Emoción
El aparato no puede hacer gran cosa frente al sentimiento que despierta Sánchez
Me debato entre lo que sé y lo que leo, lo que escucho y lo que intuyo, lo que sospecho y lo que dejo de sospechar. Desde su fundación, el PSOE ha sido bendito y maldito, en proporciones idénticas, por un destino obsesivamente equitativo. Durante los 140 años de los que tanto le gusta hablar a Díaz, ha funcionado como sinónimo de división interna, hasta el punto de que su trayectoria puede contarse a través de las fracturas que lo han desgarrado sin llegar a romperlo. Al mismo tiempo, se ha consagrado como Ave Fénix de la política española, gracias al milagroso don de la resurrección que lo ha rescatado de hoyos tan profundos como su inactividad durante cuarenta años de dictadura. Parece que estamos ante un episodio más de esta historia infinita, y sin embargo, percibo algunos rasgos que comprometen su continuidad. Como todas las organizaciones antiguas, el PSOE posee un aparato formidable, en el que confían quienes han alcanzado el poder bajo sus siglas. No discuto su eficacia, pero me parece una estrategia arriesgada, porque cualquier maniobra, la menor presión sobre un humilde militante de base, puede convertirse en trending topic en diez minutos. Esto no sería tan grave si ese mismo aparato que ahora pretende arreglarlo todo, no hubiera convertido al compañero Pedro en un héroe popular, un flamante símbolo del regreso de los orígenes. Hace poco, escuché a una responsable de su campaña mientras contaba que, en su largo viaje por España, Sánchez y su equipo duermen y comen en casas de compañeros, que les pagan los cafés y les llenan el depósito de gasolina. Confieso que su relato me emocionó, y eso que yo nunca voto al PSOE. Y no sé lo que puede hacer el aparato contra la emoción, pero me temo que no es mucho.
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