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MIRADOR
Columna
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Las sombras

En el mismo día en que ETA anuncia la entrega de sus armas, ha muerto Ion Arretxe

David Trueba
El actor Ion Arretxe en el Festival de Cine de San Sebastián en 2008.
El actor Ion Arretxe en el Festival de Cine de San Sebastián en 2008. Carlos Álvarez (Getty Images)

Sentir afinidad por las peripecias personales sin relevancia más que por las grandes fechas históricas provoca un cierto hastío de la letra mayúscula, la importancia suma. Vuelve a suceder con el anuncio por parte de ETA de la entrega de sus armas.

Ni siquiera han recurrido a la comparecencia encapuchada porque sienten que el tiempo ha pasado por encima de su estética de manera demoledora y hay que encontrar una forma de discurso más acorde con la sensibilidad actual.

Las intermediaciones elegidas delatan un nuevo concepto de comunicación. Lo interesante es pensar que el tiro en la nuca ha dejado de encontrar justificaciones. Esa sería una victoria definitiva, más importante que todas las derrotas. Entre el dolor de las víctimas quizá aparece un rayo de luz cuando son conscientes de que se ha terminado el esfuerzo por deshumanizar al otro, por arrebatarles su condición de iguales. Si las metralletas y las pistolas son chatarra, qué gran noticia.

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Y en el mismo día ha muerto Ion Arretxe, que fue un verso suelto en esta tristísima historia. Autor de una novela, Intxaurrondo. La sombra del nogal, que cuenta la experiencia de vivir cuando la hegemonía de la izquierda abertzale era absoluta entre los jóvenes vascos, porque les dotaba de discurso transgresor, fiero, desafiante. Sin relación con la banda terrorista, este joven dibujante de tebeos, inquieto y enmarcado en una familia de clase obrera en Rentería, es detenido en casa por la Guardia Civil y machacado en el cuartel de Intxaurrondo con vejaciones y torturas que coinciden con el asesinato de Mikel Zabalza en las mismas instalaciones y su posterior abandono en un río.

Bajo la estela macabra de una autoridad mal representada, Arretxe fue capaz de contar en su libro una experiencia dolorosa que lo dejó maltrecho, pero contarlo con la dignidad del relato crudo. Años después, huyó de la necesaria condición de mártir, tan útil para los demás, porque no era útil para ser la persona que él quiso ser. Se hizo director de arte en películas de todo pelaje, con la misma inquietud y curiosidad del joven que nunca dejó de ser. Su novela no provenía de un literato y escapó del radar de quienes han hecho de los prejuicios y la falta de rigor una profesión.

Pero a muchos, hoy, su pequeña historia, al igual que la del dolor de tantas víctimas del desprecio por el valor de una vida, se nos hace la protagonista de otra fecha histórica.

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