El muro
El que divide el mundo en dos es más mental que real, y no es preciso visualizarlo para saber que existe desde hace siglos
Protestan contra el muro que Donald Trump quiere levantar entre Estados Unidos y México gentes de todas las ideologías, de todas las religiones y los países, incluso aquéllas que ven normal que haya un muro entre Israel y Palestina o vallas con concertinas en Ceuta y Melilla para que los desheredados del tercer mundo no nos invadan. Es más, protestan hasta personas que durante años no han dicho ni mú del muro que ya existe entre Estados Unidos y México y que han ido levantando uno tras otro todos los predecesores de Donald Trump en la Casa Blanca.
¿Qué es lo que ha cambiado para que entonces no y ahora sí al muro entre Estados Unidos y México se le califique como de la vergüenza evocando aquél que durante décadas dividió Europa y al mundo en dos? Sencillamente las formas del personaje, más propias de un John Wayne vestido de financiero que de un político homologable con los que estamos acostumbrados a ver. Si Trump, en lugar de sobreactuar cinematográficamente, hubiera hecho su muro con discreción como sus predecesores en la presidencia de Estados Unidos incluido Obama, lo habría concluido sin que apenas se levantaran voces de protesta, excepto en México y en los países del sur de América. Porque muros hay y se siguen haciendo por todo el planeta, desde las vallas del este de Europa que tratan de parar a los que huyen de los conflictos de Siria e Irak hasta los que separan países enfrentados como Ucrania y Rusia o las dos Coreas o, sin necesidad de irnos tan lejos, entre Gibraltar y La Línea de la Concepción, en el sur de España. Ello si no consideramos un gran muro, que lo es, ese mar Mediterráneo en cuya travesía pierden la vida centenares de personas cada año.
Y es que el muro que divide el mundo en dos es más mental que real y no es preciso visualizarlo para saber que existe desde hace siglos. Es el muro que separa a los países ricos de los pobres más que a los de una ideología u otra, más que a los de una religión u otra, por mucho que queramos culpar a estas de su existencia. El verdadero motivo que lleva a Trump a sellar su frontera con México con hormigón, como otros países hacen con alambradas o vallas con concertinas, no es proteger a sus poblaciones de potenciales ladrones o terroristas sino la negativa a repartir su bienestar con los pobres. Lo dijo ya hace unos años Eduardo Haro Tecglen en este periódico con su sarcasmo amargo característico: desde que cayó el muro de Berlín ya no hay ideologías, sólo hay pobres y ricos.
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