasco (de nuevo con mayúscula) para ver así de recontextualizar y devaluar lo sucedido en los años del terror. Si conseguimos, parecen pensar, que todos imaginen un carro inmenso de florecillas tronchadas a lo largo de una historia sin fin (el Conflicto), en el que entran las de Gernika y las de ETA, lograremos que la sociedad, personas de aquí y ahora se lamenten de todo pero no enjuicien nada en concreto. Y en ello estamos promocionando el teatrillo.
J. M. Ruiz Soroa es abogado.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.