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MIRADOR
Columna
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Victoria

Así, como una general de nuevo cuño, se ha presentado Susana Díaz ante sus compañeros de partido

Julio Llamazares
Susana Díaz habla durante al acto de presentación de su candidatura en Madrid
Susana Díaz habla durante al acto de presentación de su candidatura en MadridANDREA COMAS / REUTERS

Me llamó la atención la palabra elegida por la nueva candidata a la secretaría general del PSOE, la presidenta de Andalucía, Susana Díaz, para ilusionar a sus compañeros: victoria. No dijo socialismo, ni convicción, ni reconciliación, ni ilusión, dijo victoria.

Me llamó la atención y me hizo recordar a aquellos generales del pasado que se presentaban ante sus soldados alentándolos a la batalla contra el enemigo con esa palabra: victoria, que era como un pasaporte hacia la felicidad. Solamente la victoria podría resarcirles de la opresión o del envilecimiento en el que vivían y solo la victoria les devolvería el orgullo como soldados y como personas, no la razón moral frente a la del enemigo. Así, como una general de nuevo cuño, mezcla de Juana de Arco y de Mariana Pineda, también de Manuela Malasaña y de Agustina de Aragón, de Pasionaria y de Clara Campoamor, se ha presentado Susana Díaz ante sus compañeros de partido (y compañeras, añadiría ella por fidelidad al tópico) para alentarlos a la batalla contra el conservadurismo patrio con el señuelo de una victoria que uno imagina representada con ella envuelta en la bandera nacional como ahora la ve en la verdiblanca de su autonomía, al frente de sus militantes. Vuelven, pues, las banderas a la política española, no las razones ni las ideas.

Claro que sin la victoria en las urnas nada se puede hacer por cambiar el rumbo de un país, pero llama la atención la vehemencia con la que la nueva candidata a presidir el partido de los socialistas españoles, tan derrotados últimamente, utilizó la palabra en su presentación como tal, como si la victoria en sí fuera el objetivo y no el paso previo para gobernar. A mí al menos me rechinó en los oídos y me hizo recordar ciertas imágenes balompédicas y literarias, con futbolistas alzando al cielo trofeos en medio de serpentinas con los colores de su equipación y literatos recibiendo y luciendo en la solapa de sus chaquetas condecoraciones varias. También —y hablando de literatos— la entrevista que el periodista y escritor Juan Cruz le hizo cuando la guerra del Golfo al también escritor (el mayor para mí de los españoles vivos) Rafael Sánchez Ferlosio, que evoca en sus memorias de la vida literaria Egos revueltos, y en la que a la pregunta de qué era lo que más detestaba de sus compatriotas el autor de Alfanhuí o El Jarama contestó que lo mismo que de todos los humanos: la cultura de la victoria. Cruz y él estaban comiendo chuletas en un merendero junto al río Alagón, en la episcopal y extremeña ciudad de Coria, donde cada San Juan corren y matan un toro como manifestación de esa misma cultura victoriosa.

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