_
_
_
_
_
Infancia

Aquellos hombres barbudos a lo lejos...

Mientras los campamentos para los iraquíes que huyen de Mosul se llenan, el impacto psicológico del terror en los niños que han vivido bajo el dominio del Estado Islámico empieza a manifestarse

Jazir, norte de Irak. 12 de diciembre de 2016. Un niño iraquí de Mosul juega con un arma de plástico en el campamento de primera acogida de Jazir.
Jazir, norte de Irak. 12 de diciembre de 2016. Un niño iraquí de Mosul juega con un arma de plástico en el campamento de primera acogida de Jazir.Pascal Vossen
Más información
El truma de los niños que vivieron el horror del Estado Islámico
Siete décadas de infancia
Un 30% de los refugiados son niños
Unicef necesitará 3.100 millones de euros para atender a la infancia en 2017

En junio de 2014, dos combatientes del Estado Islámico entraron en la casa de Kawther, en Mosul. Como era viuda y no tenía ningún hombre a su lado, inmediatamente temió por su seguridad, pero, a sus 32 años, ella no era de su interés. Tampoco prestaron atención a su hijo Yusuf, de siete años, quien paralizado por el miedo contemplaba cómo los extraños, con sus pesadas botas y su equipo militar, registraban la casa para acabar marchándose con el televisor de la familia.

Al cabo de pocas semanas, Yusuf se encontraba en un improvisado cine al aire libre con otros chicos de la zona, mirando ese mismo aparato. Kawther cuenta que el Estado Islámico "utilizaba los televisores para mostrar ejecuciones y grabaciones en las que se veía cómo mataban a gente. Sabían que los niños tendrían curiosidad, y que, sin colegio ni nada que hacer, se reunirían y los mirarían”.

Actualmente, la familia está instalada en el campamento de Hassan Sham, 20 kilómetros al este de Mosul, en el norte de Irak, una zona liberada por los peshmerga kurdos a finales de 2014. Al hijo mayor lo mataron cuando estaba trabajando en una fábrica cerca de Kirkuk; su viuda de 17 años y sus hijas gemelas viven ahora con Kawther y Yusuf en una de las muchas tiendas proporcionadas por el organismo de la ONU para los refugiados (ACNUR) que se acaban de montar.

Yusuf, que ya tiene 10 años, sostiene en brazos a su pequeña sobrina Sofía. Mientras su madre está hablando, deja pacientemente que la niña tire de sus gafas de gruesa montura, pero cuando esta se agita para soltarse, él empieza a retorcerle el brazo para que se quede donde está, lo cual hace que se eche a llorar. “Mi hijo tiene preferencia por una de sus sobrinas gemelas, aunque sean idénticas. Le tiene mucho cariño a ella [Sofía], pero le cuesta expresar su afecto. Ver una y otra vez esas imágenes violentas lo ha desconcertado. Antes nunca había sido así”.

Según las últimas estadísticas de Qandil, organización de ayuda humanitaria que trabaja en la protección de las personas desplazadas, desde la operación del Ejército iraquí y las fuerzas de los peshmergas para recuperar Mosul, iniciada en octubre de 2016, 61.603 personas se han instalado en los campamentos de Hassan Sham y Jazir. A medida que llegan y se asientan en ellos, se van haciendo patentes las secuelas duraderas de las tácticas deshumanizadoras del Estado Islámico, sobre todo entre sus habitantes más jóvenes.

Innumerables descripciones de palizas, torturas psicológicas y proyecciones de ejecuciones salen a la luz para formar un cuadro del violento espectáculo que el Estado Islámico ha impuesto a los niños de Mosul.

A medida que los desplazados llegan a los campos de refugiados, se van haciendo patentes las secuelas de las tácticas deshumanizadoras del Estado Islámico, sobre todo entre los más jóvenes

Muchas familias adoptaron la estrategia de evitar cualquier contacto con los combatientes del EI que patrullaban la zona permaneciendo dentro de sus casas. Según la coalición contra el grupo insurgente liderada por Estados Unidos, al comienzo de la ofensiva solo había 10.000 combatientes apostados en Mosul, una ciudad cuya población se calcula en más o menos un millón de habitantes, lo cual significa que, en el caso de las familias que se quedaron en sus casas, el contacto con los milicianos del EI era poco frecuente.

Muqtada, un niño de seis años de la zona, describe lo que sintió al ver a los combatientes con su característico aspecto: “Veías a esos hombres [del EI] con la barba hasta aquí [a mitad del pecho] y las camisas así de largas [hasta la rodilla]. Cuando andaban por allí, nos quedábamos en casa. Al cabo de dos días te parecía que no podías respirar”.

Muchos de estos niños siguen sufriendo una intensa ansiedad a pesar de que están bajo la protección de Asayish (el servicio secreto kurdo). El hecho de que su contacto con los combatientes del EI –esas personas a las que su familia ha temido durante tanto tiempo– fuese discontinuo, hace que para muchos de ellos sea difícil entender que ya no están amenazados. William Yule, de la Fundación Los Niños y La Guerra y especialista en trastorno por estrés postraumático infantil, lo explica así: “Los niños pequeños tienen un sentido del tiempo muy diferente. Los adultos podemos darnos cuenta de que algo sucedió en el pasado o de que las cosas serán diferentes en el futuro”.

Mohamed y su familia, procedentes de los alrededores de Mosul, lograron evitar todo contacto con los miembros del EI, incluso cuando el padre y la madre se iban a trabajar: “Vimos tres veces a aquellos hombres barbudos a lo lejos, y nos mudamos tres veces”.

En el campamento de Harsm, a las afueras de Erbil, en el norte de Irak, los niños intercambian historias en las que describen a los miembros del Estado Islámico con una confusa mezcla de miedo y reverencia, como podría hacerlo un escolar con un compañero matón cuando este no pudiese oírlo. Las experiencias reales parecen haberse entremezclado con mitos de extraordinaria violencia para producir unos cuentos espeluznantes.

Como explica Yule, “no es raro que los niños interpreten esos recuerdos de manera errónea o confusa. Si han sufrido un trauma, basta con un comentario o una malinterpretación de los hechos en ese momento para que se convierta en un recuerdo completo”.

Jaled fue una de esas personas que quisieron que su familia evitase a los combatientes del EI. Empresario y fumador empedernido, sabía que si compraba los cigarrillos al por mayor le saldrían mejor y tendría menos probabilidades de que lo pillasen las patrullas locales del EI. Le compró 150 paquetes a un vendedor de Mosul y los guardó en el maletero de su coche antes de salir de casa con dos de sus jóvenes hijas. A pocos kilómetros de allí, aparecieron dos soldados del EI. Jaled sabía que estaba prohibido fumar y que había infringido las normas, pero no cuál sería el castigo.

Cuenta la historia de lo que sucedió a continuación desde la seguridad de la tienda de su familia en Hassan Sham. Está sentado en compañía de sus dos mujeres, fumando y bebiendo el tradicional chai, con sus ocho hijos tumbados al calor del sol del invierno que penetra a través de las paredes. “Me sacaron del coche a la fuerza, me golpearon, y cuando mis hijas empezaron a gritar, y les pegaron”.

Pasó cinco meses en la cárcel, donde le dieron latigazos y descargas eléctricas. Y lo amenazaron con la amputación cuando los tobillos se le empezaron a hinchar a causa de la diabetes. A su familia la sometieron a tortura psicológica: “[Los miembros del EI] les dijeron que me habían ejecutado, y luego que seguía vivo, pero que me habían mandado a Raqqa [la capital de facto del grupo terrorista en el norte de Siria]”.

Los hijos deHassan Sham, que estuvo apresado por el EI por fumar, aún tienen pesadillas y temen por la vida de su padre

Sus hijos pasaron meses en una ansiedad constante, y varias veces creyeron que su padre había muerto. Siguen teniendo pesadillas, y después de vivir durante meses con el temor constante a que matasen a su progenitor, han trasladado su angustia, y ahora temen por sus familiares atrapados aún en territorio bajo el control del Estado Islámico.

“Los niños presentan los síntomas típicos del estrés postraumático: terror nocturno, visiones, recuerdos, rememoración involuntaria de situaciones del pasado”, explica Yule. “El efecto a largo plazo de esta clase de trauma puede ser desastroso. Cuando se trata de un suceso único, como un accidente de tráfico, el trauma puede persistir 30 o 40 años. En este caso, sin embargo, se trata de un trauma acumulativo que posiblemente los acompañará el resto de su vida”.

Médicos Sin Fronteras presta ayuda psicológica en los campamentos de Hassan Sham, Jazir y Debega, en las cercanías de Mosul. Los niños son registrados como desplazados internos, lo que significa que volverán a la ciudad cuando haya sido reconquistada. Sin embargo, según Aram Abdulkarim, experto en derecho que se ocupa del tema de la identidad de los recién llegados, los niños nacidos a partir de junio de 2014 en hospitales bajo control del EI recibieron documentos de identidad emitidos por el grupo terrorista. Esto significa que a sus familias les espera una larga estancia en los campamentos. Al cabo de un mes de tomar la ciudad, el EI había creado un sistema burocrático que dividía la población en distritos y contaba con sus propios documentos de registro civil en los que figuraba su distintivo y su sello. Según Abdulkarim, puede que se tarde años en expedir nuevas identificaciones para estos niños: “El Gobierno iraquí no reconoce estos documentos y, hasta que se encuentre una solución, sus familias tendrán que quedarse en los campos de acogida”.

Lawk Ahmad, el director de Qandil en el país, considera que el asunto llevará mucho tiempo: “Los combates se están prolongando más de lo esperado, pero, aun cuando Mosul haya sido liberado, pasarán años hasta que todo esté en orden. No va a ser tan sencillo como volver a casa y ya está”.

 (*) Se han cambiado algunos nombres para proteger la identidad de quienes tienen aún parientes viviendo bajo dominio del Estado Islámico.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_