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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Y el hombre cambió la Luna por el móvil

Hemos construido un mundo virtual y dejamos de mirar a las estrellas para encorvarnos sobre nuestras pantallas

Jorge Marirrodriga
Eugene Cernan pasea por la Luna en 1972.
Eugene Cernan pasea por la Luna en 1972.(NASA VIA AP

La muerte de Eugene Gene Cernan, el último hombre que pisó la Luna, nos deja esa mezcla de nostalgia de lo vivido y de interrogante por lo que pudo haber sido. Algo que experimentamos cuando, tras mucho tiempo, tornamos a un antiguo escenario de nuestras vidas —una casa, una ciudad, una playa— al que no habíamos regresado. Nostalgia al recordar las sensaciones, e interrogante ante la inevitable pregunta de por qué o de si verdaderamente acertamos tomando la decisión de alejarnos de allí.

“Nos vamos como vinimos y, si Dios quiere, como volveremos”. Así empezaba la última frase que un humano pronunció sobre la superficie de nuestro satélite. Nunca volvimos. A Cernan, tras saludar a la bandera estadounidense solo le faltó mirar alrededor y apagar la luz. Atrás quedaba el tiempo en que un planeta se paralizó para ver a uno de los suyos, Neil Armstrong, cumplir el sueño de millones de años y caminar sobre la Luna. Sin erosión, sus huellas permanecerán allí un millón de años. Y aunque Armstrong solía decir socarronamente que ójala alguien suba y las borre, parece que no va a ser así. Casi todo el mundo sabe —perdón por el optimismo— quién fue Armstrong, pero muchos han descubierto a Cernan solo cuando ha muerto. Este olvido no es casual. Porque nuestro abandono de la Luna tiene mucho de simbólico y todavía más de duda general. Fue una salida por la puerta de atrás. Una promesa que se hace con la sensación de que no se va a cumplir. “Volveremos”. Nadie lo hizo.

Aunque a todo le podamos encontrar una explicación económica, política o militarista, echemos un breve vistazo al origen del camino que hizo que los seres humanos dejaran su planeta. John F. Kennedy no hubiera podido pronunciar hoy el discurso que en 1962 lanzó en la texana Universidad Rice cuando anunció el proyecto de mandar hombres a la Luna. Con un optimismo y una fe ilimitadas, el presidente pidió a su sociedad que creyera en la posibilidad de hacer lo imposible. Expresó su confianza en descubrir la tecnología necesaria, en fabricar materiales inexistentes hasta entonces y en poner los recursos necesarios para que aquel sueño inalcanzable fuera posible. Hoy, el asesinado presidente habría sido ridiculizado por la legión de Diógenes que ha sustituido un tonel por su teléfono móvil y que si Alejandro Magno —o Kennedy— les dijeran “pídeme lo que quieras”, tendrían una única respuesta: “Wifi gratis”.

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Cuando en 1972 dejamos de mirar a la Luna no fue para mirar más allá, sino para mirar al suelo. Naturalmente el progreso no se detuvo, pero fue diferente. Buzz Aldrin, la segunda persona que pisó la Luna, lo resumió en una frase: “Me prometisteis colonias en Marte y en lugar de eso tengo Facebook”. De hecho, cabe la duda razonable de que ahora mismo fuera posible repetir la gesta de aquellos pioneros. Nos hemos construido un mundo virtual y hemos dejado de mirar a las estrellas para encorvarnos sobre nuestras pantallas. La última misión de Cernan en la Luna duró tres días. Apenas durmió. Los pasó fuera del módulo, como un amante que no quiere que llegue el amanecer. Él lo sabía. Era el adiós.

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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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